Hay quien opina que a cierta edad no hace falta viajar porque se supone que ya se hizo, y que llegados a ese punto de la existencia solo queda esperara que por la puerta de tu vida el mundo pase por delante de ti. Un criterio del que uno no es nada partidario. La atención de una persona mayor debería estar aplicada al presente, pero más interesada en el inmediato futuro. El pasado, acertado o no, permanece en nuestro archivo memorial, ese que forma parte de nuestra vivida y anecdótica historia.
La emoción de recrearse en lo ignoto
Los años que me está permitiendo Extremadura existir y caminar por sus tierras, siempre han sido inéditos y me han fomentado el conocimiento y el disfrute, a pesar de lo conocido en otros países mucho más lejanos al mío y en los cuales también me emocioné con la vista y el conocimiento de otras culturas. Una vez vivido un tiempo fuera de tu ámbito habitual, lo incógnito se empieza a transformar en lo cotidiano, pero no por ello totalmente descubierto. Siempre queda una ocasión para sentir la emoción de ver y recrearse en lo ignoto; incluso en algo que todavía puede conmover: lo que no se ha sabido mirar y sentir plenamente, aquello que tuvo el instante desapercibido. Para disfrutar de esa oportunidad, únicamente se requiere una actitud inquieta (la que debería adoptar una persona de cualquier edad) por ensanchar sus conocimientos.
Una nube, un árbol, un paisaje, una obra de arte o un monumento no sólo es lo que simplemente vemos -que únicamente es su mera representación- hay que observar sentir y conectar mucho más allá de lo que permite nuestra retina. Por eso mismo, nuestra atención se centra más en las voces que en los rostros, sobre todo cuando aquellas no verbalizan vulgaridades, que es cuando se vuelven interesantes. Y al decir voces y rostros no solo están referidos a los de las personas sino también a los de la naturaleza, a las de de una pintura del Divino Morales, a las de un ábside, a las de un atrio y a las de la catedral que lo alberga todo, como la atenta mirada al paisaje que también nos habla.

El caso es que aunque mi vida extremeña-placentina cumple y celebra bastantes años, uno llega al convencimiento de que la edad (aunque sirva para acumular experiencias, conocimientos y también frecuentes achaques con reclusiones sanitarias) no es óbice para tener la capacidad de descubrir la singularidad que guarda esta tierra. Una región que, aunque ya casi cotidiana, ofrece innumerables y diversas oportunidades (si se provocan) de descubrir algo inédito y diferente; algo que te vuelve a emocionar y que te hace sentir mejor porque te renueva el espíritu.
Publicado el 30 de septiembre de 2021
Texto y fotografía de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un foráneo. Las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor.