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Winterreise

A menudo, cuando, en alguna circunstancia y por alguna razón, salen a relucir mis poemas, tiendo a disculparme diciendo que son demasiado narrativos, como si no fuesen más que el trasunto sujeto a métrica de mis microrrelatos, los devaneos líricos de alguien que, después de todo, no es más que un cuentista. En alguna ocasión, dándole vueltas a este asunto, tratando tal vez de buscar una justificación a esos poemas, se me ocurrió que la narratividad no es, en realidad, del todo ajena a la poesía, y que, de hecho, la épica, que en buena medida está en el origen de la literatura, sin dejar de ser poesía, es esencialmente narrativa. Nada tendrían, en este sentido, mis poemas de épicos al modo clásico, pero sí podría decirse, medio en serio, medio en broma, que su tono es el de una cierta épica cotidiana, que la voz poética que los protagoniza es la de un héroe de a pie, uno de tantos héroes que se enfrentan, con ese tono de fatalidad que también era marca de mucha de la épica clásica, al día a día, al paso del tiempo, a la llegada inevitable de la muerte, llorando por cada instante que se marcha o tratando, por el contrario, de celebrarlos para volverlos, aunque solo sea una ilusión, eternos.

Un verdadero maestro en este género entrecomillado, sujeto con pinzas, de la épica cotidiana sería, a mi modo de ver, el poeta compostelano Miguel D’Ors, y un buen ejemplo de ello sería su más reciente libro de poemas, Viaje de invierno, que acaba de publicar la editorial Renacimiento. Entre las citas que abren el libro se encuentra una del poeta bosnio Izet Srajlić que dice que “el efecto más grande en poesía se consigue cuando el poeta logra sorprender al lector con algo conocido”, y que pone de manifiesto la atención de D’Ors a lo cotidiano. Y la cotidianeidad de este libro es la de un hombre entrado en el invierno, que ha sobrepasado la barrera de los setenta, que evoca el tiempo pasado y que se enfrenta con sobriedad, con estoicismo (con cristianismo, me corregiría seguramente el poeta), al futuro, en el que empieza a vislumbrar (esperemos que a la vuelta de muchos años) el final. La evocación del pasado es evidente en poemas como “Trazabilidad”, “El lobo de Quireza” o “Foto escolar”, y al futuro se enfrenta unas veces de frente, otras de reojo, en poemas como “A todas estas cosas”, “En la pandemia del coronavirus” o “Eucalipto de ‘A Portela’”, pero el tiempo predominante en el libro es, a pesar de todo, el presente, un presente aún capaz de regalar sorpresas al poeta, como le sucede, por ejemplo, con la pareja de herrerillos que acaban por protagonizar, revoloteando, el poema “Novedades”. Y si cito a los herrerillos es porque la naturaleza, tan presente siempre en su obra, sigue siendo, en Viaje de invierno, lugar del asombro, de encuentro con la belleza y con Dios. Y el otro lugar de asombro, y de belleza, y de sorpresa, es la propia poesía, su propio quehacer, que practica, por ejemplo, jugando a ensamblar un soneto con su nieta Irene o, sin abandonar esa estrofa, retando a Violante a construir un soneto de trece versos “sin quedar por ello menos completo” o evocando una escena erótica al cabo imaginada en “Prado de Serandín”, un poema que menciono para traer a colación, de paso, el humor, tan presente siempre en los versos de D’Ors, en poemas, en este libro, como “Tallas grandes”, “Plantilla de oración para padres novatos” o “Arrimado a la rima”, un humor que en ocasiones se vuelve ácido, corrosivo, como en “Tres deseos”, ejemplo, en este libro, de un tono político y combativo que tampoco es del todo ajeno a su poesía.

cartel palacio carvajal girón plasenciaEl invierno es, en principio –o, al menos, así nos lo venden–, una época triste, en la que la naturaleza y la vida se repliegan, pero también es –y en eso nada tiene de triste– tiempo de recogimiento, y de disfrutar de los frutos de la cosecha, y el fruto de la cosecha, en D’Ors, es ese estilo suyo tan coloquial y que, por ello, nos resulta tan cercano, y tan natural, pero que esconde en el fondo el mayor de los artificios, el de haber logrado engarzar, sin dejar rastro del esfuerzo, de la labor, ese decir aparentemente sencillo en la complicada estructura del poema, lo que le permite decir lo que quiera, lo aparentemente trivial –y disculpen que reitere el aparentemente, pero es que necesito recalcar lo poco que hay de sencillo, de trivial, en lo que dice–, sin dejar de sonar en todo momento poético, logrando que sus poemas sean un placer para el cerebro, para el oído y –no dejemos atrás la preciosa edición de Renacimiento– para la vista, con lo que lo único que me queda por hacer, en esta breve reseña, es celebrar que Miguel D’Ors haya tardado tan poco en dejar obsoletas las Poesías completas que publicó esa misma editorial hace un par de años.

Viaje de invierno

Miguel D’Ors

Renacimiento

15,90 euros

Parada de la Reina 2018 Plasencia planVE Extremadura

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