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Poniendo en valor nuestras dehesas: El Lombu de Cabeza Mohquil

Recorrer nuestras dehesas boyales y comunales, las que son del pueblo, de la comunidad de vecinos, nos depara agradables sorpresas a los que estamos metidos en los mundos investigadores de las disciplinas etnoarqueológicas. En las dehesas privadas, que, en su origen, fueron también bienes comunales, ya es otro cantar.  Estas últimas dehesas cayeron, en gran parte, en manos de la burguesía urbana, de terratenientes o de otros acaudalados hacendados locales en las diferentes desamortizaciones llevadas a cabo en el siglo XIX por el Estado borbónico.  Toda una flagrante ilegalidad, ya que los bienes comunales son de titularidad pública, de la comunidad vecinal, y son inalienables, imprescriptibles, inembargables, indivisibles y no están sujetos a ningún tributo.  Fruto del caciquismo imperante en aquellos años, donde los cabildeos y enjuagues despóticos estaban a la orden del día, se cometieron gravísimas arbitrariedades, despojando a muchos pueblos de sus dehesas boyales y comunales, que venían a ser el sustento para las clases más bajas.  En la actual etapa democrática, algunos pueblos han logrado recuperar sus comunales, tras los correspondientes litigios.

El área arqueológica de “Cabeza Mohquil” se encuentra en una amesetada loma, con gran dominio visual del entorno. Imagen sacada desde la cima. A lo lejos, hacia el saliente, se observan las antiguas majadas y la casa del guarda de la dehesa, pero sin guarda, que este oficio ya periclitó. (Foto: F.B.G.)

Con algunos dueños de estas dehesas privadas no hay ningún problema en practicar los correspondientes rastreos etnoarqueológicos, a fin de dar cuenta a Patrimonio Cultural, como venimos haciendo, de cualquier vestigio que aparezca ante nuestros ojos.  Pero también ocurre que otras están cerradas a cal y canto con vallas y candados, guardadas por corpulentos perros.  Y no es extraño que sus amos te espanten, a veces, con ladridos más potentes que los de sus canes.

Algunas muestras de cerámicas de las que se expanden por el cerro y que nos llevan a épocas de nuestra Prehistoria reciente. (Foto:F.B.G.)

Hace un par de días, con motivo de tener que disertar sobre la historia de un pueblo del norte cacereño para un programa del canal Extremadura TV, nos hicimos acompañar por unos periodistas al paraje que los paisanos conocen como Cabeza Mohquil.  Todo un emblemático cerro, que destaca, majestuoso, en el medio de una dehesa boyal y comunal.  Se alza en terrenos pizarroso, por donde corren algunos riachuelos menores y un arroyo de mayor entidad.  Las encinas se mezclan con los alcornoques y los robles, observándose también un sotobosque conformado por densas manchas de jarales.  Sorprendentemente, observamos algunas jaras florecidas en pleno mes de enero, algo totalmente desconocido que es un claro y desgraciado bioindicador del cambio climático y la degradación de nuestro planeta.  El arbolado sufre, como en tantas otras dehesas de la Península Ibérica, el ataque de la enfermedad de La Seca, producido por el hongo microscópico denominado fitóftora, y que cada vez arrasa mayor número de pies, sin que los servicios forestales sean capaces de atajarlo.

Fragmento de molino de vaivén, granítico, con su correspondiente moledera. (Foto: F.B.G.)

Nebulosas mitologías

Tedodoro Rodríguez Martín, apodado “Chapín” por sus buenas artes para el cante (el “chapín” o “chachapín” es el nombre que se le da en la zona al ave conocida como carbonero común, de melodioso canto), en compañía del celebrado tamborilero salmantino Ángel Rufino de Haro, “El Mariquelo”. Teodoro nos habló de los moros y sus tesoros ocultos en “Cabeza Mohquil”. En la imagen, en una fiesta en el pueblo de Aceituna (7 de enero de 2007). (Foto: F..B.G.)

