Un deslavazado ‘Halloween’ continúa adulterando nuestros antiquísimos rituales. Se ha hablado (¿o tal vez elucubrado?) bastante sobre los gaélicos, un pueblo prerromano que se extendía por las actuales Irlanda, Escocia, Gales, Cornualles y la isla de Man. Sobre los gaélicos y sobre su fiesta del ‘Samhain’, celebrada cuando el solsticio de otoño estaba a punto de dar paso al solsticio de invierno. Se iniciaban los días oscuros, las cumbres comenzaban a llenarse de nieve (‘Pol lus Santus la nievi en lus altus y, pol San Andrés, hasta los pies’, dice un antiguo adagio del norte cacereño) y los ganados bajaban a sus establos desde las encumbradas majadas de la sierra. Cuentan mis buenos amigos los jurdanos, que, con los vivos, fuesen personas o animales, también llegaban los muertos, en busca del calor del hogar. Se precisaba, pues, una catarsis colectiva para conjurar los males del invierno y para rendir culto a los antepasados.
Los tiempos fueron evolucionando, pero sin perder las esencias de sus raíces e identidades. El ‘Halloween’ tuvo su razón de ser entre los gaélicos, cultura claramente de idiosincrasia céltica. Pero tiró la razón a un contenedor cuando los emigrantes irlandeses y otros del entorno con el mismo nicho etnográfico emigraron a los Estados Unidos de Norteamérica, cuyos colonizadores ingleses levantaron el país a base de exterminar a millones de indígenas, los verdaderos propietarios del terreno. De unos 12 millones de indios que habitaban el mentado país en el siglo XVII, solo quedaban en 1900 unos 250.000 indios norteamericanos. Añádase al país de las barras y las estrellas, considerado hoy el mayor imperio del mundo, y no para bien, la actual nación canadiense. Luego, como los indios (mano de obra barata) eran pocos, se dedicaron a secuestrar negros en África para llevarlos como esclavos a sus plantaciones de tabaco y algodón.
A lo que vamos. El ‘Halloween’ llegó a los Estados unidos de mano de los emigrantes irlandeses. Pero muy pronto, el capitalismo rampante que ya triunfaba por todo lo alto en el país del ‘Tío Sam’ se apoderó de él e hizo una burda copia. Fue bastardeado para que hiciesen su agosto los ingentes centros comerciales; hoy llamados ‘grandes superficies’. Como, desgraciadamente, en muchos de nuestros pueblos extremeños, que es lo que nos toca más directamente, la falsa modernidad comenzó a hacer estragos de unos años a esta parte, no muchos, numerosos vecinos se consideraron más modernos si metían en un rincón sus acendradas tradiciones y se apuntaban al moderno carro engalanado con el papel satinado y cargado de oropeles, pompas y fruslerías. Y, así, encontró el terreno abonado las pantomimas del ‘Halloween’ adulterado. Ocurrió en nuestras poblaciones, pero también en otras más alejadas de esta Extrema y Dura para algunos, la mayor parte; no para los que se enriquecieron a costa de ella. Lamentablemente, se apuntaron a esa llamada a rebato de la sociedad de consumo ciertos Ayuntamientos, asociaciones de mujeres, asociaciones de padres y madres de alumnos (AMPAS) y otros que ya habían olvidado el legado dejado por los antepasados. Y así nos fue. Al igual que con el ‘Carnaval de Plástico’ que han abrazado otros desarraigados, pisoteando los antiguos y mitificados antruejos.
“La Carvochá”
‘La Carvochá’ se llama en Las Hurdes, tal vez la comarca más emblemática en cuanto a Cultura Tradicional-Popular de toda Extremadura, a la fiesta que se viene celebrando en torno al día de Todos los Santos. Pero también tiene otros nombres: ‘Magostu’, ‘Moragá’, ‘Chiquitía’, ‘Chaquetía’ o ‘Tosantos’. Los recuerdos de nuestras infancias nos retrotraen, posiblemente, a un mundo idealizado, como ocurre con gran parte de los pasajes de aquellos años. En nuestras villas y lugares, situados a pie de monte, a caballo entre las pizarras y las moleñas, esperábamos como agua de mayo el día de Todos los Santos. Nada más levantarnos acudíamos a casa de nuestros abuelos y padrinos. Ellos ya tenían dispuesta la ‘Chiquitía’: frutas del tiempo (zamboas, granadas, manzanas invernizas…), sin que pudiera faltar una singular rosca de pan que se amasaba únicamente para esta fecha. Las castañas eran imprescindibles. Se las compraban nuestros abuelos y padrinos a los jurdanos que las bajaban de sus montañas a lomos de mulos, pregonándolas por todo el pueblo en las vísperas de la fiesta. Con todo lo recolectado y algunas escasas monedas para comprar otros ‘apañus’ en los modestos comercios de la localidad, se organizaban meriendas camperas, que terminaban con la consabida ‘calbotá’ o asado de castañas. Regresábamos al pueblo al anochecer, entre cánticos y risas.
