Agarrando el hilo del relato legendario de Adriana Montero Sánchez, iniciado en el capítulo anterior, intentamos recordar sus palabras, vertidas hace ya muchos años, siendo nosotros rapaces, en las estrelladas noches de los estíos de nuestras pétreas patrias infantiles. El viajero precisa conocer los deshilvanados retazos de la oralidad, a fin de hacerse una mayor y mejor composición del lugar por el que va transitando. ‘Ti Adriana’, que emprendió el último viaje el 19 de marzo de 1977, matrimonió con Eleuterio Calle Montero. Tal y como nos refiere su nieto y gran amigo nuestro, José María Sánchez Calle (‘Pepe’ para sus paisanos), la novia de siempre de su abuelo Eleuterio era Isidora, hermana de Adriana. La alocada ‘Guadaña’, que nunca para en su mortuorio oficio, vino a por Isidora cuando se empezaba a hablar de su boda. Las leyes consuetudinarias, nunca escritas, pero tajantemente acatadas, disponían que, en caso de fallecer la novia, el novio debería casarse con una hermana de esta, siempre y cuando no estuviese ya comprometida. Por ello, Eleuterio se casó con Adriana.
Advertimos a nuestro amable viajero que, como bien dice el buen amigo Eloy Martos Núñez, catedrático en la Facultad de Educación de la Universidad de Extremadura y gran estudioso de las leyendas que ‘unas veces (la leyenda) se partirá en fragmentos inconexos que el pueblo conserva a propósito de determinados lugares y hechos o bien que, con el tiempo, se trencen todas sus piezas en un argumento estructurado. El caso es que seamos capaces de percibirlas entre los trozos sueltos o bien en la forma total y consistente de un ‘jarrón’, si es que el proceso de ‘tradicionalización’ ha conseguido fijar sus elementos’. (‘Memorias y Mitos del Agua en la Península Ibérica’, Madrid, 2011). Efectivamente. Hay que hilar de acá y de acullá y no es raro que para recomponer la vasija hendida se obre un milagro cuando, de pronto, algún informante nos suelta las cuatro palabras clave. Es preciso, por ello, escuchar con la debida atención y anotar hasta la respiración del que habla. Luego, cuando el puzle esté ultimado, habrá que visitar una, dos o diez veces los parajes que se recrean en los topónimos mitificados y patearlos milimetradamente.
Hablaba ‘Ti Adriana’, como bien sabe el viajero releyendo la entrega anterior, que el ‘Rey Morón’ habitaba en una enigmática covacha y era dueño de una gran vacada. Pues he aquí que dicho rey se enamoró de una bella mujer, que era dueña y señora de las tierras que se extendían a la parte allá del río grande. Se llamaba la reina ‘Marimonda’ o algo parecido. La memoria, después de tantos años, puede que se descarrile, al carecer de anotaciones y de documento fonográfico. Hay que tener muy en cuenta que la memoria no es una cámara fotográfica. Nunca atesora la memoria un relato en su totalidad; tan solo un esquema del mismo. Cuando hacemos un supremo esfuerzo por traer los ecos de los recuerdos, vertebramos tal relato en consonancia con muchas experiencias acumuladas. No se nos puede exigir que plasmemos algo puro, siguiendo al pie de la letra lo que nos narraron cuando éramos zagales. Nuestra mente tiende a urdir una historia, a la que dota de planteamiento, nudo y desenlace. Los recuerdos se personalizan y se distribuyen por las redes de memoria, las cuales recorren y traspasan los lóbulos de nuestra masa cerebral. Pero preciso es no desviar la atención del viajero con intríngulis que no son tan fáciles de desentrañar. El caso fue que la citada reina estaba dispuesta a recoger los tejos que le tiraba el ‘Rey Morón’ si a cambio daba con el paradero del becerro de piedra que se escondía en las entrañas breñosas del paraje de ‘Las Canchorras’.
