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Santibáñez el Bajo: A las puertas de las Fiestas del Santo Cristo

Ritual de “Echal la Bandera”, en la procesión. (Foto: Benjamín Amador Blanco).

(En recuerdo del grupo folklórico ‘Valdelagares’, que puso en marcha el ‘Festival de Bailes y Danzas de habla astur-leonesa del antiguo Reino de León’, celebrado varios años en las fiestas del Cristo de la Paz)

La modernidad atravesada, que es todo lo opuesto a la modernización de lo que impide el avance de la civilización (no de lo virtuosamente anticuado), trajo consigo el individualismo, la globalización que mató a la diversidad y la ostentación. Un aparentar que no se correspondía a la realidad socioantropológica. Hablando en lenguaje llano de la zona, ‘el regüetral a chorizu la comicanda y no probaba más que morcilla de calabaza’ (‘eructar a chorizo la cuadrilla y no cataba sino morcilla de calabaza’).  Algunos con posibles pusieron muy alto el listón de las mayordomías, preparando un convite para todo el pueblo; cosa que ocurrió aquí y allá, acá y acullá.  Los que ya estaban comprometidos con el cargo, para no ser menos, quisieron continuar ascendiendo por el mismo camino, pero salieron empeñados en el intento.  Presumir de lo que no hay, importando un pito la enjundia esencial de la promesa.  La misma jactancia y vanagloria que en las bodas o comuniones.  El capitalismo y su sociedad de consumo empezaron a tirar cohetes; pero, no tardando, naufragaron las mayordomías.

Miembros del grupo de bailes y danzas “Valdelagares”, que representó en muchos escenarios y animación de calles la tradición etnomusicológica del pueblo de Santibáñez el Bajo.  En los años en que estuvo activo acompañó a la imagen del Cristo en las procesiones y ejecutó en su honor antiguas danzas. (Foto:  Archivo:  F.B.G.)
Cuatro mayordomas de las fiestas del Cristo-2023 custodiando la imagen del Cristo de la Paz: Choni  Montero Pérez, Milagros Jiménez Barroso, Mari Cruz Esteban Ramajo y Yolanda Martín Montero. (Foto:  Mayordomas)

Una comunidad vecinal tiene resortes para salir del atolladero si se lo propone.  Una fiesta patronal no alcanza su cénit si el santo o la virgen de turno carece de mayordomos, máxime cuando los rituales festivos se han mamado desde la cuna.  Las fiestas del pueblo que te vio corretear por sus calles son algo sagrado, que no nos las toquen, las den de lado y las condenen al ostracismo.  Porque, entonces, nos ponemos gallitos incluso los que somos descreídos y caminamos por sendas totalmente secularizadas.  Hogaño, un grupo de hermosas hijas del lugar de Santibáñez el Bajo cogió la sartén por el mango (el pasado año fue una gavilla de varones) y se erigieron en mayordomas, lo que el pueblo agradece emotivamente.  Chari Calvo García, Chelo Jiménez García, Choni Montero Pérez, Fati Montero Corrales, Lucía Montero Basquero, Maribel Montero Barroso, Mari Cruz Esteban Ramajo, Milagros Jiménez Barroso, Yolanda Gil Gil y Yolanda Martín Montero sellaron firme compromiso y están entusiasmadas con estas fiestas que ya están a las puertas.  Sus razones están diáfanamente claras.  Que hablen ellas: Porque somos santibañejas, nos gusta nuestro pueblo y nos sentimos orgullosas de ellos a pesar de que la mayoría vivimos fuera desde nuestra adolescencia.  Queremos conservar sus fiestas y tradiciones, tomando el testigo de nuestros padres y también, con ello, pasárselo a las siguientes generaciones con la misma emoción e ilusión con la que nosotras lo vivíamos.  Creemos que la mejor forma de honrar y homenajear a nuestros ancestros es poner en valor su herencia, no olvidándonos que forma parte de nuestra identidad y sintiendo orgullo por ello’.

‘LA VELÁ’

Antigua procesión del Santo Cristo (Foto: Archivos Benjamín Amador Blanco)

