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Barranqueras de ‘Loh Conjónih de Crihtu’: Peña Sacra de ‘El Ehcribanu’ (X)

Peña caballera de “El Ehcribanu”, observada desde su ángulo SE.  (Foto: F.B.G.)

De la “Juenti de lah Mesíllah”, como uña y carne de la peña sacra de “El Ehcribanu”, veníamos hablando en cuartillas anteriores.  Ciertos informantes, abrumados por los años y por no haber sacado brillo a sus recuerdos (“ya naidi moh pregunta pol ésah cósah”, nos dicen), refieren que existía otra fuente muy cerca de la citada, aunque otros se emperran que era la misma.  Fuese como fuese, el caso es que hablaban de la “Juenti la Lechucia”.  Decían los viejos, rebuscando en lo más hondo de su memoria: “Vuela, vuela la lechucia / dendi la igresia a la peña. / Ánima que se la atopi, / lleva encima la sentencia”“Lechucia”, como suena; recordándonos la epéntesis de la letra “i” en las terminaciones de ciertas palabras, tan propia de las antiguas hablas astur-leonesas (“quiziáh”, “alabancia”, “urnia”, “jolgacián”, “andancia” …).  El papel de la lechuza en el dicho, que más bien no parece como parte de un nebuloso romance (lástima de no haber obtenido un verso más y no será por no haber preguntado), es, como ocurre también con el búho, el de un ave de mal agüero e interaccionada con los seres o dioses del inframundo.  No conocemos ninguna peña de la lechuza en el entorno del área estudiada, pero sí una “Peña del Buju” (en castellano, búho), un gigantesco risco que puede que guarde interesantes secretos, si no nos falla la intuición que, fruto de la experiencia, a veces nos acompaña.  No podemos detenernos, aquí y ahora, a hablar de las ánimas y esas aves, pues eso corresponde a publicaciones que rascan más en lo hondo.  Sigamos, pues, nuestro camino.

El siempre necesario y gran amigo, Ramón Blanco López, que se conoce como la palma de la mano el área etnoarqueológica que estudiamos y que, en muchas ocasiones, ha dejado sus ovejas y cabras al cuidado de sus perros, en la “majá”, y nos ha acompañado a enseñarnos rocas, como la peña de “El  Ehcribanu”, que él conoce desde que le salieron los dientes.  En la imagen, al lado de otra fuente, muy cerca de la citada peña.  ¿No será esta la “Juenti de la Lechucia?  (Foto: F.B.G.)

Traíamos a colación, en el capítulo anterior, una especie de conjuro que formulaba el personal antes de acercar sus labios al manantial de “Las Mesíllah”.  En él se pedía que las “águah cánah” de la fuente aplacaran la sed del caminante, al igual que se deseaba lo mismo para las ánimas.  Acabando la petición, se saciaba la sed y, acto continuo, se arrojaba una piedra a un punto muy cercano, donde, hoy en día, se observa un gran amontonamiento de “peláuh” (cantos cuarcíticos).  La tradición dice que, antes, las piedras se arrojaban sobre la explanada granítica donde se yergue la peña de “El Ehcribanu”.  Ello nos lleva a conjeturar que nuestra peña podría ser todo un “omphalos” o enlace de interconexión con lo sobrenatural, lo que está al otro lado del espacio vital, el Más Allá.  Y si hablamos de lo que trasciende a la vida, estaríamos metiéndonos en el mundo de los muertos, de las ánimas.  ¿Acaso arrojar una piedra sobre una peña que era susceptible de albergar algún tipo de “numen loci”, deidad familiar o del lugar, podría indicar para el pensamiento mágico-religioso de nuestros antepasados algo así como coadyuvar a sacar un ánima de ciertos estadios donde penaban, denominado uno de ellos “purgatorio” por el cristianismo? Todo esto hay que decirlo de puntillas, porque sería muy osado pretender horadar la mente precristiana y sacar copia de patrones naturalistas o animistas.  Ahormados por nuestras cosmovisiones del mundo que nos ha tocado vivir y por los paradigmas historiográficos contemporáneos, es harto difícil llegar a conclusiones concretas, máxime si no disponemos de datos suficientes.

Cancho que se encuentra a tres metros de la peña de “El Ehcribanu” y que por su aspecto es denominado “El Canchal del Culu”, aunque otros le dice de “La Crica” o “La Fandanga”, haciendo alusión a la vagina de la mujer.  (Foto:  F.B.G.)

Vírgenes y peñas

Primer plano del recipiente laboreado y moldeado en la misma cima de la peña de “El Ehcribanu” y que cumpliría fines claramente rituales. (Foto: F.B.G.)

Muy cierto que la peña de “El Ehcribanu” y su entorno se mantienen tal cual, si exceptuamos la conversión del manantial en un estanque, con semejantes trazas a las que presentara en etapas que se nos antojan de la Prehistoria Reciente, sin descartar que este lugar sacralizado fuera también utilizado por indígenas romanizados.  No hay huellas de cruz alguna grabada sobre la roca, como símbolo de cristianización, a fin de expulsar al antiguo “numen”, al que ya los ortodoxos dogmas del cristianismo habían convertido en un ser diabólico.  Solo se hace referencia a un San Juan que se acercó a beber a la fuente.  Pero hablar de ese San Juan es hablar del solsticio de verano y todas las prácticas heterodoxas o paganas que, desde remotos tiempos, entraban en movimiento en la mágica noche y madrugada de tal efeméride; algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días.  San Juan simplemente era la excusa impuesta por la Iglesia de Roma para distraer o encubrir unos rituales que no había sido capaz de eliminar de las creencias cosmológicas del pueblo llano, el que vivía en los “pagus”, entendiendo por tal lo que afirmaba el gramático latino Sexto Pompeyo Festo: “fuente de agua y conjunto de personas que a ella acuden”O sea, los paganos o aldeanos.

Antiguos habitáculos agropastoriles y que hay que incluir dentro de las tradiciones constructivas castreñas, que han perdurado en la zona durante largos años.  Dentro del área de “Loh Cojónih de Crihtu”, donde también se enclava la peña de “El Ehcribanu”.  (Foto: F.B.G.)
Un precioso núcleo prehistórico de cuarcita, como parte de los miles de cantos cuarcíticos antropizados que se desparraman por un extenso yacimiento al aire libre del Paleolítico Medio, sin descartar cierto sustrato achelense.  (Foto: F.B.G.)

Tampoco tenemos por oídas que esta peña de “El Ehcribanu” fuera asperjada por agua bendita y bautizada con otro nombre, alusivo, como sucede en muchos casos, a vírgenes o santos.  Desde algunos altozanos de estos parajes que, genéricamente, los hemos arropados con el topónimo de “Loh Cojónih de Crihtu”, tomando la parte por el todo, se puede observar el enhiesto espigón montañoso de “La Peña de La Virgen de Francia”, que el pueblo lo reduce a “La Peña de Francia”.  Toda una leyenda religiosa rodea la aparición de una virgen negra en una covacha situado casi en la cumbre (1.777 metros).   Allí se encuentra el santuario que lleva el mismo nombre que la peña, regido por una comunidad de frailes dominicos.  Dicen que es el santuario mariano situado a mayor altitud de toda Europa.  La devoción a tal virgen abarca una zona muy amplia, que se extiende por el sur de la provincia salmantina y el norte cacereño.  En la cercana comarca de Las Hurdes, sus habitantes la consideran como “su diosa” y acuden el día 8 de septiembre en jubilosa romería.  Años atrás, cuando no había el parque automovilístico actual, iban en caballerías y llegaban al alto amesetado la víspera, al atardecer, donde levantaban hogueras e iniciaban la fiesta, amenizada por los tamborileros de sus respectivos pueblos.  En esa misma fecha, se celebra oficialmente el “Día de Extremadura”, elegido unilateralmente por los políticos que pilotaron la llamada “Transición Democrática”, de acuerdo con los obispos, para exaltar la región extremeña, al coincidir con la onomástica de la Virgen de Guadalupe.  Pero los jurdanos, como otros muchos paisanos de comarcas del norte cacereño, pasaban de esta celebración, ya que su devoción no era parte, ni lo es en la actualidad, de sus tradiciones por muy “patrona de Extremadura” que fuese.  Esto pone de manifiesto, una vez más, que las fronteras geográficas no tienen nada que ver con las culturales.

Eusebio Martín Domínguez (“Tíu Sebiu del Gahcu”), a quien el ínclito antropólogo francés, Maurizio Catani, llamaba “su Maestro”, y del que el escritor extremeño Víctor Chamorro decía que “era un hombre sabio, un pastor cuyo rostro parecía haber sido sacado de algún lienzo de El Greco”, nos narró varias veces (palabras que también oímos a otros mayores de la comarca) que “ántih que la Virgin fuera Virgin y el conventu fuera conventu, la peña ya ehtaba allí, y loh nuéhtruh antepasáuh, que loh llamaban loh rucónih y eran pahtórih guerréruh, tenían allí el su tempru sagrau”.  Y nos mentaba a la diosa “Anjalma”, que era la esposa del dios “Ancosu”.  Mucho pan queda por rebanar.  Pero ya habrá tiempo para hacer las migas.

Toda una cantera de granito escalonada, de la que se obtendrían materiales constructivos en pasados tiempos, que lo mismo podrían ser medievales que romanos, a juzgar por el sistema empleado por los canteros.  En lo alto, el perro “Rebelde”.  (Foto: F.B.G.)

Imagen superior: Panorámica desde el área que investigamos, con el río Alagón al fondo, “El Pontón” (puente romano que fue trasladado de lugar al ampliar la carretera y construir un puente nuevo y que parece un viejo barco varado en mitad del cauce del río) y mi perro “Rebelde”, cinco días justos antes de desaparecer para siempre.   FOTO PARA ENCABEZAR LA CRÓNICA.  (Foto: F.B.G.)

Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su auto

Publicado el 7 de agosto de 2022

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