El buen amigo y arqueólogo Antonio González Cordero, en su libro Santacruz de la Sierra: de la Prehistoria a la Historia (2.021), donde figura también como coautor el médico y escritor David Óliver Miguel-Vela, nos habla de la mera intuición de algunos investigadores a la hora de estudiar las catalogadas como sacra saxa (peñas sagradas), los cuales han cogido al rábano por las horas. Sobre esto también escribimos algo en el capítulo IV de esta serie, publicado en la revista Planvex el 10 de noviembre de 2021. Igualmente, González Cordero cita al prestigioso prehistoriador británico Charles Francis Cristopher Hawkes, fallecido en 1992, que, en sus atinadas reflexiones, certificaba que, a la hora de extraer conclusiones más o menos atinadas en los estudios de carácter histórico-arqueológicos, el hueso más duro de roer era el radiografiar el perfil espiritual de nuestros antepasados prehistóricos.
Por ello, cuando abordamos ahora la octava entrega de la serie, nos andamos con mucho tiento a la hora de buscarle las cosquillas a nuestra peña de El Ehcribanu o de Lah Mesíllah. Ya hablamos de su conformación como peña caballera, de sus cazoletas y de un recipiente moldeado y moldurado en lo alto de la peña cimera del conglomerado rocoso, de posible funcionalidad ritual. Pero al lado de la misma caballera hay otros elementos que no nos sacan de nuestra perplejidad y nos crean numerosos interrogantes. No nos convencen ciertas interpretaciones académicas que se han dado a monumentos pétreos de características similares; de aquí que hagamos buenas las palabras del arqueólogo cognitivo y prehistórico australiano, Robert G. Bednarik: Considero el arte rupestre como una herramienta para conocer la mente de los primeros pueblos. Representa la mayor parte del paleoarte, superando ampliamente el arte portátil, por lo que es nuestra principal fuente de información sobre el mundo cultural, cognitivo y mental de sus creadores. Creo que la arqueología ha interpretado mayormente su objetivo, que es aprender sobre civilizaciones pasadas. Se ha centrado demasiado en la evolución física y ha descuidado la evolución cultural, confundiendo tecnología y economía con cultura. (Arte Rupestre: Tafonomía y epistemología. En Tupestreweb, https://rupestreweb.tripod.com/bendarik2.html, 2004 ). Lógicamente, entendemos por paleoarte todo tipo de expresión artística que se propone reconstruir o representar la vida prehistórica, fundamentándose en el conocimiento y las evidencias científicas en el preciso momento de la propia creación de la obra. Y que nadie confunda el paleoarte con el oficio de revivir animales antediluvianos, como observamos en algunos trabajos, algunos de corte enciclopédico. Tarea harto difícil, pero que nos permite cubrir algunas metas empleando las herramientas precisas, como es la oralidad, que tan despreciada fue a raíz de la invención de la escritura.
Piedra que hablan
Cuando nos encontramos ante cientos de hectáreas que, cual inmenso islote cuarcítico, contrastan vivamente con los mundos pizarrosos y graníticos que las rodean, y, cuando miles de estas cuarcitas ofrecen claras señales de haber sido cantos trabajados en épocas paleolíticas o incluso de la Prehistoria reciente, hay que hacer un alto en el camino y secarse el sudor reflexivamente. Si sobre el inmenso yacimiento paleolítico en superficie se superponen palpables vestigios de tiempos eneolíticos, o incluso, si nos apuran, de un neolítico final, hay que ir dando medidos y silenciosos pasos. Y he aquí que nuestra Peña del Ehcribanu (o de Lah Mesíllah, como también es conocida) nos habla en su conjunto y nos invita a penetrar en su mundo paleoártico al ir desmenuzándola con el detenimiento debido. El risco donde se erige la peña caballera está separado de otro bolo granítico, situado a la altura de la roca bajera, por un espacio que no llegará a los 50 cm. He aquí que todo ese espacio, de unos tres metros de altura, aproximadamente, está completamente relleno, en toda su longitud, de cuarcitas perfectamente colocadas, formando al modo de una pared sujetada y comprimida por los laterales pétreos de las dos rocas mencionadas. Se podría pensar que se aprovechó tal espacio para rellenarlo con piedras que estorbaban a la hora de meter la reja del arado en tiempos en que estos campos se sembraban de avena o centeno, hoy ya devenidos en pastizales para vacas de carne. Pero los campesinos no tienen ni un pelo de tontos y no iban a perder el tiempo en apilar un montón de cuarcitas, muy bien colocadas para conformar una pared de tres metros de alta por otros tres de larga y sin funcionalidad alguna. Si los labriegos se hubieran puesto a la labor de apartar todos los peláuh (ya dijimos en otra ocasión que así llaman, en la zona, a los cantos cuarcíticos), con el fin de facilitar sus labores agrarias, sería inútil, ya que es tal la abundancia de ellos en los estratos del suelo, y no solo superficialmente, que precisaría de una gigantesca remoción de millones de metros cúbicos de tierra y piedra.
Nuestro gran amigo, excelente informante y que ya le hemos sacado más de dos veces a colación, Ramón Blanco López, pastor y ganadero de ovejas y cabras, nos habla de que el terreno que pisamos, se compone de cuatro capas: una primera formada por peláuh y tierra, que puede llegar, en algunos sitios, a un espesor de más de un metro; una segunda de barro rojizo; una tercera de arcilla blanca y una cuarta de tierra negra, conocida por estos contornos como tierra momia. Luego, ya viene la marrá o roca madre. El hecho de la proliferación de cuarcitas no influye negativamente sobre la fertilidad del suelo, pues toda la zona mantiene un buen manto freático, como se desprende de los humedales existentes (posibles huellas de terrenos pantanosos en tiempos cuaternarios, que llegarían a conocer los homos del período Abbeviliense o Preachelense o incluso el homo neanderthalensis, de cuya talla lítica hay sobradas muestras en todas estas barranqueras de Loh Cojónih de Crihtu. Cuando se le pregunta a Ramón o a otros lugareños por la pared de cuarcitas aprisionada entre canchales plutónicos, su respuesta siempre es la misma, indicando que la jadrían loh móruh y qu,élluh sabrían loh motívuh por los que la jicierun”. Una vez más, aparece el moro mítico, aureolando legendariamente el área que estudiamos. Lo mismo habría que decir sobre el informe amontonamiento de cantos cuarcíticos que se encuentra a escasos pasos de la mitificada peña y del que ya hablaremos en etapas sucesivas.
Entre estas piedras que hablan, a veces en lenguaje desconocido, por lo que se necesita buscar traductores adecuados, anduvo el pasado 24 de mayo, nuestra querida amiga Beatriz Comendador Rey, arqueóloga y doctora en Geografía e Historia. Bajó de sus tierras galaicas para impregnarse de sus posos genéticos y paternales en la villa de Hervás. Recorriendo en nuestra compañía estos quebrados campos, volvió a hacer hincapié en el interés que despierta este territorioarqueológico y la necesidad de realizar prospecciones más profundas, pues son bien discernibles los muchos indicios de ocupación prehistórica.
Imagen superior: La arqueóloga Beatriz Comendador Rey observando el recipiente moldeado y moldurado, de posible origen ritual, que se practicó en la peña cimera del conglomerado rocoso de “El Ehcribanu”. (Foto: F.B.G.)
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su auto
Publicado el 13 de junio de 2022