Las fiestas, como así fue costumbre desde que se fundara la ‘Cofradía de la Vera Cruz’ (siglo XVI), se inician el día 22 de septiembre con los rituales, al anochecer, una vez finalizada la novena, de ‘La Velá’.  Las mayordomas se encargarán de tener preparadas los capazos o capacetas, que, años atrás, cuando llegaron a funcionar cuatro lagares de aceite, movidos por las aguas del arroyo ‘El Pizarrosu’. hoy convertidos, lamentablemente, en un rimero de escombros y comidos por las zarzas, se traían de tales almazaras.  Arden las capacetas, trayendo ecos de posibles y antiquísimos cultos solares, mientras el tamborilero no para de tañer su flauta y aporrear el tamboril, animando al personal a marcarse una jota, un perantón, un ‘valseu corríu’ o un pasodoble.  Al día siguiente, a primeras horas de la mañana, saldrán las mayordomas, acompañadas por el tamborilero, a ‘pidil pal Cristu’, recorriendo casa por casa.  Repicarán más tarde las campanas, anunciando la procesión, que se encaminará desde la ermita del Cristo de la Paz a la iglesia parroquial.   Esta ermita fue una ampliación, realizada en el siglo XVIII, de otra más pequeña y con probada antigüedad, tipo humilladero, puesta bajo la advocación de los Santos Mártires (San Fabián y San Sebastián).  Durante todo el trayecto, se llevará a cabo el rito, perdido en la noche de los tiempos de ‘Echal la Bandera’, que ejecutan todos los vecinos y forasteros que lo deseen, hincando la rodilla en tierra y haciendo flamear la bandera con arte y soltura, evitando que la tela se enrolle en el mástil y llevando el compás del viejo son que toca el tamborilero.  La consabida misa concelebrada, que nos trae los recuerdos de las emotivas homilías que desgranaba don Fausto Sánchez Dosado, hijo del pueblo y que ejerció de cura en diferentes puntos geográficos de la provincia cacereña.  Sus palabras, cargadas de historias locales en relación con la devoción al Cristo, calaban hasta el tuétano de los paisanos y se producía una especie de catarsis colectiva.  A su muerte, le tomó el relevo otro hijo de la localidad, que iba para cura pero colgó los hábitos: Ernesto Casas Corrales, que también hacía vibrar a los fieles con su alocución.  Nonagenario ya y residente en Madrid, dejó de acudir a la cita hace escasos años.  Ahora, es Florentino Dosado Gómez, también hijo del pueblo, que fuera capellán de alto rango en la Armada española, es quien se encarga de oficiar los actos religiosos.

Introduciendo el Cristo en el templo parroquial, tras la procesión.  (Foto: Archivos Benjamín Amador Blanco).

Ofertorio

Acabada la misa, las mayordomas ofrecerán un refrigerio, a base de dulces tradicionales y buen vino de pitarra, en la plaza mayor, a todo el que se acerque.  Parece ser que este piscolabis debe correr a cuenta de los bolsillos de las que se ofrecen voluntarias para que la tradición no decaiga, encargándose no solo del festejo en sí, sino también en cuidar todo un año de la ermita y sus espacios ajardinados.  Lo suyo es que tal vino de honor fuera abonado por el propio Consistorio, como institución representativa de todos los vecinos y en tanto y cuanto es el encargado de custodiar los dineros públicos.  De no ser así, puede que al voluntariado le quede poco recorrido.  Años atrás, un nutrido grupo de tamborileros, al que acompañaban varios danzarines, pertenecientes a la ‘Corrobra Estampas Jurdanas’, ataviados con sus indumentarias tradicionales, se desparramaban por las calles al terminar la función religiosa y llevaban sus cánticos y danzas, durante toda la jornada, hasta bien entrada la noche, a lo largo y a lo ancho del pueblo.

Ritual de “La Velá”, con la quema de las capacetas.  El joven tamborilero Saúl Barroso Azabal anima a los vecinos para lanzarse al baile. (Foto:  Rebeca Montero Sánchez)

Compadreo y comadre por los bares; hoy reducidos a la cuarta parte, a medida que la población ha ido perdiendo habitantes, y, luego, mesa puesta, en la que siempre suele haber invitados, aunque ya se perdió la confraternización con allegados, ‘La Conocencia’, de pueblos aledaños.   A media tarde, tendrá lugar otro de los rituales más emblemáticos de las fiestas: ‘El Ofertoriu’, en el que las mayordomas se encargaran de subastar, con el megáfono en la mano, los productos agropecuarios y otros donativos que los vecinos ofrecen al Santo Cristo.  Hay reñidos piques a la hora de pujar por las ofrendas.  Este ritual se suele alargar, a veces, hasta el anochecer. El ‘Ofertoriu’, así como ‘El Ramu’ que es llevado en unas andas a lo largo de la procesión, tienen mucho que ver con las antiguas fiestas romanas de ‘La Cerialia’, e incluso otros rituales prerromanos, pero largo sería el extendernos en desmenuzar la antropología y etnología que subyacen bajo el manto de las actuales fiestas.  Acto seguido, encabezado por el joven tamborilero Saúl Barroso Azabal, el pueblo acompaña a la Imagen del Cristo para llevarlo a su ermita.

Luis Martín Domínguez, “Ti Lui el Tamborileru” o “Ti Lui Bulla”, que fue durante muchos años tamborilero del pueblo, encabeza la procesión al salir de la iglesia en las fiestas del Cristo de 1964.  (Foto: Archivos de Benjamín Amador Blanco).

Las fiestas continúan el día 24, conocido con el nombre de ‘El Cristu Vieju’, y el día 25, cuando dan comienzo las ferias del vecino pueblo de Ahigal.  En esta jornada, se celebrará una comida popular en el pabellón municipal.  No faltarán, en estos días, las consabidas verbenas; conciertos; la disco móvil para los más jóvenes; torneos de tute, mus, ping pong y futbolín, así como otros espectáculos para los aficionados a la tauromaquia.

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Fotografía superior: Ritual de “Echal la Bandera”, en la procesión.  (Foto: Benjamín Amador Blanco)

Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor

Publicado en septiembre de 2023

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