Casi sin darnos cuenta, entre covid y pandemia, se nos ha pasado el verano. Septiembre, en los umbrales del otoño, enseña sus orejas doradas y la pátina de la hojarasca comienza a enseñorearse de los senderos y caminos con su rumor cascajoso, lejos de los agobios del estío, aunque aún nos sorprenda con alguna calentura intempestiva o tradicional que el pueblo ha bautizado como “el veranillo de San Miguel”, a lomos de la estación otoñal.
Parecía que con las vacunas correspondientes la cosa iba a cambiar y todos esperábamos volver a los “tiempos felices” de antaño, los tiempos de vernos la cara y sentir la cercanía y el abrazo cordial, pero las olas de este mar proceloso no han dejado de batir su acoso, al menos en lo que conocemos en nuestra comarca de la Vera.
Pese a todo, sin fiestas y con el lastre de los permisos o reparos oficiales, la vida ha seguido su curso. En puridad, aparte de los seres queridos que nos han abandonado junto con los dañados de alguna forma –cosa que nos duele– nos resta la sensación de que hemos perdido meses de vida, o, dicho de otra forma: hemos vivido temerosos con la mosca del virus zumbándonos tras la oreja procurando escudar lo peor y preservar la salud, que es lo principal.
En estos momentos, como la esperanza es lo últimos que se pierde, confiamos en que la cosa cambie, lo que conseguiremos no sin esfuerzo, con una dosis de paciencia y voluntad, el respeto a los demás y a nosotros mismos por la cuenta que nos trae.
Desde mi atalaya natural en la paz del campo, siento el piar de los pájaros; en la altura el vuelo imperial de un águila surca los aires; los ladridos a jirones de un perro perturban el silencio y el viento que comienza a cambiar del tórrido al fresco, animado por una lluvia tormentosa, a veces densa y a veces fina, que humedece la tierra, nos procura un sopor que agradece el alma.
¡Ojalá que con la nueva estación y el curso escolar y político cambien también las actitudes y volvamos a la vida de siempre, la vida del corazón, sin mascarillas ni trabas, sanos, humanos e infinitos!
En la imagen superior, carretera a Garganta la Olla en La Vera
Texto de José Vicente Serradilla para su columna Bitácora Verata
Publicado el 2 de septiembre de 2021