Los quintos y el resto de la mocedad se apuntaban, igualmente, al festejo. Los quintos monopolizaban al tamborilero, que para algo había un contrato verbal por todo un año, y recorrían las tabernas tocando sus engalanadas panderetas de piel de perro. Un buen guisado de carne en el bar correspondiente y seguía la juerga hasta que el cuerpo aguantase. Los casados anotaban este día en sus memorias para juntarse parientes y allegados y recorrer las bodegas donde se guardaba el apreciado vino de pitarra. Había que encetar las tinajas, para probar el vino del año, al que se añadían otros caldos más rancios y con mayor solera. Se comía la ‘ensalá de carni’ (carne asada de cabra mezclada con picadillo de tomate y de cebolla y alguna guindilla picante). Los cantes aflamencados se prolongaban hasta bien entrada la noche, cuando ya se oían a los monagos, envueltos en mantas, doblar las campanas en la torre de la iglesia, avisando de que la fiesta tocaba a su fin y, en breve, amanecería el ‘Día de los Difuntos’, la otra cara que enfrentaba al hombre con el reverso de la vida. Por ello, hacían bueno el día de ‘Los Santus’ el consabido adagio: ‘Come y bebe, que la vida es breve’. Los monagos, que recorrieron, con sus sacos a cuestas, todas las casas del pueblo, habían obtenido viandas para pasar a todo lo grande la gélida ‘Nochi de los Finaus’ en el campanario.
Toda una fiesta el 1º de noviembre a lo largo y lo ancho de la geografía extremeña. Fecha que destacaba en el calendario y que se manifestaba con diferentes coloridos en todos y cada uno de nuestros pueblos. Bien recuerdo el reportaje que enmarqué de unos rituales que desconocía por completo: ‘Los Pirulines’, que se celebraban en los terrenos adehesados que se encuentran a escaso recorrido de Huertas de Ánimas, un pueblo cuyo nombre viene que ni pintiparado para estas fechas, en especial conexión con el segundo día de noviembre. Pero los ‘Pirulines’ eran parte de la merendola campestre de la jornada festiva de ‘Todos los Santos’. Alegre jarana entre los canchos y teniendo al lado los almendros que ofrecían sus frutos para poder preparar, añadiéndole azúcar acaramelada, el rico ‘pirulín’. Nunca olvidaré los preciosos y añiles ojos de la huerteña Patricia Beatriz Rodríguez Díaz, Bea, compañera de aquel tiempo en nuestros quehaceres pedagógicos, en el instituto de Montehermoso. Sus ojos destellaban inteligencia, integridad y rebeldía, pero también ciertos interrogantes que no fui capaz de desencriptar. Carecía de las claves para ello. Me ayudó a vertebrar el reportaje, con su información y con sus fotos. Eterno mi agradecimiento.
‘La Carvochá’, con sus legendarios personajes de ‘La Chicharrona’ y ‘El Chicharrón’, no aparecerán este año por el pueblo jurdano de El Mesegal. Remotos rituales, sacados del borrajo, prácticamente apagado, y salvaguardados y puestos en valor por ‘La Corrobra Estampas Jurdanas’ (camino iban de ser declarados ‘Bien de Interés Cultural’, BIC), se han relegado esperando que se aclare el horizonte, y no por culpa de borrasca alguna. No habrá, pues, aguardiente ni ‘matajambris’, ni se dará el pasacalle por el pueblo, presidido por ‘El Animeru de las Castañas’ y ‘El Animeru del Farol de las Ánimas’, llevando detrás a toda una buena gavilla de tamborileros. Tampoco se levantará ‘La Jogará de las Ánimas’ ni se conjurarán los males del año venidero, a cargo del ‘Zajuril’ y sus sacristanes. No se podrán desposar ‘El Chicharrón’ y ‘La Chicharrona’, ejecutar su danza en torno al ‘Tendal de las Ánimas’ni se podrá procesionar ‘El Pan de las Ánimas’. No se cantarán los viejos romances ni se llevará a cabo la cata de las ‘polientas’. No se celebrará la comida de hermandad ni se recordará a los difuntos en el ‘El Corru de Ánimas’. No saldrá ‘El Entignaol’ para tiznar el rostro de los asistentes con una cruz en la frente, a fin de librarles de la aparición a deshora de ‘Las Malsánimas’. Y no se asarán las castañas, los ‘carvochis’, que son los que dan nombre a la fiesta. Habrá que aguardar tiempos mejores, que siempre que ha llovido, aunque no fuese agua, ha escampado. Todo tiene solución menos la muerte, a la que ahora los curas nos la recuerdan en los cementerios el día de Todos los Santos, cuando este día siempre fue de bullanguera fiesta y alegría desparramada a raudales. El día de los difuntos se dejaba para el siguiente. La Iglesia Católica, Apostólica y Romana, como hizo tantas veces a lo largo de la historia, adulterando, al igual que los desnortados y metomentodos del espurio ‘Halloween’, las fechas de nuestro calendario.
Todas las fotos pertenecen a los archivos de: José María Domínguez Moreno, Vicente Martín Martín, Luis Fernando Sánchez Domínguez y Félix Barroso Gutiérrez
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor
Publicado en octubre de 2023