El día que le llamaron para inmunizarse parcialmente se alegró mucho. Esperaba con ansia ese momento. Desde hacía un mes, todos los días a las siete de la mañana ya tenía el smartphone a plena carga, lo conectaba y ponía el volumen de llamada entrante a todo trapo, no sea que un descuido o un bolsillo profundo y el ruido ambiente no le permitiera oírlo al primer tono. Esperaba la llamada con tanta agitación como si en ella fuera a fijarse la primera cita con su novia de aquella ¡uf! remotísima adolescencia. Alguien le preguntó si sabía la “marca del matabicho”, como si detrás del nombre del fabricante estuviera escondida la calidad, consecuencias y efectividad del aquel inmunizador contra el pandémico mal. Le daba igual; él confiaba en la ciencia y en los científicos, aunque tuviera ciertas reservas acerca de los manejos de las multinacionales farmacéuticas.
Ahora, pasado el tiempo, se encuentra protegido al mismo tiempo que algunas medidas drásticas de la región extremeña se van relajando. Aún así, van todos enmascarados, muchos vacunados, pero no está nada claro lo de viajar y reunirse con los distantes seres queridos. Aquí, en Plasencia, todos quietos y el cariño latiendo a distancia, transmitido por medios digitales tecnológicamente fríos. Porque para templanza la de la primavera; para el calor, el del inminente verano y el beso a esperar.
Lleva más de un año pegado a la esperanza, esa que al principio se siente lejana, pero que el paso del tiempo va materializando haciendo que la liquidez de esa ilusión se transforme en palpable realidad. Y es que la esperanza, al igual que otros sentimientos a los que los humanos suelen asirse en momentos difíciles, tiene método. Siempre tuvo la certeza de que a la ilusión hay que echarle muchas ganas, con alma y convicción. No cabe solo esperar, hay que obrar ayudando a todo lo que se fundamenta en promesa -que es la base de la esperanza- para que se concrete en un medio de consecución y su efecto. Y funciona, tarda un tiempo pero aquello que en principio era una quimera, echa a andar y se mueve en la dirección ansiada.
El caso es que este hombre, ya vacunado, persigue ahora otras ilusiones como reavivar afectos lejanos a los que solo le faltan presencias, miradas y abrazos. Siempre afirmado en una sólida plataforma de esperanza, aplica todas sus fuerzas y convicciones en renacer una realidad suspendida. Y le funciona, porque la ciudad empieza a moverse más allá de la confianza, de gentes taciturnas, de puertas y cierres echados, de calles semivacías. Plasencia se mueve, se abre, y él también; más cerca de lo que quiere por encima de su vida.
Publicado el 8 de mayo de 2021
Texto de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un foráneo. Las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor.