Juan Luis Campos García es un viejo conocido del que solfea estas líneas. Inquieto, vivaracho, poca cosa pero muy grande, con ojos que intentan comerse el mundo, aunque, a veces, también tienen cierto poso de melancólica tristeza. Y unas manos mágicas, con las que maneja artísticamente sus pinceles. Lo conocí cuando visité algunas de sus exposiciones en el pueblo en que vio la luz: Zarza de Granadilla. Eran épocas en que el Proyecto M, del que él era cofundador, echaba a andar, removiendo las entrañas socioculturales de tal lugar. Hoy, continúa con la misma labor, sofrenada, lamentablemente, por la mil veces maldita pandemia coronavírica.
Hijo de obreros, tuvo que emprender el camino de la emigración a tierras francesas. Su padre, militante del Partido Comunista de España (PCE), fue siempre una persona comprometida, haciendo honor al pueblo de La Zarza, donde las ideas socialmente avanzadas y la rebeldía contra la injusticia prendieron avivada mecha en los años de la II República, lo que le costó una temible represión por parte de las hordas franco-fascistas. Cuando habla de su madre, solo cita dos palabras: abnegación y cariño. Pero será la figura de su abuelo paterno, Juan Campos Domínguez, la que le deje profunda huella. A inicios de la guerra de sedición (otros la llaman civil), se pasó, en el Alto del León, a las filas republicanas. No se volvió a saber nada de él hasta después que acabó la guerra. Participó en las enconadas batallas del frente de Madrid, El Ebro, El Segre y otras. Regresó al pueblo a regañadientes, incorporándose a una sociedad civil de tonos grises y luctuosos a causa de la sanguinaria represión de la dictadura. Tuvo que tragar sapos y culebras para seguir subsistiendo. Juan Luis tomó muchos vinos y muchas cañas con él y, un día, cargó con el caballete a cuestas, y se largó a recorrer aquellos pueblos que pateó su abuelo y que fueron cruelmente signados por las calamidades de la contienda.
Mujeres, historia y arte
Una persona con una sensibilidad a flor de piel estaba destinada a dejarse guiar por las musas. A Juan Luis le vinieron a ver desde los coloristas mundos pictóricos. Feliz con un pincel en la mano y una superficie donde plasmar las virtuosas o escandalosas ebulliciones que fermentan entre sus neuronas cerebrales. Se encuentra a gusto en Zarza de Granadilla, aunque hubo días, tiempos atrás, que pensó hacer el hato y lanzarse, de nuevo, al ruedo. Pero cada día se siente más realizado, personal y profesionalmente, en su pequeño rincón y acepta de buen grado la soledad artística, que siempre es una buena compañera. Afirma que ha tenido mucha suerte, ya que ha logrado hacer y deshacer y vivir realmente de lo que le gusta y es su auténtica pasión: la pintura. Sus poquísimos ratos libres se los dedica a la familia, a sus mascotas, a la jardinería, a leer todo lo que puede y a limpiar su casa, de la que comenta que, a veces, se convierte en una auténtica leonera.
Actualmente, está embarcado en un proyecto que se canaliza a través de la Mancomunidad de Trasierra-Tierras de Granadilla y enmarcado en programas relacionados con El Pacto de Estado contra la Violencia de Género, subvencionado por la consejería de Igualdad. El proyecto se mueve bajo el epígrafe de Mujeres, Historia y Arte y pretende fundamentalmente dar voz a las mujeres que forman parte de la Intrahistoria; o sea, a aquellas féminas que, sin aparecer en los gruesos e ilustrados volúmenes de las historiografías, también aportaron su grano de arena para empujar y conformar la Historia. Nuestros medios rurales están llenos de mujeres luchadoras, campesinas azotadas por las heladas y las canículas, que hicieron bueno aquel refrán que corre por nuestras tierras: Una jormiga sola no jadi panera, peru ayúa a la su compañera. Sus brazos arregazados siempre estuvieron dispuestos para desplegarse en pro de la solidaridad, la hospitalidad y el apoyo mutuo; virtudes que siempre acrisolaron nuestras villas, lugares y aldeas, sobre todo entre las clases más bajas, que sabían muy bien lo que era trabajar de sol a sol y sudar honestamente sobre los duros terrones.
Disfruta Juan Luis, el pintor que traspasó no solo las fronteras regionales sino también las nacionales y expuso en prestigiosas salas europeas, yendo de pueblo en pueblo, a lo largo y ancho de toda la mancomunidad de Trasierra-Tierras de Granadilla, plasmando el espíritu del mencionado proyecto sobre los blancos muros que designan los Ayuntamientos, en colaboración con las asociaciones de mujeres o con otras de ámbito sociocultural. Juan Luis se siente rodeado por el calor de los paisanos y disfruta enormemente con su trabajo actual, que le recuerda mucho a las Misiones Pedagógicas y La Barraca, proyectos que puso en marcha la II República Española y que llevaron la cultura y las artes a los pueblos más recónditos de la geografía española. Cuando termine de menear sus pinceles por esta comarca, le esperan las paredes de otra demarcación cercana: Las Hurdes. Así, seguirá paseando su personalidad cósmica y funambulista por estos pueblos tan resquebrajados por el envejecimiento y por espurias globalizaciones neoliberales y capitalistas que, en nombre de una falsa modernidad y una terrible homogenización, intentan arrancarles sus raíces e identidades. Pero todas estas hidras de siete cabezas siempre tendrán enfrente a Juan Luis, revestido con su espíritu libertario y armado con su pincel: el mejor arco iris para denunciar y derrotar sus desmanes.
Imagen superior: Mural de “La Acetunera”, en Santibáñez el Bajo. (Archivos: Juan Luis Campos)
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor.
Publicado el 30 de abril de 2021