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Cuentos de Plata

Cuando pienso en José Ignacio García, el autor de La memoria de los crisantemos, se me viene a la memoria aquel famoso verso en el que Baudelaire apelaba al lector llamándolo mon semblable, mon frère, esto es, mi semejante, mi hermano, y me sucede porque José Ignacio y yo llevamos en buena medida vidas paralelas: los dos escribimos hace tiempo (él hace veinticinco años; yo, cerca de veinte), los dos nos dedicamos a la crítica literaria (yo, en esta página web; él en medios tan prestigiosos como ABC o La Nueva Crónica de León) y, sobre todo (pensando sin ir más lejos en las recientes fotos de José Ignacio acompañando a escritores en una carpa no muy diferente de esta en la feria del libro de Medina del Campo), los dos somos en buena medida, utilizando el sintagma que dio título a un magnífico ensayo de Antonio Sáez, corredores de fondo, pertenecemos a esa noble cofradía de individuos discretos que se mueven entre bambalinas, a la sombra de las generaciones y de los grandes nombres, dándole cuerda al tinglado literario, y es que José Ignacio es un agitador cultural incansable, el alma, entre otros proyectos, de “Contamos la Navidad”, una iniciativa con la que desde 2009 lleva reuniendo a escritores e ilustradores en una preciosa antología de relatos navideños con el solo objetivo de fomentar el hábito de la lectura, labor encomiable que le hizo merecedor del premio “La armonía de las letras” en 2015 y que, como dije ya en alguna ocasión, ensombrece tal vez a ratos su propia obra, ya extensa, integrada por la novela Mi vida, a tu nombre y por los libros de relatos –género por el que tiene marcada predilección– Me cuesta tanto decir te quiero, Vidas insatisfechas, Entre el porvenir y la nada (Premio Miguel Delibes de Narrativa, 2009), La sonrisa del náufrago, El secreto de su nombre, El cuento que quisera escribir contigo o Algunas historias no sirven para escribir canciones de amor.

José Ignacio García cumple, como acabo de decir, veinticinco años como narrador, “algo así como unas bodas de plata literarias” ‒dice él mismo en su libro‒, y esa fue la razón que llevó a su editor, José Antonio Rodríguez Lozano, a celebrarlo proponiéndole publicar un volumen de relatos conmemorativo, propuesta que el autor aceptó gustoso. Y como veinticinco son los años que celebra y el veinticinco (de diciembre) es el día de Navidad, festividad en torno a la que tanto ha escrito tantos cuentos y que protagoniza el proyecto cultural del que antes les he hablado, decidió que ‒citándolo de nuevo literalmente‒ “veinticinco tenían que ser los cuentos apriscados en este redil de palabras”, decisión que ha cumplido con exactitud reuniendo diecinueve cuentos ya publicados, aunque revisados y en parte puestos al día, a los que ha añadido seis más inéditos hasta ahora, entre ellos el que da título a la colección, “La memoria de los crisantemos”, en el que rinde homenaje, por cierto, al desaparecido escritor de novela negra Domingo Villar.

Comprendo que alguien podría pensar, al describir de ese modo el libro, que La memoria de los cristantemos es una colección de cuentos plagados de árboles, de espumillón, de lucecitas, de amor y de buenos propósitos, que contiene un conjunto de relatos tan previsibles y empalagosos como las bandejas de dulces que todavía se preparan en muchas casas para agasajar a los invitados en Navidad, pero lo cierto es que lo que José Antonio nos ofrece en este libro se parece más a un menú degustación en el que hay de todo, dulce, ácido, salado y amargo, con una variedad que ya quisieran para sí muchos manteles en Nochebuena. Así, en La memoria de los crisantemos hay, por ejemplo, mucho humor, sobre todo mucho humor negro muy negro, como en “Una sentencia de muerte, segura” o “La coleccionista de esquelas”; historias de amor teñidas, como en “La vecina del pezón tímido” o en “Ella y él”, de un cierto fatalismo; cuentos ambientados en ese momento crítico en el que la infancia empieza a quedar atrás y el individuo comienza a descubrir el mundo de los adultos, como sucede en “La nevada” o en “El secreto de su nombre”; indagaciones en la condición humana como en “El amigo invisible” (si es que el resto de los relatos, en general, no lo son también); escenas de costumbrismo peculiares, como la de “Una pareja de picoletos”; y guiños, claro, como no podía ser menos, al famoso “Cuento de Navidad” de Dickens, que es lo que José Ignacio perpetra en relatos como “El mendigo elegante” o “Martín Scrooge”.