Hace ya muchos inviernos, en una matanza, un lugareño llamado Bonifacio Montero Esteban, que respondía mejor por el nombre de ‘Ti Faciu el Fraili’, me habló de tal becerro y anoté un curioso dicho: ‘En lo altu Las Canchorras, / hay un becerru de piedra. / Aquel que lo desentierri / se cubrirá de riquezas’. Facio nos contaba que, siendo mozo, se dejó engatusar, con otros dos o tres más, por un tal ‘Ti Antoniu ‘Lechi’, que refería que había soñado tres noches seguidas con el becerro y el punto concreto donde estaba enterrado. Con pico y pala, acudieron al lugar y, tras ‘dalsi una soba’ (esforzarse al máximo) de cavar, solo sacaron tierra y piedras. Todo el gozo en un pozo. Al parecer, se decía que el becerro tenía toda la barriga llena de ‘dobras’ de oro. Pues he aquí que, según ‘Ti Adriana’, al ‘Rey Morón’ le sucedió algo semejante. Puso a picar a todos los que estaban bajo su comando y, después de quedar ‘tos esgualdramillaus’ (agotados), no sacó en limpio nada. El ‘descalientu’ (desazón) fue tremendo. Entonces, el ‘Rey Morón’ se enemistó con la reina ‘Marimonda’ y se enfrentaron los dos ejércitos en el sitio de ‘La Naviguerra’ (topónimo que se conserva en la actualidad). El rey se alzó con la victoria. Para humillar y vejar por completo a los vencidos, allí, en mitad del campo, desgarró las ropas de la reina derrotada y abusó de ella. Cuando perpetraba tan viles desenfrenos, cuentan que se abrió el cielo en dos mitades y se oyó una voz poderosa: ‘Ay, rey Morón, rey Morón, / condena tienis echá: / te convertirás en piedra / pa toda la eternidá’. Y así sucedió. Remataba ‘Ti Adriana’ la leyenda significando que, por ello, al mogote peñascoso que está por debajo de ‘La Juenti el Perru’ se le nombra como ‘El Canchal del Rey’. Más hacia el saliente, como a dos tiros de honda, se encuentran las caballerizas que estaban construyendo los criados del rey y que nunca las finalizaron.
Toponimia y sincretismo
Françoise-Marie Arouet, más conocido por ‘Voltaire’, escritor, filósofo e historiador francés, decía que ‘la toponimia es una ciencia en las que las vocales no son nada y las consonantes muy poca cosa’, mostrando así su complejidad. Cuando se pretende desentrañar tal complejidad, nos encontramos con que un territorio, sea el que sea, está plagado de topónimos, que no es conjunto léxico homogéneo en lo referente a su formación. Se han ido incrustando topónimos a lo largo de los siglos y los que procedían a tal bautizo de nuestros campos fueron personas muy distintas y a las que les movieron diferentes motivos para barajar tales o cuales nombres; algunos de ellos tuvieron mejor aceptación que otros y han perdurado a lo largo de los tiempos. En nuestro marco referencial o área estudiada, contamos con topónimos cuyo significado no presentan dudas, como es el caso de ‘Las Canchorras’ (conjunto de riscos o canchos), o ‘El Chorritu’ (regato o riachuelo). El del ‘Canchal del Rey’ ya vimos que se trata de una apofenia que generó toda una leyenda y cuyos orígenes son nebulosos, prácticamente indescifrables. Tenemos también una ‘Juenti el Perru’. Se hace alusión a una fuente; pero ¿por qué ‘del perro’ y no de ‘la oveja’ o ‘del lobo’? Nadie nos aclaró nada y dudamos que se resuelva el caso. Un topónimo más nos lleva al paraje de ‘La Naviguerra’, por los que ya transitó el viajero allá por noviembre de 2019 (capítulo XII: ‘Por los Montes de Cáparra: entre ‘múruh’ y zajúrdah’). Tal topónimo viene que ni pintiparado para la leyenda. Referencia hace a una nava; o sea, a unos terrenos más bien llanos, con buena permeabilidad, abundancia de fuentes y tendencia a encharcarse en los inviernos. Su etimología, en razón a serios estudios, nos hace pensar en un vocablo precéltico y hallstático. Su relación con temas mistéricos y mitológicos, así como escenario de antiguas batallas, está muy presente en el Patrimonio Oral.
El relato de ‘Ti Adriana’, de manera sucinta, que no es cuestión de complicarle la vida al viajero, responde a un patrón donde la paleoleyenda, que, en la zona de Hurdes, parece no estar contaminada, pasa a convertirse en neoleyenda. El hecho de que el rey acabe sus días convertido en una dura roca a causa de un encantamiento o por otros poderes hechiceriles, implica el uso de elementos más arcaicos, donde lo esotérico y escatológico juegan un papel importante y tiene una concreta localización, al contrario que los cuentos. Cuando interviene una divinidad, como es el caso de nuestro relato, se nota a las claras que se ha producido un forzado sincretismo. El hecho de que el cielo se raje y baje una voz desde lo alto recriminando y castigando el acto vil del forzador, es como una demostración palpable del poder de Dios, en un sentido cristiano. Esto es muy frecuente en las antiguas leyendas que fueron asperjadas por el agua bendita de los eclesiásticos y sometidas a toda una refinada reelaboración. Dejamos al viajero con la fascinación recorriéndole su cerebelo y con cierta sugestión a cuestas, lo que le expone a que encuentre pareidolias a diestro y a siniestro por este inmenso berrocal y le pueda ocurrir como al caballero de otro relato que se narra por estos pueblos. Pero aparquémoslo para otra ocasión, que se acerca la borrasca y da agua para el fin de semana. Ojalá acierten los pronósticos y septiembre nos reciba con los brazos cargados de humedades.
Foto Superior: El bosque de quercíneas adquiere aspecto selvático en algunas áreas donde el sotobosque se apodera de árboles y riscos, dentro de los parajes de “El Chorritu” y “Las Canchorras”
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor
Publicado en septiembre de 2023