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Breverías

Siempre he dicho que el microrrelato es un género muy adecuado (quizá el más adecuado) para trabajar la narrativa en talleres literarios, para el aprendizaje del escritor en ciernes, pues le pone, a pequeña escala, en el brete de tener que adoptar las mismas decisiones que es necesario tomar si lo que se aborda es un relato largo o una novela, el tono, el estilo, el punto de vista, la organización de la trama o la creación de personajes, con la ventaja de que el microrrelato, por su brevedad, resulta infinitamente más manejable, lo que permite escribir una y otra vez la misma historia hasta alcanzar el resultado que en cada caso considere mejor. Eso le permite además descargar en ellos, como en una fulminante ráfaga de ametralladora verbal, todas sus obsesiones, muchos de los temas, historias y personajes que le rondan la cabeza, y por eso es fácil, en el caso de autores que, como yo, empezamos en esto escribiendo microrrelatos, que en nuestras primeras publicaciones se encuentren cifrados, condensados quizá, todos nuestros futuros libros

Es la sensación que tengo a veces cuando hojeo “Cortometrajes”, “Cuaderno escolar” o “Palabras menores”, algunos de mis primeros libros, y es la que he tenido al leer hace poco los relatos que Ignacio Rubio Arese recoge en su primera entrega, Las hormigas también gritan, publicada por la editorial Enkuadres. A ello se refiere también Javier Sagarna, autor de “El baúl de un mago”, el prólogo que abre la colección, cuando afirma que “un debut literario es, antes incluso de publicarse, principalmente pasado. El pasado del escritor que será, del escritor que anuncia. Como tal, son importantes sus aciertos –y en este libro no faltan– pero son aún más importantes sus promesas. Ellas son, en buena medida, la magia que guarda dentro del baúl”.

Yendo de una vez al grano, lo que contiene este baúl lleno de promesas son sesenta y cinco relatos agrupados en cuatro apartados o libros, “Esta es la vida”, “Nacidos para volar”, “Cautivos y desarmados” y “Todo es vanidad”, que, como es frecuente en el género, se mueven entre el lirismo de piezas como “Liliput” y la imaginación desbordante, no por ello exenta de lírica, de textos como “Mareas”, “La retrocicleta” o “El desierto de los indios”, jugando al medio con lo insólito y fabuloso (en cuentos como “El tenor” o “Nieko Nebematysi”) o con la intertextualidad (“Hormigas literarias” o “Ligeros de equipaje”). Además, como notas distintivas del libro y de su autor, yo destacaría el frecuente protagonismo de los niños y una cierta vocación justiciera de sus cuentos, que parecen escritos para poner las cosas en su sitio.

Respecto a lo primero, son muchas las historias planteadas desde el punto de vista de algún niño, entre ellos “Frías noches”, “Pedazos”, “Capitán América” o “Algo haría”, muchas veces para acabar mostrándonos, desde esa mirada inocente, realidades tan tenebrosas como la guerra, los abusos sexuales o el tráfico de órganos, con una vocación de denuncia que no es, en absoluto, ajena a esa vocación justiciera de la que también hablaba, y que se concreta en un nutrido número de microrrelatos escritos con un sentido de la justicia que “Antesala”, el texto que abre el libro, dedicado a José Mújica, seguramente anticipe. Es el caso de “El cazador”, “Recuerdos de comunión”, “También gritan” o “El justiciero”, que saldan maldades o injusticias con merecidas, deseables venganzas, o de piezas de resistencia como “Llaves” o “Archipiélago” que responden, como las otras, a una cierta necesidad de desahogo, pero también, seguramente, a una secreta fe en el poder transformador de la palabra.

Librería La Puerta de TannhäuserY es bueno que acabemos hablando de la palabra, porque si algo queda claro al leer Las hormigas también gritan, aparte del más que evidente compromiso social de su autor, es su compromiso, también, con la palabra, su deseo por contar sus historias con la mejor prosa, de la mejor manera posible. De ese deseo, y del enorme esfuerzo que conlleva, nos habla entre líneas en el relato “Ejército escrújulo”, cuando describe cómo “avanzo como puedo entre cúmulos de tinta y gramáticas acechantes, desbrozo frases laberínticas con mi machete, me arrastro entre párrafor pantanosos, áridos versículos (…), tropiezo contra unos puntos suspensivos –pérfidos cancerberos que asemejaban un puente a la otra orilla–. Caigo al suelo, soy al acto reducido por un escuadrón de atléticas mayúsculas”, lo que no es sino una forma juguetona de hablarnos de su perseverancia, de su vocación estilo, una perseverancia y una vocación de estilo que ya han dado buen fruto y que esperemos, por último, que no tarden en traducirse en nuevos libros de Ignacio Rubio Arese.

 

Las hormigas también gritan

Ignacio Rubio Arese

Ediciones Enkuadres

12 euros

Texto de Juan Ramón Santos para su columna Con VE de Libro

Publicado el 30 de abril de 2021

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