Hace algunos meses leí un reportaje muy interesante sobre un fenómeno conocido como la “Gran Renuncia” que, al parecer, comenzó –como tantas otras cosas– en Estados Unidos y tomó especial impulso hace un par de años, cuando el coronavirus puso patas arribas nuestras vidas de un día para otro. Se trata de la decisión, que cada vez adopta más gente, mucha de ella en en el momento cumbre de sus carreras, de renunciar de golpe a sus empleos, a grandes sueldos y a la promesa de una estupenda jubilación, y a cambiarlos por vidas más sencillas en lugares, tal vez, más pequeños y baratos y por trabajos o prestaciones que les permitan simplemente subsistir mientras le sacan a sus vidas todo el jugo posible. Un destacado ejemplo de ello sería el de Baltasar Montaño, periodista especializado en Economía que, tras trabajar durante años en medios tan importantes como Vozpópuli o El Mundo, al cumplir cuarenta y cinco, nel mezzo del cammin di nostra vida –ese verso de Dante que no puede evitar ponernos un pelín nerviosos a los que franqueamos hace tiempo los cuarenta–, opta por dejarlo todo y dedicarse a viajar viviendo del rendimiento, modesto pero suficiente, de sus ahorros de dos décadas de sacrificio. Así de fácil y, al mismo tiempo, así de complicado.
Todo ello nos lo cuenta en Sin billete de vuelta, publicado por Círculo de Tiza, los preparativos de esa particular “Gran Renuncia” suya, pero, sobre todo, la experiencia de sus cinco primeros años de nómada, que le han llevado a recorrer lugares tan distantes como Tierra de Fuego, Laos, Bolivia o Tailandia, lugares en los que se sumerge con la misma pasión y el mismo entusiasmo con los que –como nos cuenta también en el libro– se zambulló en la Cultura –en la música, en la literatura, en el cine– cuando abandonó su Puebla de Sancho Pérez natal para estudiar Periodismo en Madrid, una pasión y un entusiasmo que contagia también con su forma de contarlo, con una prosa ágil, rica y directa que nos hace pasar de América a Asia y viceversa de capítulo en capítulo, con saltos adelante y atrás en el tiempo, y que nos transmite en muchos momentos la sensación de estar amarrando la hamaca con Balta en uno de los cargueros en los que recorrió, en un largo y lento viaje, el Amazonas, o de ir de paquete con él en la maltrecha Honda Win de 120 c.c. con la que recorrió, de arriba abajo, Vietnam.
Leyendo Sin billete de vuelta más de una vez me he acordado de “Juan y José”, una canción de Serrat que emociona hasta las lágrimas a mi mujer, la historia de dos amigos de la infancia, uno de los cuales, José, emigra a América mientras el otro, Juan, se queda para siempre en el pueblo, pero sin dejar por ello de viajar en todo momento por la Pampa, por la selva o por el altiplano gracias a las cartas que le envía su amigo. De un modo similar, Baltasar Montaño nos lleva a viajar con él en Sin billete de vuelta, a sabiendas de que, recalcitrantes aventureros de sofá como somos, jamás conoceremos de primera mano esos paisajes, esos cielos, esas gentes, dejándonos al cabo con las ganas de una nueva y esperemos que no lejana entrega en la que nos hable de su próxima parada, África, pero también, tal vez, con el deseo de perpetrar también, aunque sea de manera más pacata y menos nómada, nuestra propia “Gran Renuncia”.
Sin billete de vuelta
Baltasar Montaño
Círculo de tiza
20 euros
En la foto superior Baltasar Montaño en Camboya, acompañado de su guía
Texto de Juan Ramón Santos para su columna Con VE de librro
Publicado el 22 de abril de 2022