Cuando Zacarías Barbero Parra vino al mundo, en el otoño de 1.905, hacía diez años que había fallecido Romualdo Martín Matías (luego, por avatares que no vienen a cuento, sería Romualdo Martín Santibáñez). Romualdo era un jurdano de Pinofranqueado, ultraconservador y ultracatólico, que ejerció como notario en la villa jurdana de El Casar de Palomero. Fue el primer hijo de la tan sobeteada y zarandeada comarca de Las Hurdes que dio a la imprenta una serie de fascículos sobre su tierra, publicados en la revista ‘La Defensa de la Sociedad’. Esta revista se definía como ‘defensora de intereses permanente y fundamentales contra las doctrinas y tendencias de la Internacional’, o lo que es lo mismo: la defensa de las ideologías y cosmovisiones de los postulados de la ultraderecha política y económica. Romualdo, como hijo de Las Hurdes, da acertadas pinceladas sobre el territorio jurdano, pero no atina al meterse en los orígenes y tránsitos históricos y antropológicos, aparte de otras parrafadas donde queda palpable huella de sus preceptos sociopolíticos.
Zacarías Barbero es un jurdano de la alquería de La Huerta que vivirá un montón de años y es fiel testigo de todo lo que sucedía en su entorno. Un campesino y pastor, también colmenero, como la inmensa mayoría de los habitantes de las serranías jurdanas, que, además, tuvo el oficio de arriero, mercadeando con todo lo que se terciara, ya fuera aceite o cabritos o diversos productos de la tierra. Casado con María Guerrero Guerrero, de la alquería jurdana de Riomalo de Abajo, era el cuarto de nueve hermanos, y había que aguzar el ingenio para buscarse la vida. Y bien que se la buscó. Mientras él iba, a lomos de su mulo, por caminos reales o malas trochas, pasando de la demarcación jurdana a la provincia de Salamanca o a tierras de Extremadura, sorteando siniestras sombras en tiempos del ‘Extraperlo’, gente de fuera de la comarca, armados con lápiz y papel y llegados a aquellos pueblos, iban emborronando sus páginas con hechos y decires que él jamás oyó ni vio en sus muchos años vividos. La leyenda negra de Las Hurdes seguía engordando.
Paco “Muebles”
Francisco Barbero Gómez, más conocido por ‘Paco Muebles’, hijo de Florentino Barbero Guerrero, el primogénito de Zacarías y María, también fue el primer nieto de este matrimonio. Ni que decir tiene del calor con que fue acogido. De pequeño, pasaba largas temporadas en casa de sus abuelos y las vivencias de estos le fueron calando dermis y epidermis como agua de mayo. Fue creciendo y sus padres le enviaron a estudiar el bachillerato al colegio ‘San Calixto’, de Plasencia. Empezó a labrarse el porvenir, como administrativo, en una empresa agropecuaria. A la par, ejercía de apicultor, una afición heredada de sus abuelos. En los años 90 del pasado siglo, montó una empresa de muebles en Caminomorisco, cabeza del concejo al que pertenecía la alquería de La Huerta. Llegó a contar con 14 trabajadores. Actualmente, la empresa tiene tiendas en Plasencia, Salamanca y en el propio pueblo de Caminomorisco. Paco, una vez cumplidos sus compromisos profesionales y empresariales, se lanzó a cristalizar una promesa o, más bien, un sueño que siempre anduvo rondándole por la cabeza, aunque saliera fuera de los parámetros propios de los oficios desempeñados: escribir un libro como pago al cariño y al legado que le dejaron sus abuelos. Un conjunto de páginas que fueran el auténtico testimonio de una vida en la comarca jurdana desde principios del siglo XX hasta casi cerrar el siglo. Así nació el libro ‘Zacarías, un arriero en Las Hurdes’. Hace poco, vio la luz, y es todo un aldabonazo a las frígidas y, a su vez, calenturientas conciencias de los escribidores o cineastas de tres al cuarto que, en todos esos años hablaron sin saber lo que hablaban sobre el territorio jurdano. No hay una sola crítica a tales escribidores, pero sus rectas líneas, escritas por Paco, pero guiadas fundamentalmente por las vivencias del abuelo Zacarías, de la abuela María y, en segundo lugar, por vecinos del pueblo de La Huerta y de toda la comarca natural de Las Hurdes en general, van desgranando llanamente recuerdos, que por sí solos van desmontando la vomitiva tramoya que urdieron otros. Páginas necesarias, sin entrar en profundidades dialécticas y eruditas y sin entramparse en pegajosas telarañas, para todo el que de verdad quiera conocer el paisaje y el paisanaje de Las Hurdes.
En sus párrafos, se vuelcan muchas voces dialectales, que le dan gran frescura y emotividad a sus páginas. No es que el libro esté escrito en el habla dialectal de la comarca, de un fuerte sustrato astur-leonés mezclado con la Lengua romance existente en la zona antes de la Repoblación medieval. Está en castellano y es accesible a todo el mundo. El salpimentado dialectológico no interfiere la lectura. De todas formas, el autor se permite añadir, al final, un listado de palabras, usadas en el lenguaje coloquial de esas fragosas cordilleras, a fin de una comprensión mayor. También se intercalan estrofas de antiguos romances y otros cantares, así como dictados tópicos, que vienen a ser solo un botón de muestra de la inmensa riqueza folklórica y etnomusicológica de la comarca, negada con apestosos comentarios por esa putrefacta gavilla de escribidores que estuvieron cuatro días en Las Hurdes y, al regreso, plasmaron torcidos renglones en un libro, en una revista, en un periódico o en fotogramas que prostituían la realidad socioantropológica de estos terrenos.
Como se dice en la contraportada, ‘Zacarías, un arriero en Las Hurdes’ es un álbum de fotos, de apuntes, de anécdotas… que animan a conocer la historia de una estirpe y de un territorio. Es un libro de instantes, de sugerencias, de humos, de afectos…, que requieren una lectura cómplice. Es un libro de descripciones y recuerdos cargados de sencillez y ternura…, que invitan a leer en voz alta para disfrutar de la melodía que contienen. Es un libro de palabras… que invitan a lector a recrear un lugar”.
Foto superior: Zacarías Barbero Parra, “El Arriero”, y María Guerrero Guerrero, su mujer, en el huerto “Guiju”, junto a un naranjal y en compañía de las cabras “Joriscana” y “Mochina”. 1980. Foto (Archivos: Francisco Barbero Gómez)
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor
Publicado en octubre de 2022