
En una reciente visita a los parajes que hemos englobado con el curioso y rocambolesco topónimo de Loh Cojónih de Crihtu, fuimos, como de costumbre, a visitar la majá de nuestro gran amigo Ramón Blanco López.
Ya dijimos, en capítulos anteriores, que esos gigantescos bolos plutónicos que asoman su testa por cima de las aguas recrecidas entre el embalse de Gabriel y Galán y el contraembalse de Valdeobispo, fueron bautizados con tal nombre por generaciones de comarcanos que se pierden entre las brumas de remotos inviernos. Ramón nos tenía preparada una sorpresa más. Nos acompañó a un cercano prado, totalmente cercado por una pared levantada, como todas las del área, por infinidad de piedras cuarcíticas, a las que los campesinos conocen como los peláuh, posiblemente por la redondez y la lisura de ese material pétreo.

En este prado, propiedad de Camilo Blanco, prácticamente en el centro del mismo, se alza un conglomerado rocoso en el que se destaca una peña caballera. La parte superior, la encaramada o montada sobre el risco que sirve de base, a simple vista tiene gran semejanza a una enorme seta granítica, muy afectada por la erosión en su parte suroeste. Cierto que nuestro amigo Ramón tiene un sentido innato para descubrir determinados canchos que guardan algo especial, fruto de la experiencia de años correteando los agrios riberos de estas latitudes y de haber aguzado el oído en ciertas conversaciones mantenidas cuando nos ha guiado con mano certera. Por ello, nos comentó que la peña en cuestión tenía muchos guah y que no los había conformado la naturaleza. Efectivamente, la peña cimera, que tiene un perímetro de siete metros y una altura de 1,80 metros, está plagada de infinidad de cazoletas. Varias debieron desaparecer a medida que los fenómenos erosivos hicieron mella en la composición geológica más blanda, la que mira al SO. Se concentran fundamentalmente en toda la panza granítica que se orienta hacia el N. La cantidad de musgos y líquenes oculta gran parte de las cazoletas. Nos desconcierta que las cazoletas se practicaran sobre la oronda superficie del roquedo en forma de seta, desde el entronque con la pieza inferior hasta su cúspide. Curiosamente, no hay una sola cazoleta sobre las superficies planas y horizontales de la peña base. Algunos motivos debieron tener nuestras gentes de la Prehistoria Reciente para circunscribir las cazoletas al canchal superior. Las razones se nos escapan de nuestras manos.

El arqueólogo y buen amigo Antonio González Cordero, junto con Rosa Barroso Bermejo, comentan que las cazoletas ‘son pruebas de una capacidad de pervivencia muy por encima de cualquier otra grafía, lo que unido a su condición polisémica las convierte en uno de los signos más difíciles de comprender en el intrincado mundo de los grabados’. (“El papel de las cazoletas y los cruciformes en la delimitación del espacio. Grabados y materiales del yacimiento de San Cristóbal. Valdemorales-Zarza de Montánchez, Cáceres”. Norba. Revista de Historia. Vol. 16, 1996-2003). Sabido es que sobre las cazoletas se han barajado infinidad de hipótesis. La lista es interminable.


En nuestros cuadernos de campo, tenemos anotados curiosos apuntes, relatados por viejos pastores y labradores, sobre estas pequeñas perforaciones artificiales practicadas en las rocas y que tienen una sección semiesférica y planta circular. Algunos llamaban a las más pequeñas ‘zapatítuh del Niñu Jesúh’ y a las de mayor tamaño, ‘zapatítuh de la Virgin María’ o de San José. A veces, sustituyen lo de ‘zapatítuh’ por ‘piececínuh’ o ‘pieh’. Siempre se referían a las que estaban sobre superficies planas y horizontales. Y narraban igualmente que, cuando las aguas que se acumulaban dentro de las cazoletas y eran sabedores de que había estado al relente durante siete lunas, las recogían en un cuerno que tenía un tapón de corcha. Esta agua la empleaban para curar la sarna y otras enfermedades de la piel de sus ganados y de sus perros. Un gañán me decía que también las usó él para curarse unas descamaciones que le salían entre los dedos de las manos y que le producían mucha ‘sura’ (picor). Siempre tenía que ser agua almacenada en las cazoletas, pero no en todas, ya que las que ellos asociaban a los pies del Niño Jesús, de la Virgen y de San José vienen a ser esos conjuntos que se catalogan como de auténtica factura prehistórica. Ellos distinguen perfectamente entre estas oquedades hemiesféricas, laboreadas por la mano del hombre y otros huecos u hoyuelos producto de la expulsión o desprendimiento de nódulos de biotita (mica negra formada por filosilicato de hierro y aluminio) que se produce en las rocas de tipo magmático, como el granito. También se empleaba esa agua para eliminar verrugas y otras excrecencias, tanto de animales como de personas. De muchachos, recuerdo que utilizábamos un cancho pizarroso que presentaba varias cazoletas, cercano al pueblo, en el paraje de ‘Valdelagárih’, para el juego de ‘Loh Sántuh’, intentando encestar en dichos hoyos unas piedrecillas o ‘bolíndrih’ (canicas)que fabricábamos de manera artesanal con barro arcilloso. Bajo todas estas manifestaciones tradicionales asociadas a lo largo de los tiempos a divinidades del cristianismo, se puede entrever el hisopo de los clérigos, aspergiendo agua bendita para cristianizar connotaciones paganas o propiciando todo un proceso de auténtico sincretismo.

El Plau de Lah Mesíllah
Las cartografías al uso ubican este conglomerado rocoso en el paraje al que otorgan el nombre de El Escribano. De hecho, varios lugareños lo denominan así. Desconocemos el origen del topónimo, ya que dicha palabra tiene varias acepciones. Posiblemente, deba su nombre al ave conocida como escribano montesino (Emberiza cia), pues no es extraño ver bandadas de estos pájaros en esta zona, que coincide con su hábitat preferido: laderas rocosas, cubiertas de matorral o bosques adehesados. Pero la familia dueña del prado siempre ha denominado a este lugar como ‘El Plau de lah Mesíllah´. Lo de mesíllah hace alusión a un área tirando a llana sin serlo del todo y rodeada de riberos, vallejos y barrancos. El prado está inmerso en una de las zonas de humedales, muy en consonancia con las típicas formaciones sedimentarias, conformadas por cantos de cuarcita y una base arcillosa, constituyendo las llamadas rañas, localizadas en los piedemontes.

Las cuarcitas de excelente calidad, que se extienden, como hemos ya comentado en otras páginas, por una superficie que se aproxima a las 1.000 hectáreas, debieron de llamar ostensiblemente la atención de nuestra gente del Paleolítico. Todo un yacimiento en superficie, al aire libre, nos deja constancia de la presencia del ‘homo heidelbergensis’ (Pleistoceno medio, industria lítica modo 2, Achelense) y del ‘homo neandhertalensis’ (Plaistoceno medio, industria lítica modo 3, Musteriense). Un largo período comprendido entre hace 780.000 y 127.000 años AP. Pero nuestra peña sacra, pese a estar rodeada de miles de cantos cuarcíticos, muchísimos de ellos antropizados, bien creemos que lo único que le une a estos cantos es una coincidencia espacial, lo cual no exime de que la gente que sacralizó la peña caballera también continuara con la talla lítica. Pero de ello hablaremos con más detenimiento en próximas entregas.

Foto superior: La Peña Sacra de “El Ehcribanu” o del “Plau de lah Mesíllah”. (Foto: F.B.G.)
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor.Ver comentarios (0)
Publicado el 28 de febrero de 2022