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Notas históricas para entender mejor el Mercado Medieval de Cáceres

Se acercan fechas marcadas en rojo en el calendario de habitantes y visitantes de Cáceres. Noviembre es el mes en que el reverdecer de los campos extremeños es ya notorio, en el que se disfruta de otoños espectaculares en nuestra región y en el que se celebra, en efecto, el Mercado Medieval de las Tres Culturas en la ciudad cacereña.

Cuando un evento alcanza su edición número 22 explica por sí mismo el éxito pasado y presente del que goza. Un año más las calles del casco histórico de la capital altoextremeña se inundarán de paseantes, la música y el alboroto regirán durante tres o cuatro días, los puestos de comida rápida rociarán el ambiente y los tenderos comenzarán con buen pie -esperemos- la temporada navideña. Todo es positivo, a priori, desde la óptica social y económica, pero, ¿y desde la cultural?

En principio, el nombre de la cita mercantil cacereña sugiere un viaje al “tiempo medieval” y algo así como una inmersión en las “tres culturas”, auspiciados por el carácter también “medieval” de la parte antigua. Sin embargo, pese a la apariencia histórica de estos epítetos -que hemos entrecomillado- no siempre está intrínseca la idea de cultura. Es común, por el contrario, su confusión con lo que es estrictamente turístico. Sin ánimo de ser excesivamente puntilloso pero llevado por la responsabilidad que ha de guiar a un historiador, creo que puede resultar orientativo exponer tres sencillos matices que ayuden a una mejor comprensión de este evento cacereño.

Primero. En las últimas décadas el adjetivo “medieval” se ha extendido cual mancha de aceite por un sinfín de aspectos de nuestra sociedad. Su concepto es negativo en algunos casos, sinónimo de “oscuridad” incluso, por ejemplo, en “mentalidad medieval”. En otros, no obstante, resulta atractivo para el gran público y económicamente rentable: “casco histórico medieval”, “disfraz medieval”. Así, en la cuestión que nos ocupa, un “mercado medieval” asegura ventas siempre y cuando tenga apariencia “de época” entre lo romano y lo decimonónico, más si va acompañado de disfraces y banderas. Pero estaría bien tener presente que de medieval, en sentido histórico, no suele tener mucho ya que no suelen abundar los animales, los malos olores o la suciedad, entre otras características realmente “medievales” y en la mayoría de los casos apenas se ajustan al apelativo de “artesanal”.

Segundo. Es cierto que podemos remontar a la Edad Media -más concretamente, a la Baja Edad Media, esto es, siglos XII-XV- gran parte del legado patrimonial y de la propia estructura urbana de Cáceres. Pero también lo es que si un cacereño del siglo XIV paseara hoy por la parte antigua tendría serias dificultades para reconocer su otrora villa. No sería tan difícil, sin embargo, para un cacereño del siglo XVII. Ello se debe a que fue durante el siglo XVI -centuria renacentista por excelencia- cuando Cáceres experimentó los mayores cambios arquitectónicos de su historia. Quedarían, obviamente, construcciones y remodelaciones más recientes en el tiempo -complejo jesuita, arco de la Estrella, desaparición de puertas o del lucido de las fachadas, etc.-, pero no tan profundas como las acontecidas en el siglo XVI.

Aquel cacereño “medieval” podría reconocer buena porción del recinto amurallado, el arco del Cristo, el aljibe andalusí -no sus bóvedas-, alguna que otra torre y/o casa-fuerte, la advocación de las parroquias y no mucho más. Nada queda del suelo de tierra que pisaba, de la profusión de ladrillo y encalado de las fachadas, de la arquitectura primitiva de las iglesias, de las numerosas calles estrechas y/o sin salida, del alcázar coronando la parte alta o de los soportales de madera que probablemente había en la plaza Mayor. El esplendor económico vivido desde finales del XV en adelante y la petrificación de la riqueza modificaron la faz de la Cáceres medieval para convertirla en renacentista. Este último adjetivo es el que se ajusta más a la realidad patrimonial cacereña.

Tercero. Sobre las llamadas “tres culturas” hay muchos mitos. No es éste espacio para desarrollar cada uno de ellos pero digamos al menos que, en lo que a la convivencia o coexistencia respecta, había entonces quienes eran más “tolerantes” -palabra no del todo adecuada- y quienes lo eran menos, y que la práctica discriminatoria o segregacionista dependía de que unos u otros estuvieran en el poder. Se sobreentiende por “las tres culturas” las tres comunidades étnico-religiosas de mayor presencia en la sociedad hispánica medieval, es decir, la cristiana, la judía y la musulmana. De ahí que sea más correcto hablar de “tres religiones”, puesto que lo cultural reviste mayor complejidad definitoria en tanto que se daban mezcolanzas y tradiciones lingüísticas, jurídicas, artísticas o de cualquier otra índole que invalida la trigrupalidad estanca supuesta. 

En Cáceres hubo un porcentaje muy significativo de judíos -tal vez más del 10% de la población de la villa a finales del siglo XV-, pero no lo fueron tanto los musulmanes/mudéjares -que apenas serían unas pocas familias, pues no conformaban aljama de moros-. La mayoría de los judíos y los escasos mudéjares cacereños vivían en los contornos de la plaza Mayor en los años previos a su expulsión y/o conversión, donde fueron apartados por orden dada en 1478. En el interior del recinto amurallado cacereño no hubo barrios delimitados para las minorías. En la llamada “judería vieja” también vivieron cristianos, entre ellos moriscos y gitanos en el siglo XVI y siguientes.

Como se intuye, el Mercado Medieval de las Tres Culturas de Cáceres puede conllevar erróneas interpretaciones históricas si no se especifica su carácter meramente turístico. Se deberían dedicar esfuerzos a incorporar la perspectiva académica y cultural si no queremos que la ciudad se parquetematice. Pero disfrútenlo igualmente.

Juan Rebollo Bote

Lusitaniae – Guías-Historiadores de Extremadura

www.guiashistoriadorex.com

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