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Siete notas sobre ‘La muerte del Pinflói’ de Juan Ramón Santos

(Presentación del libro La muerte de Pinflói, de Juan Ramón Santos, por Gonzalo Hidalgo Bayal en la Feria del Libro de Plasencia 2022)

I. (Pasión.) La muerte del Pinflói empieza con la aparición del cadáver del personaje. «El cuerpo del Pinflói apareció un sábado por la mañana a orillas del pantano con las manos cruzadas sobre el vientre y el agua mojando tímida sus pies desnudos», dice la primera frase. De modo que no hay que ponerle mayores objeciones al título: no hay trampa ni spoiler ni suspense. El contenido, sin embargo, va bastante más allá del título. Yo he leído el libro en semana santa, concretamente el jueves y el viernes santos, los días 14 y 15 de abril, y a medida que avanzaba en la lectura cada vez me iba pareciendo más que lo que estaba leyendo, sin que yo pretenda enmendar la plana del título a Juan Ramón Santos, no era solo La muerte del Pinflói, sino, en realidad, La pasión y muerte del Pinflói, y no tengo inconveniente en subrayar la palabra pasión, más aún cuando, bastantes páginas más adelante, leí que la muerte «había tenido lugar la noche del 18 al 19 de abril, justo cuando el Sol supuestamente entraba en Aries», lo que no solo significa que, cuando yo leía, el 14 y 15 de abril, el Pinflói estaba a punto de morir, sino sobre todo que su muerte era como una secuela o una continuación de la pasión evangélica que con tanto fervor y con tanta pasión (y este año además con tanta euforia) celebra la semana santa nacional.

II. (Novela de averiguación.) A partir de aquí podemos decir que se trata de una novela de averiguación, de una historia detectivesca en su apariencia formal, de detectives aficionados, ciertamente, hasta el punto de que el mismo narrador se burla de ello cuando se pregunta «si merecía de verdad la pena perder tiempo y esfuerzos en aquellos juegos de la edad tardía, investigando una muerte, la del Pinflói, en la que probablemente poco había de anormal o de misterioso». Pero lo cierto es que la historia cuenta con los habituales ingredientes del género, que bien podrían centrarse en cuatro puntos. Tras la aparición del cadáver, que es lo que corresponde a la novela policial (la novela policial empieza siempre con la muerte), tenemos, en primer lugar, la cabeza brillante del agudo detective, que no es otro que el Endocrino, al que ya conocemos desde El verano del Endocrino, donde empieza solucionando pequeños misterios menores antes de embarcarse en casos de dimensión cósmica y cosmológica. En segundo lugar, tenemos al narrador, que es Constante, el maestro de Labriegos, al que conocimos primero en El tesoro de la isla, que ya ejerció también de narrador en El verano del Endocrino y que ahora, aunque con razones confusas, acepta convertirse en el «Watson particular» del Endocrino y, como tal, acompañarlo a todas partes, ser su chófer y dejar constancia escrita de sus investigaciones. (Teniendo en cuenta estos dos ingredientes, esto es, un mismo detective y un mismo doctor Watson, tal vez deberíamos considerar que El verano del Endocrino y La muerte del Pinflói forman una bilogía, si es que la palabra bilogía es a dos obras conectadas lo que la palabra trilogía es a tres. El mismo JRS ha publicado en redes una foto con ambas novelas hermanadas.) Tenemos, en tercer lugar, el encargo, que en este caso parte de la madre del Pinflói, quien, al tanto de las habilidades deductivas del Endocrino, le «contrata» para que averigüe lo que ha pasado realmente con su hijo. Y para que se cumplan las reglas del género, incluso las secundarias, tampoco falta, en fin, la obstrucción protocolaria de la autoridad competente, que corre a cargo del sargento Blázquez, partidario de las soluciones fáciles e inmediatas y poco dado a perder el tiempo con (digamos) sutilezas endocrinas. «Y así fue», escribe el narrador, «como dejamos de ser meros querentes propios para convertimos, con todas las de la ley, en auténticos detectives privados», frase esta en la que la mención a los «querentes propios» me resulta especialmente cercana. (Subrayaré que este tipo de referencias, a veces transparentes, como los «juegos de la edad tardía» que acabo de citar, a veces más secretas, como estos «querentes propios», son bienvenidos y bienhumorados guiños literarios.)

