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Desde fuera

Siempre me han interesado las historias de la gente que acaba haciendo de mi lugar el suyo. Es decir, de personas venidas de fuera, en ocasiones de lejos, que recalan en nuestra ciudad o en nuestras comarcas y deciden hacer su vida aquí. Reconozco que por detrás de este interés puede haber un fondo de inseguridad, el de no estar del todo convencido de que este sea, de verdad, un buen lugar para vivir o de que ciertas decisiones hayan sido acertadas, y que tal vez por eso encuentre en su decisión de quedarse un modo de refrendar la mía propia. Pero también creo hay en ello algo de genuino interés literario, en la medida en que el viaje, las peripecias, los imprevistos, la forma de salvarlos y los lugares, en ocasiones inesperados, a los que la vida nos conduce nos seducen a todos desde antiguo, están en el mismísimo origen de la literatura.

Cuento todo esto a cuento –valga la redundancia– de Nicolás Paz Alcalde y de su El funeral de los cerezos, pues Nicolás es uno de esos individuos que, por azares del destino, ha venido a recalar aquí, concretamente a Jerte, en el corazón del Valle, pero también porque la pertenencia y la condición de forastero, del venido de fuera, son, entre otros, elementos fundamentales de su libro, una obra de teatro que comienza, precisamente, con una discusión entre los dos personajes principales, Max e Hipólito, sobre qué es ser de aquí y qué ser de fuera, una discusión (como la propia obra) absurda y que no tiene respuesta, o al menos una respuesta única, lógica y coherente. Los personajes viven en un valle cuajado de cerezos (no necesariamente el Valle, nuestro Valle, aunque pueda serlo perfectamente) en el que no es fácil que el venido de fuera llegue a superar nunca, por más tiempo que esté y por más que se inmiscuya en la vida del lugar, la condición de forastero, condenado a no superar nunca el invisible y siempre escurridizo umbral que lo convertiría en autóctono. En ese tipo de lugares el forastero está siempre bajo sospecha, y lo está, en realidad, porque su mirada nos incomoda, pues, del mismo modo que a veces nos puede hacer sentir la maravilla que es nuestro lugar, otras muchas nos hace sentir ridículos, porque a sus ojos, capaces de mirar las cosas con perspectiva, sin adherencias sentimentales, nuestras pequeñas proezas y tragedias no son, en el fondo, tales. Su mirada, en definitiva, nos incomoda, nos descoloca, y por eso, tal vez, no dejamos nunca de dudar de ellos.

En cualquier caso, y volviendo al libro, esa escena inicial en la que Max e Hipólito discuten sobre los oscuros límites del ser de aquí, los dos, enterradores (aquí hay sin duda ecos de Hamlet), están cavando un hoyo –o tal vez dos– para dar sepultura a un difunto sin nombre –tal vez un poeta– pero también para plantar un cerezo, una tarea que llevan a cabo con nocturnidad y en la que la autoridad (primero dos guardia, luego el alcalde) no tardará en encontrar también alevosía, que es la que precipita los acontecimientos, al llevar hasta ese incierto lugar en el que transcurre la trama, como si nos encontrásemos en el mismísimo camarote de los hermanos Marx, a una florista, a concejales azules, verdes y colorados, al secretario municipal, a un grupo de anarquistas y a un sacerdote, que abarrotan el escenario montando un lío fenomenal, entre esperpéntico y berlanguiano, cuyo final (que desde luego no voy a desvelar) confirma la teoría de uno de los filosóficos enterradores de la obra de que el tiempo no es lineal, sino circular, y de que vivimos atrapados en una órbita en la que los destinos se cumplen una y otra vez irremisiblemente.

El funeral de los cerezos es, en definitiva, una obra ágil, divertida y, al mismo tiempo, filosófica, que, entre bromas y veras, nos dice mucho acerca de lo que es y cómo es ser de aquí, y que esperamos que, como sucedió con Los dilemas del profesor Heyman, la anterior obra de teatro de Nicolás Paz, con la que el grupo de teatro placentino Algazara y punto ha alcanzado notables éxitos, no tarde en ser puesta en escena.

El funeral de los cerezos

Nicolás Paz Alcalde

La Moderna

10 eurosClub Natación Plasencia

Imagen superior de Chusa Barrantes, 2008

Texto de Juan Ramón Santos para su columna Con VE de Libro

Publicado el 15 de octubre de 2021

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