La voz mohquil tiene mucho que ver con los lugares adonde se retira el ganado para guarecerse del acoso de las moscas sobre todo durante el resistero estival, cuando aumenta el calor por la reverberación del sol.  El hecho de que este promontorio este poblado por un bosque de alcornoques, propicia en los veranos la sombra y el que corra la marea (expresión dialectal que se traduce por brisa fresca que corre en los meses veraniegos).  Como corresponde a la mayoría de los parajes que atesoran vestigios arqueológicos, no está exento de nebulosas mitologías.  El paisano Teodoro Martín Rodríguez, más conocido en el lugar por Teodoro Chapín, nos refería un dicho que lo oyó contar a su padre, Marcelo Moraguín, del que queda su memoria como un gran tamborilero de estos contornos:  Lombu Cabeza Mohquil, // andi sehtea el ganau // y andi el moru y la mora // tienin el oru enterrau. // Aquel que diera con él // le sobran zachu y arau.   Relataba, igualmente, que, siendo él mozo, arando en una suerte de las que tres le tocaba a cada familia del pueblo en el sorteo que se llevaba a cabo todos los años en un cuarto de la dehesa boyal, coincidió, como lindero, con el vecino Pedro Caletrío Jiménez, más conocido por Tíu Pedru Barullu.  Labraban ambos en la zona amesetada del promontorio.  Estando en ello, una vaca de la yugada de Ti Pedru (araba con una yunta formada por la vaca y un burro) se hundió en el terreno y se vieron negros para enderezarla.  Lo más curioso es que, en el socavón, aparecieron un gran cencerro, comido por la corrosión verdosa o cardenillo (carbonato de cobre) y muchos fragmentos de cerámica.   Contaban también la gente mayor que, en este cabezo, hubo varias fuentes, que se fueron colmatando y abandonando con la desantropización del campo.  Todavía, en los tiempos de lluvias, se forman reventaéruh (humedales) donde estuvieron los viejos veneros y no es extraño ver en dichos sitios la presencia de juncias (Cyperus rotundus), cuyos tubérculos se comieron antiguamente.

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El “chavancón” o poza somera, donde hubo antiguamente una fuente, donde ahora se bañan y se revuelcan los cochinos de la montanera. Situado en la bajada SE de la loma. En la imagen se observan fragmentos cerámicos entre el barrizal, correspondientes a los labios exvasados de una dolia y otros pertenecientes a orzas o vasijas semejantes, de factura romana. (Foto: F.B.G.)

Prehistoria

-Extructuras habitacionales en lo alto del promontorio. (Foto: F.B.G.).

Como es completamente lógico, tan destacada loma llamó la atención de antiguas culturas desde épocas prehistóricas.  Las ortofotos obtenidas mediante el sistema Lidar nos descubren una posible edificación de forma ovalada y de grandes dimensiones y lo que podrían ser suelos de cabañas en torno a ella.  Actualmente, es muy posible que cualquier persona que no tenga la vista educada en cuestiones arqueológicas solo vea informes amontonamientos de piedras, que, en realidad, no le dicen nada.  De todas formas, el yacimiento está muy arrasado y, modernamente, ha sido visitado frecuentemente por los piteros (gente con detectores de metales), que alteran y destruyen estratos y eliminan valiosa información.  El arrasamiento se produjo, fundamentalmente, al construir las majadas viejas, la cerca y la posterior casa del guarda de la dehesa.  Los más ancianos oyeron contar que con narrias bajaron por las empinadas laderas muchas cargas de piedra, ya que este promontorio lo tenían a mano como cantera más próxima.  Los últimos ripios pedregosos se recogieron hará más de 70 años, cuando se levantaron los cimientos de la nueva casa del guarda.   Recordamos haber visto un formidable molino de mano, barquiforme, puesto boca abajo y medio soterrado, junto al pozo que surtía de agua a los guardeses.