III. (Geografía de autor.) Los lectores de JRS ya estamos acostumbrados a reencontrarnos con los mismos personajes en distintas novelas. No nos sorprende, pues, encontrarnos aquí con el Endocrino y con el maestro Constante, como maestros de ceremonias, como ya he dicho; ni con Jero, el joven involucrado en «El misterioso caso de la Virgen de las Jaras» de El verano del endocrino; ni, aunque en segundo plano, en un papel bastante menor, con Juan Plata, el Largo, que fue personaje principal en El tesoro de la isla. Como tampoco nos sorprende volver a recorrer la geografía del autor. El cadáver del Pinflói apareció con los pies descalzos, «aquellos pies descalzos tan percudidos», escribe Constante, «que durante tanto tiempo habían pateado las calles hoy inundadas de Aracia, los polvorientos caminos de Labriegos, las más amplias avenidas y los más recónditos barrios de Pomares». El cadáver tal vez fuera descubierto por un pescador de Ochavia. La casa-cuartel del sargento Blázquez está en Aldeacárdena. En Aldeacárdena está también la residencia en que vive la madre del Pinflói. Y más adelante, en el curso de sus averiguaciones, hay un momento de la historia en que, tras una larga caminata, el Endocrino y Constante se sientan a descansar «al resguardo de una encina» y para entretenerse, dice, empiezan a desgranar «los puntos cardinales de la geografía del valle del Cárdeno, desplegados, diáfanos, delante de nosotros: Labriegos y el pantano a nuestra espalda, Pomares de frente, a la izquierda la altitud de Pedregal, a la derecha, las verdes vegas de regadío». Así se despliegan los escenarios de la novela: el lugar de la muerte y el perímetro de la investigación. El pantano, el valle del Cárdeno, el Pedregal, Aldeacárdena, Ochavia, Aracia, Pomares y Labriegos: quienes leemos con interés los libros de JRS conocemos sobradamente toda esta cartografía.

IV. (Personajes.) De Pinflói puede decirse que entra a formar parte con todos los honores de la galería de personajes peculiares del autor. A JRS le atraen los personajes peculiares, extravagantes, heterodoxos, personajes en cierto modo marginales, entendiendo «marginales» no en un sentido social o no exclusivamente social, sino personajes que viven al margen de las normas establecidas y comúnmente aceptadas. Naturalmente, es de ese tipo de personajes de quienes merece la pena contar sus aventuras. A esa categoría de personaje marginal pertenece el Endocrino, marginal en sus actuaciones y en sus pensamientos, y a esa misma categoría pertenece Pinflói, «uno de esos individuos pintorescos que en lugares como Labriegos parecen eternos, perennes, nacidos para no morir jamás», que, a su libertad de actuación y pensamiento, añade la etiqueta, este sí, de marginado social, alguien que ha sucumbido al mundo de los drogas —«más mula que camello», nos dice el narrador— y que, merodeando en torno a los «numerosos grupos musicales que nacieron y murieron fugaces» en los años ochenta, se fue «convirtiendo, medio en serio medio en broma, en todo un símbolo del rock comarcal, en héroe indiscutible de la juventud cárdena», como su propio sobrenombre, Pinflói, indica. Pinflói en realidad se llama Paulino, pero la marginalidad de los personajes también afecta al nombre propio. Del mismo Endocrino, por ejemplo, tampoco se nos dice nunca el nombre administrativo. Los personajes normales, en cambio, como el narrador, como el sargento o como el hermano del Pinflói, responden por sus nombres oficiales, los nombres sin atributos.

