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La campanera de Plasencia amaba el arte

¿Quién no ha sentido alguna vez curiosidad por mirar en el interior de una casa a través de una ventana con luz interior, una puerta sin cerrar o incluso un mirilla sin llave? Cualquiera que conozca el Étant Donnés de Marcel Duchamp me entenderá. Para observar esta obra (la última de Duchamp) debes asomarte a dos mirillas (una para cada ojo) y tras el muro se ve en un diorama el centro del mundo o todo él contenido en la imagen de una mujer.

Foto: María Jesús Manzanares

Hoy pongo la mirada tras unos barrotes que guardan una de las entradas a la catedral de Plasencia. Mientras restauraban la reja interior renacentista que da acceso al coro del maestro Rodrigo Alemán, hace más de 6 años, los trabajadores entraban y salían por esta puerta que comunica la majestuosa fábrica con el campanario. Y por casualidad pude ver un pequeño dibujo situado en la pared, no mide más de 50 cms. Parece un fresco a grisalla realizado directamente sobre mortero de cal. A partir de ahí todo fueron preguntas. ¿Qué hace un fresco en el lugar más sombrío y ventoso de la catedral? ¿Por qué está a la intemperie? ¿Quién y para qué lo pintó?.

La obra representa un San Sebastián mirando hacia el cielo, desnudo, atado al tronco de un árbol y con una flecha. Junto a él un romano ataviado con coraza y túnica para la cintura, mira al santo con expresión de odio. Parte de los detalles se han perdido. No es un dibujo preciosista, ni pretende ser una obra definitiva, es más bien un boceto; pero quien lo realizó sabía de proporciones académicas y del tratamiento de la luz y los volúmenes. Desconozco el autor y no he encontrado otros ejemplos cercanos.

Foto: María Jesús Manzanares

Sabemos que donde se encuentra el mural existía una casa aneja al campanario. Debía ser una vivienda humilde y pequeña, muy estrecha. Apenas una estancia o dos por las marcas que la construcción ha dejado en las piedras. También sabemos que hace unos 60 años vivía allí “La campanera”. El mural estaba dentro de su casa. ¿Lo pintaría ella? Mi informador no recuerda su nombre, pero por su oficio intuyo que debía ser una mujer atlética y muy ágil ya que tenía que subir las escaleras del campanario como mínimo dos veces al día. El toque de campanas tenía sus propios códigos que la población reconocía. El toque para las misas a diario, pero también cuando había un incendio para que la población acudiera a apagarlo. Si se perdía un niño había otro toque, o algún adulto, si tocaba a difunto o había procesión el repique era un reclamo conocido por todos.

Volviendo a nuestro enigmático mural, quiero llamar la atención sobre él por su fragilidad. No fue concebido para el exterior, sino para contemplarse en la intimidad del hogar. Por eso, cada vez que me asomo a esos barrotes para mirarlo me siento algo voyeur. Es un pequeño tesoro a los ojos de todos. 

Publicado el 1 de febrero 2022

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