Talla lítica prehistórica: un esferoide cuarcita, recogido superficialmente en el cabezo. (Foto: F.B.G.)

Hay que milimetrar el terreno para poder distinguir, entre las jaras, rodados fragmentos cerámicos, pertenecientes a galbos o bordes de cuencos o algún que otro plato almendrado, de desgrasantes medios, cocción oxidante irregular, con pastas de un marrón acastañado y superficies alisadas, rugosas y bruñidas.  Se rastrean, así mismo, molinetas de vaivén fragmentadas; alguna moledera y otros cantos cuarcíticos antropizados.   Los ripios graníticos tienen su origen a no larga distancia: un par de kilómetros en línea recta.  Pero las cuarcitas tuvieron que buscarlas algo más lejos.  Todo el material que nos depara la prospección pormenorizada parece remontarse a nuestra Prehistoria reciente, pero para concretar más y salir de dudas, solo la excavación arqueológica podría proporcionarnos los datos necesarios.

Falda o empinada ladera de la colina, en su parte SO. (Foto: F.B.G.)

En la parte SE de este empinado cerro, desde cuya cima se divisan extensos términos, de aquí lo del control visual que ejercían sus antiguos pobladores sobre todo el contorno, hemos topado con cerámicas muy rodadas, pero el hecho de distinguir, entre ellas, algún fragmento de tégula, nos lleva a hablar del mundo romano.  En uno de los reventaéruh, que presenta un chavancu o puzarancón (voces dialectales que vienen a significar hoyanco o poza somera y de pequeñas proporciones), se ven trozos de dolias o de orzas.  En los inviernos, está lleno de agua, donde se bañan los cochinos de la montanera, que lo transforman en un arcilloso lodazal.  Puede que estas cerámicas tengan ya mucho que ver con un asentamiento rural romano que está a un par de tiros de honda, yendo más hacia el meridión.  En la caída de la loma hacia el saliente, casi en su misma base, se aprecian unas llamativas jorobas.  Se da por hecho que de este sitio se llevaron en un carro tirado por bueyes unas enormes piezas graníticas y pizarrosas, que se utilizaron en la construcción del antiguo corral del concejo.  ¿Acaso restos de enterramientos tumulares?  Recordamos haber visto, como procedentes de tal paraje, en manos del que fuera muchos años boyero de la vacada comunal del lugar, Basiliso Gutiérrez Montero, dos piezas pulimentadas: una, pequeña, al modo de un cincel o gubia; y otra de mayor tamaño, tipo hacha de mano.  Por oídas, sabemos que sacaron con detectores dos especies de cuchillos, corroídos por el verdín, semejantes, según nos narraban, a los que se han venido empleando tradicionalmente para la matanza familiar del cerdo.

El florecimiento de las jaras en pleno mes de enero es un biondicador nada bueno. Confirma el calentamiento global y el daño al que está sometido nuestro planeta Tierra. Las jaras deberían florecer en el mes de abril. Jaral en la bajada SO de la loma. (Foto: F.B.G.)

La puesta en valor de los vestigios arqueológicos que atesoran nuestras dehesas boyales y comunales deben suscitar la atención de los poderes públicos, a fin de ponerlas en valor, bien fuere con la creación de rutas guiadas de senderismo o con alguna excavación reglada.  Ya sabemos que la Intrarqueología o arqueología de los que formaron parte de perdidos y marginales yacimientos no recaba las miradas de los políticos y otros administradores que tienen la sartén por el mango.  Pero esa gente humilde y anónima también contribuyeron a conformar la Historia.  No todo va a ser para excavaciones glamurosas de ciudades romanas o para murallas, alcazabas y cascos antiguos de la gran urbe.

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Fotografía superior: Al fondo, la loma de Cabeza Mohquil, vista desde el ángulo SE, donde se halla un asentamiento rural romano. Foto: F.B.G.

Publicado el 24 de enero de 2022

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