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V. (Los nombres.) Este asunto de los nombres no es una cuestión menor. Yo siempre he creído que la asignación de un nombre propio a un personaje de ficción nunca puede ser caprichosa ni gratuita, porque el nombre condicionará al personaje a lo largo de la historia y no es recomendable que el autor termine peleándose con los nombres que él mismo ha elegido. Por eso creo que no puede ser casualidad que el Pinflói se llame en realidad Paulino Gómez, especialmente Paulino. Yo no sé en qué momento decidió JRS llamarlo así, si fue antes el nombre o antes el destino, pero estoy seguro de que en el momento en que lo hizo marcó su destino, esto es, su pasión y su muerte. Por eso también, como subraya el narrador con buen humor, cuando al Pinflói le dio por regresar a la fe religiosa, fue por «algo tan paulino como es caer de la burra». Digamos que caer del caballo, como San Pablo, sería tal vez demasiado para este pobre Paulino, apenas un discípulo heterodoxo del apóstol, «un simple, un desgraciado, un infeliz», según juicio severo de sus paisanos. Como tampoco es casual ni gratuito que lo llame Aquarius el tendero que le vende cada día una botella de Aquarius porque, como nos explica el narrador, «las bebidas isotónicas tienen una cantidad enorme de azúcar, y los drogadictos suelen tener mucha necesidad de azúcar». No en vano Acuario es también su signo del zodiaco y Acuario forma también parte de su destino.

VI. (Reconocimientos.) Suele ser habitual que en las novelas de JRS aparezcan episodios o personajes o escenarios que a sus lectores más próximos, a quienes compartimos con él los escenarios biográficos, nos pueden resultar familiares. Cualquiera que haya leído sus novelas anteriores podrá recordar ejemplos a propósito. La muerte del Pinflói no es una excepción. Así, por ejemplo, podemos ver cómo Constante y el Endocrino persiguen a un sospechoso por un «polígono industrial sin industria» o cómo se internan temerariamente por el peligroso barrio de san Damián, que de antiguo «barrio de hortelanos y pescadores de agua dulce» ha pasado a convertirse en «gueto» y «antro de perdición», con descripciones que al valor literario específico que debe tener siempre la prosa narrativa añaden el documento sociológico. Podemos encontrarnos también con capellanes subsaharianos y no creo que fuéramos demasiado desencaminados si indagáramos en la identidad del personaje que lee con obsesiva intensidad La rama dorada: un estudio sobre magia y religión, de James George Frazer, «un tipo alto y fibroso», «un genio, un cerebrito», que en cierto modo provoca inadvertidamente los mecanismos de la trama y la eleva a niveles a un tiempo bíblicos y cosmológicos. Pero para conocer esos niveles habrá que leer el libro.

VII. (Fin.) Pese a todo lo dicho, la verdadera averiguación de la historia no es tanto quién hay detrás de la muerte del Pinflói como qué. La investigación del Endocrino no pretende tanto a buscar sospechosos en un caso de más que dudosa criminalidad (sería un disparate ubicar en Labriegos un calco o un sucedáneo de las numerosas y series de crímenes televisivas), como a averiguar a qué puede deberse la muerte del Pinflói, qué hay realmente detrás de esa muerte, «la muerte de un tipo», dice el narrador, «que, además, después de haber pronosticado sin acierto tantas veces, durante décadas, por su adicción a las drogas, que el día menos pensado lo encontrarían muerto, había acabado por parecernos poco menos que inmortal». ¿Cómo puede morir alguien inmortal? Se trata, en el fondo, de saber quién es realmente el Pinflói, el desventurado Paulino Gómez. En un momento dado el narrador se acuerda de El bueno, el feo y el malo, la película de Sergio Leone que las cadenas secundarias de televisión reponen varias veces cada mes, con la salvedad de que el Pinflói sería más bien, según quien contara su historia, El bueno, el tonto y el malo. Lo que viene a significar que las personas son incognoscibles y que no pueden reducirse a una sola etiqueta, que se puede ser bueno, tonto y malo al mismo tiempo y que, como concluye el narrador, «al final no somos más que la suma de lo que los demás y nosotros mismos contamos acerca de quiénes somos, y pensé que eso que llamamos identidad probablemente no existiera, y que, de existir, era poco menos que imposible de alcanzar, pues resultaba más fácil descubrir, como en nuestro caso, las causas de la muerte de un individuo que averiguar algo en apariencia tan sencillo como quién era». Se dice que los escritores de novela negra utilizan el género con una decidida voluntad de descripción o denuncia social. La muerte del Pinflói no es novela negra; ni siquiera es estrictamente policial. Pero JRS se sirve de los recursos del género para indagar en los inciertos y confusos espacios de la identidad individual. Y no hace falta subrayar que lo hace con humor y con la habitual fluidez de su prosa narrativa.

Ecotahona del Ambroz

Plasencia, 29 de abril de 2022

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