Hablamos de variedad de temas y de tonos, pero también la hay en el tratamiento del elemento que aglutina todos estos cuentos, la propia Navidad, que en ocasiones es el auténtico motivo de sus historias, como en “El mercader de Bethlehem” o en “El milagro del buey mago” ‒que podrían pasar por reescrituras del relato evangélico, por textos de un Nuevo Testamento apócrifo‒ hasta otros en los que, más que el sujeto o el complemento directo de la narración, es una suerte de complemento circunstancial, como sucede en “(S)Icaria” o incluso en “La memoria de los crisantemos”, lo que demuestra, en último extremo, que cualquier excusa es buena para hacer literatura, que la literatura se puede aferrar a un tiempo o a un espacio cualquiera, arraigar y echar fruto, sobre todo cuando, como en el caso de José Ignacio García, lo que hay detrás son unas enormes ganas de contar y una decidida voluntad de estilo, un estilo caracterizado ‒utilizando palabras del poeta Tomás Sánchez Santiago en el prólogo de su anterior libro de relatos, Algunas historias no sirven para escribir canciones de amor‒ por “una pasión expansiva por el hecho de contar” que se aprecia la demora con que escribe, recreándose en cada frase, sorprendiéndonos cada dos por tres con comparaciones inesperadas que llenan de viveza el relato, consciente como el autor es, sin lugar a dudas, del poder de encantar que tienen las palabras. A este respecto, el escritor Santiago Redondo Vega, en el prólogo de La memoria de los crisantemos, lo caracteriza como “imaginativo, lúcido, obstinado, mordaz, ácido, sensible, meticuloso en las formas, profundo en los argumentos (y) sorpresivo en los finales”, señalando también que “el autor hace gala de un especial cuidado de ambos en cada renglón que escribe” y que, en lo que respecta al uso de la lengua, “en general es frondoso en palabras, meticuloso en la utilización de términos, amplio, culto, científico, cotidiano o de argot en función del jaez que cada idoneidad prescribe.”

Me llama la atención que el prologuista destaque, además, que José Ignacio “asume de buen grado el rol que sus personajes le otorguen como narrador, ya sea de renegado o de sumiso, de beligerante o de calmo, para trasladar al papel con especial maestría la literaria impronta de lo real y de lo irreal, de lo cotidiano y de lo inhabitual, de lo público y de lo privado”, pues, ciertamente, si al autor le preocupa el estilo, le preocupan también los personajes, verdaderos protagonistas ‒aunque pueda sonar a obvio‒ de sus historias, por encima incluso de su propia voz, tan potente y reconocible, como si, un poco al modo de Balzac, José Ignacio García quisiera ofrecernos, con sus relatos, en primera o tercera persona, su particular comedia humana. A este respecto, en su libro anterior, Tomás Sánchez Santiago hablaba de una “persistencia en querer iluminar las esquinas del alma de los débiles” marca de la casa de un autor que –como también decía el poeta zamorano– trata a sus personajes con compasión, “como si tratase de convencerlos a ellos de que aquello que les ha sucedido no ha sido para tanto, de que merece la pena seguir viviendo”, incluso, diría yo, aunque pueda sonar a paradoja, cuando trata de ser cruel con ellos, lo que sucede en más de una ocasión en esta Memoria de los crisantemos que presentamos hoy.

Eso y mucho más podrán encontrar en este libro, que tal vez pueda parecerles extemporáneo, pero en el que, además de disfrute, tal vez puedan encontrar también, en esos relatos navideños rodeados de frío y de nieve y de diciembre, algún alivio contra los rigores de este verano no menos extemporáneo que inesperadamente, en estos días de primavera, nos asedia, un motivo más, junto a los que ya he ido dejando caer, para sumergirse en la lectura de estos veinticinco cuentos de Navidad.                    

La memoria de los crisantemos y otros cuentos de Navidad

José Ignacio García

Castilla Ediciones

16 euros

Texto de Juan Ramón Santos para su columna Con VE de libro

Publicado el 26 de mayo de 2023

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