Desconfío de los libros póstumos. Sospecho que esconden, por lo general, sutiles operaciones comerciales. Desde luego, hay excepciones notables. Así, a bote pronto, se me vienen a la cabeza El primer hombre, de Albert Camus –una novela magnífica que necesitaba ver la luz por más que estuviese inacabada y que releí hace poco después de una conversación con Javier Morales y Gonzalo Hidalgo–, o la obra de César Martín Ortiz –un tipo que no dejó de escribir, además con excelente calidad, pero que, por decisión propia, apenas llegó a publicar, cuya narrativa ha venido dando a la imprenta Baile del Sol y cuya poesía ha editado hace poco (no tardaré en reseñarla) José Luis Bernal para la Editora Regional de Extremadura–. Estos días, sin embargo, no he podido dejar de leer una novela póstuma, Riccardino, de Andrea Camilleri, por más que pudiera ser sospechosa de maniobra mercantil. Su autor, que conoció un éxito tardío gracias a la saga de novelas del inspector Montalbano, escribió Riccardino al cumplir los ochenta, en un momento en el que, como le ha sucedido a otros autores encasillados en una saga o con un personaje, comenzaba a estar un poco harto, después de que Montalbano hubiese dado el salto a la televisión y fuese un éxito en todos los sentidos. De hecho, concibió esta novela con la intención de poner fin a la serie. Se ve que luego se arrepintió, o le convencieron de que se arrepintiera, y continuó con ella, llegando a publicar nada menos que veinte entregas más antes de fallecer con noventa y cuatro años en el verano de 2019. Justo un año después, su editorial, Sellerio, de Palermo (cuya colección “La memoria”, por cierto, es preciosa, una delicia), publicó finalmente el libro, que parece poner fin, ahora sí, a las andanzas de Montalbano. Seguramente nunca podremos saber cuáles eran las intenciones reales de Camilleri, si se trataba de una novela descartada o si, como ha sucedido, había planeado dejarla para el final, para despedirse de sus lectores y de su personaje. Tampoco sé si, desde el punto de vista de la trama, la novela está a la altura de las anteriores. Es lenta, turbia, enrevesada y avanza a trompicones, aunque lo cierto es que ese ritmo es deliberado, porque junto al argumento puramente detectivesco, de novela negra, se desarrolla una trama metaliteraria en la que el autor aparece como tal autor conversando con el personaje, que, al hablar con él, se reconoce como un puro personaje, aunque sin dejar por ello de intentar rebelarse para torcer el argumento a su favor. No es algo novedoso. En nuestra Literatura lo practicó ya, por ejemplo, Unamuno en Niebla, y, de hecho, la intención de Camilleri era rendir homenaje a uno de sus maestros, Luigi Pirandello, autor de Seis personajes en busca de un autor. Sin embargo, es curioso, divertido, a ratos vertiginoso, porque rompe las reglas de la novela, y parece por momentos romper también la cuarta pared, provocando al lector para que se ponga de parte del uno o del otro, del autor o del personaje, algo que, por otra parte, tampoco sé si le hará mucha gracia al lector convencional de novela negra, a muchos de los fieles de la saga que buscarán en Riccardino el Montalbano de siempre. En definitiva, muchas son las incertidumbres y los interrogantes que te deja la lectura de esa novela póstuma, pero lo que creo que es cierto es que da al lector una nueva oportunidad –esperemos, eso sí, que la última– de disfrutar de Montalbano, de Catarella, de Fazio, de Galluzzo y de otros muchos personajes secundarios, de los paisajes y rincones de Vigatà, esa Sicilia inventada, de la gastronomía que debora el protagonista y también del humor y del ingenio verbal de su autor, elementos estos, antes que ningún otro, que me convirtieron, hace ya muchos años, en lector (casi) fiel de la saga.
Riccardino
Andrea Camilleri
Salamandra
18 euros
Texto de Juan Ramón Santos para su columna Con VE de libro
Publicado el 4 de noviembre de 2022