La novela Los últimos románticos, de Txani Rodríguez, se lee en un suspiro. No hace uno más que leer la primera frase, “las cosas pasaron como pasan los trenes de mercancías: con un estruendo de velocidad anunciado desde lejos”, y, cuando quiere darse cuenta, el tren ha partido, ha atravesado paisajes industriales de sucinta tristeza y ha llegado plácidamente a su destino. Y es que en ella todo sucede, al tiempo, con rapidez y con una serena naturalidad que hacen que la narración y la lectura avancen rápidas y sin sobresaltos, mecidas por la dulce voz de Irune, una mujer entrada en los cuarenta que trabaja en una fábrica de papel y que no parece haber superado del todo la muerte de sus padres, cuyas tumbas avista a diario desde una de las ventanas de su piso, una mujer de costumbres extrañas, como jugar a contar cuánto tiempo tarda el posavasos en despegarse de un vaso de cerveza o la de fabricar flores de papel higiénico, que conserva ideas no menos extravagantes heredadas de la niñez, como “que la gente que vivía en pueblos hermosos de la costa tenía que ser guapa”, y a la que pone algo nerviosa que las cosas cambien de sitio, como hacen a menudo en el supermercado, razón por la que también le dan rabia las gasolineras, porque tienen “la desvergüenza de vender en Burgos sobaos de Cantabria; aceite en Jaén, en Calatayud, o chacinas extremeñas en Dueñas, y confundir así a los viajeros, cambiándolo todo de sitio, como si las cosas no tuvieran que estar en su lugar”. Una mujer, pues, que se resiste a los cambios y que nos cuenta –casi cuesta trabajo decir que sorprendida, porque todo lo asume con una, esa sí, sorprendente calma– cómo su vida se transforma casi de un día para otro de forma inesperada, un cambio que se anuncia desde las primeras páginas de esta novela, en la que parece no haber trampa ni cartón, en que la que todo parece suceder como en la vida misma incluso aunque nos asome a la vida misma a través de una mirada singular, nada predecible, capaz de fijarse, y de hacernos reparar, en aspectos de lo más inesperado, contradicciones estas, en una historia en apariencia sencilla, contada a saltos y como de reojo pero en la que todo es diáfano y está bien hilado, que enriquecen la narración y que, tal vez, junto a la prosa amable y sencilla pero no exenta de lirismo con la que está escrita, la hicieron merecedora este año del Premio Euskadi de Literatura en la categoría de Literatura en castellano. Una pequeña delicia con la que pegarse el gusto, una tarde, de leer una buena novela del tirón.
Los últimos románticos
Txani Rodríguez
Seix Barral
18 euros
Publicado el 14 de enero de 2022