Siempre es aconsejable, por bueno y útil para el entendimiento, entretenerse con alguna cuestión pero procurando no embarullarse o liarse, ya que esa situación se acerca peligrosamente a la exasperación. Lo más acertado es que lo que aquello que cada uno elija para enredarse unas horas sea algo solaz, una distracción en la que su desarrollo vaya encaminado a la consecución de un fin práctico y beneficioso, sea de la índole que sea.
Uno se enreda con Plasencia por las mañanas muy temprano, caminando y reflexionando por callejas y resbaladeros que, aunque no muy aconsejables en invierno, ahora se hacen casi indispensables por aquello de la “mareína” que por ellos escapa refrescándote el cuerpo. Son paseos que te llevan fuera y dentro de la histórica muralla: salir por la Puerta del Sol y volver a entrar por la de Trujillo después de patear un amplio y diverso semicírculo. Hecho eso te creces, y vas con premiado derecho a contemplar (otra vez de tantas) la Vieja y la Nueva Catedral placentina.
En esos caminos, da tiempo a reflexionar y preparar el intelecto para escribir después de leer a Malcolm Lowry y comprender que siempre hay que amar, aunque el de enfrente te resulte odioso. Cuando la temperatura sube, flaquean las piernas y decae el ánimo andarín, el trayecto hacia la fresca sombra de tu casa se traza solo. Luego, después de calmar la sed y el apetito, parece que escribir con el fin de comunicarte con los demás se te hace placer, que para eso están las palabras, me digo. Leer y pensar me transportó a un duermevela sestero que me ensoñó con lo que intuía desconocido.
A la tarde llama un amigo, el que me enseñó Las Hurdes, un avezado astrofotógrafo que me animó a disfrutar de una excursión al cielo desde Valcorchero, muy cerca de la ciudad de Plasencia. Desde allí pude contemplar un soberbio atardecer, y cuando la noche se cerró sobre nosotros fue cuando mi cicerone me adoctrinó acerca de los astros y de cómo el planeta Marte se acercaba a Venus ante la presencia de la cercana Selene. En ese lapso de tiempo fue cuando sentí que la existencia se levanta hasta el infinito, como si el anhelo de vida estuviera entrelazado con el universo en el firmamento excesivo, como si ese fuera mi lugar. Esa noche dormí más sabio, como un niño feliz enredado con las estrellas.
Publicado el 19 de julio de 2021
Texto y fotografía de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un foráneo. Las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor.
1 comentarios
Siempre magnífica tu reflexión Juanra.
Sigue escribiéndonos. Gracias