En esta larga época que nos está obsequiando el planeta, tenemos que reprimir nuestra existencia contrayendo usos casi desconocidos hasta ahora, como chapodar los sentimientos primarios para evitar que se carcoman por falta de cuidados, y se fortalezcan en esta larga espera hasta la ansiada llegada de la bonanza salubre. Así que, siempre con la esperanza en la mochila, cada uno tiene que conformarse con lo que tiene en su cercanía; cada uno su tierra y nosotros en la de Extremadura, con sus estratégicos bancos mesetarios en balcones abiertos a bellos y confortantes paisajes. Todo un complaciente universo regional para solazar la mente.
Ahora, el personal despierta cada mañana con la leve esperanza de que ese instante presagie que por fin ha llegado el gran día, su gran día. Observo en el parque placentino de La Isla a mayores felices, por fin acompañados de sus nietos. Son gentes que ya han alcanzado el tan ansiado estado preventivo contra esa amenaza universal que les podría dañar gravemente. Son personas que ya pueden disfrutar del presente, que no necesitan nada más que lo que tienen para que ese hoy pueda ser su gran día. Ellos tienen la fortuna de vivir en un estado que no hace muchos años se cualificaba de ancianidad, pero que ahora los sitúa como personas mayores cercanas a la sabiduría porque saben hablar solo después de haber vivido trabajando; porque solo dicen lo que les dicta el uso inteligente de la esencia de lo aprendido; porque han pensado antes de hablar y porque también antes de discursear han meditado lo que han leído. No es que por precepto todos los mayores sean sabios, ya nos gustaría. Penosamente un ignorante imbécil no se convierte en sabio cuando llega a esa avanzada edad, solo se transforma en un imbécil viejo.
Hoy, en esta coyuntura social, predomina una multitud solitaria en la que solo los ecuánimes no se cuestionan la fragilidad de algunos valores antes enaltecidos, porque son descaradamente fútiles. A causa de ello se magnifica la desorientación de un grupo tonto que no puede dar crédito a lo que sucede a su alrededor. Muchos, aunque solo los que poseen el conocimiento y el saber de disfrutar de pequeñas cosas, se sientan en un banco con vistas a su propio universo para sobrevivir sonriendo a las estrellas y al cielo que aquí, aunque es extremeño, es de todos y cada uno.
Publicado el 5 de abril de 2021
Texto de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un foráneo. Las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor.