
Algo que envidio de la vejez es la capacidad que las personas mayores tienen de decir las cosas sin reparos, sin preocuparse por lo que puedan pensar los demás, y que los convierte, en buena medida, en cínicos en su sentido original, filosófico, en lo que el cinismo tiene de subversión frente a las convenciones sociales, una falta de reparos que a menudo, cuando dicen, por ejemplo, cosas inorportunas, hace sonrojar a quienes nos encontramos nel mezzo del cammin di nostra vita, a los que nos hayamos entre las dos infancias entre las que parece transcurrir nuestra existencia. Digo esto último porque el de que los ancianos se acaban volviendo como niños es otro de los grandes tópicos sobre la vejez, lo mismo que el de que, asustados al sentirse vulnerables y cada vez más cerca de la muerte, se vuelven egoístas y solo piensan en ellos, tópicos que tendemos a exagerar cuando hablamos de ellos, pues la vejez se presta, como pocas cosas, al exceso, a la caricaturización, a hablar de ella con una comicidad desmesurada, con un no menos exagerado dramatismo o con ambas cosas, pero casi siempre de manera desacerbada, con ternura paternal y condescendencia. Por eso, una de las grandes virtudes de Misericórdia, la última novela de la excelente escritora portuguesa Lídia Jorge, es el retrato tan ponderado que hace de la vejez, sin cargar mucho las tintas en ningún sentido, asomándonos a ella a través de los ojos de su narradora, Maria Alberta Nunes Amado, Alberti, una mujer que, tras sufrir una caída grave, decide abandonar su casa para ir a vivir a una residencia de ancianos. Una de las cosas más extraordinarias de la novela es cómo la autora logra que nos asomemos al mundo a través de los ojos de su personaje, haciéndonos sentir lo que probablemente se siente, y que comprendamos la razón de muchas de esas situaciones o actitudes que integran los tópicos asociados a la vejez. Así, el libro comienza, en buena medida, transmitiéndonos la angustia, la importancia, que provoca olvido, de las palabras o recuerdos que se escapan, en unos capítulos iniciales en los que Alberti, amante amateur de la geografía, es incapaz de recordar de qué país es capital Bakú, pero también la de ser incapaz de alcanzar desde su cama el llamador para avisar a las cuidadoras en momentos en que, sobre todo por la noche, el miedo la atenaza. Pero también es capaz de transmitirnos las formas del amor, de la amistad o de las relaciones con los hijos en esa etapa, o la relación que se tiene de la muerte, y de ofrecer una visión seguramente muy acertada de cómo es la vida en una residencia, un lugar que parece un compendio de todo lo humano, donde, tanto del lado de los cuidadores como del de los internos como en la relación de los unos con los otros, hay de todo, desde situaciones de una ternura y una solidaridad conmovedoras hasta situaciones de crueldad extrema, esa de la que solo parecen ser capaces, por su absoluta falta de inhibición, los niños y los ancianos, pasando por escenas costumbristas de un lugar como ese, en el que todo sucede con la intensidad con que suceden las cosas cuando estamos pocos, juntos muy encerrados, con esa intensidad desaforada que vemos, por ejemplo ―aunque, en ese caso, de forma deliberada y muy medida― en realities como Gran Hermano. Por lo demás, no hay que ser un lince para, en un libro que es una suerte de diario, que comienza en abril de 2019 y que va avanzando inexorable hacia el final de ese año, mirando su grosor, sopesando el número de páginas, imaginar hacia qué terribles acontecimientos puede conducir, acontecimientos ciertamente terribles, desoladores, que acaban por llegar y que Lídia Jorge narra con piedad (con misericordia, si hacemos honor al título del libro) y una serenidad inaudita, de forma breve, en siete parágrafos, sin excesos, sin recrearse en la catástrofe pero sin ahorrarnos tampoco detalles de la devastación, con una contención y una belleza que emocionan, por lo terrible y por lo bello y por la dignidad y la entereza con la que, a pesar de todo, nos muestra a sus personajes enfrentándose al Armagedón. Y hasta aquí puedo leer, porque quienes tienen que leer el libro son ustedes. De momento, los que sepan un poco de portugués. Ahora solo falta que alguna editorial de aquí, con toda probabilidad La Umbría y la Solana, el sello que más viene haciendo estos últimos años por dar a conocer la literatura portuguesa en nuestra lengua, pueda ofrecer esta maravilla al lector en español. Espero que no tarden, y que no tarden ustedes en tener esta espléndida novela entre las manos.
Misericórdia
Lídia Jorge
Dom Quixote
21,90 euros
Texto de Juan Ramón Santos para su columna Con VE de libro
Publicado el 23 de junio de 2023