Hace ya un buen puñado de lunas, nos embarcamos en una gira interdisciplinar por la comarca cacereña de Sierra de Gata, en la que andaba afincado por aquel entonces el siempre buen camarada, heterodoxo, desmelenado, carrilano y fundador de la Gentilidad Arqueológica Lusitano Vetona, Alfonso Naharro Riera. Recuerdo que, en nuestras épocas de universitarios, se acercaba, con su destartalado vehículo, desde su Trujillo natal y carente de memoria histórica para con sus hijos, y nos llevaba a los que nos chiflaban las piedras a ver los descubrimientos arqueológicos que había realizado. ¡Cuántas estelas, pinturas, aras, castros… habrá en su haber, sin que nadie de las Administraciones Públicas se haya acordado de sus valiosas aportaciones a la Historia de Extremadura!
Era un autodidacta de la arqueología, con gran agudeza, ingenio y particular visión de los espacios arqueológicos. Se nos fue demasiado pronto. La cadavérica parca nos lo arrebató en el invierno de 2012. Ni una sola placa con su nombre en parte alguna. A lo mejor, los huertanos o huerteños, o sea, los vecinos de Huertas de Ánimas, se animan y le hacen algún día un homenaje, con rótulo incluido. Porque Alfonso tenía predilección por esta pedanía de campesinos, que siempre intentó romper las amarras que le sujetaban a los señores de la ciudad de Trujillo. Pueblo de lindas y rebeldes mujeres, algunas con ojos más hermosos que el bleutiful recientemente descubierto. No había salida en que no recaláramos en Las Huertas a refrescar nuestros gaznates. Memorables momentos.
Con Alfonso como guía, nos pateamos desde la Peña del Dragu y Loh Cahtilléjuh (compartiendo términos entre Villanueva de la Sierra y Santacruz de Paniagua) hasta la legendaria fortaleza de Salvaleón, asiento de un posible castro, abrazado por las aguas de los ríos Eljas y Basádiga. Por el camino, los petroglifos del Pilar de Santa María y otros cercanos por Cadalso y Descargamaría, Acebo o San Martín de Trevejo. Lógicamente, no quedó atrás El Cahtilleju de Villasbuenas de Gata, cuyo paraje era un arcabuco impenetrable. Más tarde, cuando vieron la luz las páginas del libro Sierra de Gata: Guía Arquetípica, la pluma de Alfonso dejó clara constancia del pasado remoto de la zona: El hombre del Neolítico usó los cazaderos de la Sierra, pulimentando sus armas de piedra, cuyos restos encontramos dispersos por toda la geografía serrana, principalmente en la primera repisa, entre Cilleros, Perales del Puerto, Villasbuenas de Gata, Santibáñez el Alto y Hernán Pérez. Me asaltan los recuerdos de aquel sábado anubarrado, de primavera, pateándonos la dehesa de Peraléjuh y la charla con un cabrero al pie de un zajurdón (chozo redondo a piedra seca y con falsa bóveda), relatándonos, con ingenioso gracejo la leyenda de por qué a los villasbuenéruh los motejan como panzúoh. Pero nos llevaría mucho rato habla de la Casa de la Mujel Panzúa. Tiempo habrá para ello.
Antonio González Cordero, otro gran amigo de muchas andanzas arqueológicas y de otra índole, hablaría más detenidamente en su tesis doctoral: La Edad del Cobre en la Alta Extremadura: Asentamiento y organización del territorio, leída en la Universidad de Extremadura en 2012. En sus páginas, da unas pinceladas sobre los restos cerámicos, que emparenta con otros de poblados castellanos y del norte portugués y nos habla sobre alguna pequeña necrópolis cercana, aparte de airear el destructivo chamarileo clandestino con ciertas piezas sacadas del castro, como un ídolo-placa, un punzón biapuntado, un hacha plana o una flecha de tipo Palmela.
La Muralla
Decíamos en nuestro capítulo anterior que el equipo de nuestros buenos amigos y que encabezan los arqueólogos Carlos Tejerizo García y Fran Alonso Toucido, después del correspondiente desbroce del lugar, pudieron observar detenidamente el baluarte que acoraza un espacio que no llegará a la media hectárea, donde parece asentarse la acrópolis del castro. Este bastión ya les puso la mosca tras la oreja a los camaradas investigadores y entendieron que su conformación de mampuestos no casaba muy bien con los típicos amurallamientos al uso de otros poblados calcolíticos cercanos. Algunos de estos también con el topónimo de “El Cahtilleju” a cuestas, ya fuere el de Santacruz de Paniagua, el de Guijo de Granadilla, el de Santibáñez el Bajo, el de Guijo de Galisteo, el de Ahigal o el de Mohedas de Granadilla.
Puede que la zapata o primera hilada de la cimentación fuera realmente calcolítica, pero el resto del alzado se corresponde probablemente a épocas posteriores. El hecho de encontrarse fragmentos de cerámica calcolítica entre los mampuestos graníticos es muy claro al respecto. Se sacaría tierra de las inmediaciones para consolidar la fortificación y, entre las brozas y ripios terrosos, irían multitud de trozos de vasijas, la mayoría lisos y otros con variopintas decoraciones. La tradición entre los lugarejos de la zona, como dijimos en páginas anteriores, es que allí se levantó, en tiempos de los moros (no sabemos si de los moros históricos o de los moros legendarios), una torre o un castillo, con una galería que bajaba hasta la rivera de Gata. Puede que fuera algo medieval. ¿Pero por qué no podría ser de tiempos romanos o tardoantiguos? Esperemos que, en la segunda fase de excavaciones, aparezca algún fósil director que aclare el asunto.
Seguro que, en la próxima etapa, saldrá a la luz algún enlace clave, que llevará al equipo excavador no solo a conformarse con remover estratos de manera concienzuda, sino a echar mano de componentes empíricos que, de manera multidisciplinar, procuren responder a muchas preguntas. Es preciso saber cómo transcurrió la vida del castro y su posible prolongación en tiempos históricos. Cierto que las secuencias y lecturas arqueológicas, máxime tratándose de etapas muy antiguas, están imbuidas de gran complejidad. Pero aplicando distintos métodos de detección y cotejando los resultados obtenidos con los hallazgos más punteros y los correspondientes trabajos que los acompañan, seguro que se conseguirán respuestas adecuadas para el amplio abanico que va desde la intervención a la protección del objetivo marcado.
Posiblemente, habrá que tener en cuenta que las sociedades catalogadas como primitivas no son, en su continua evolución, un paso previo para llegar a fórmulas que contemplan la aparición de un Estado. Todo lo contrario, pues, por lo que sabemos, las formas de organización de nuestros antepasados prehistóricos eran opuestas a cualquier tipo de institución estatal, como se desprende de sus relaciones igualitarias, enfrentadas a la centralización del poder y a la creación y afirmación de jerarquías. El hecho, así mismo, de hablar de economías de subsistencia no implica carestía alimentaria. Es manifiesto que se producen excedentes alimentarios que se consumen con motivo de ciertas fiestas u otros actos cultuales. Todo ello lleva, como teorizaba el filósofo y sociólogo ruso Mijaíl Bakunin, que el paso de una sociedad estratificada a otra jerárquica, es un ruptura política y no económica. A ello habría que añadir las nuevas concepciones ideológicas de la Arqueología del Paisaje, pero esto lo dejaremos para una próxima ocasión.
Imagen superior: Metidos en harinas arqueológicas: la excavación que no pare. (Foto: Archivos Diputación Provincial)
Publicado el 25 de junio de 2021
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor.