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Eslabones sueltos

Pablo Gutiérrez escribe rematadamente bien, y además es un tipo extraordinario. Si lo afirmo en este orden, y con coma al medio, es porque me temo que la bondad, como cualidad moral, tiende a asociarse con una cierta medianía intelectual, con lo que decir, por ejemplo, que Pablo Gutiérrez es un tipo extraordinario que escribe rematadamente bien sería tal vez poner, por lo primero, lo segundo en entredicho, cuando les puedo asegurar que no es así. En absoluto. Que es un muy buen tipo tuve ocasión de comprobarlo cuando compartí con él hace unas semanas la entrega de los premios Edebé: el agradecimiento y la humildad con la que recibía el premio alguien cuya trayectoria ha sido ya más que abalada por la crítica y los lectores y el contenido entusiasmo con el que hablaba de sus alumnos y defendía la tan a menudo denigrada adolescencia me convencieron de ello. Después, para convencerme de lo segundo, de que es un estupendo escritor, me ha bastado con leer sus novelas. Primero, Democracia y Cabezas cortadas, dos novelas sólidas, contundentes, incómodas, muy bien escritas, y, luego, el libro del que quiero hablarles hoy, Nada es crucial, ganador en 2010 del Premio Ojo Crítico de Narrativa de RNE y reeditado a finales del año pasado por La Navaja Suiza,

Los protagonistas de Nada es crucial son dos seres marginales, Lecu y Magui, el hijo de unos yonquis que pasa por sucesivas familias y centros de acogida gracias a la mediación de un inquietante líder religioso y una niña de pueblo cuyo pequeño mundo se derrumba el día que su padre sale del armario y las abandona a ella y a su madre. Los dos son personajes a la deriva, eslabones sueltos de un sistema que en el fondo no sabe qué hacer con ellos y que, desamparados, van llevando vidas paralelas, surfeando infortunio tras infortunio hasta encontrar, ya juntos, su propio camino, todo ello bajo la mirada de un narrador ácido, corrosivo, que llega a ser demoledor, por ejemplo, cuando habla de la Iglesia Neocristiana, pero que también es capaz de ser tierno cuando se acerca a sus protagonistas. Un narrador que anticipa el de Democracia, pero que está muy emparentado también con el de Cabezas cortadas (por más que esta última novela sea un diario en primera persona y las otras, el relato de narradores omniscientes), pues ambos son fruto de un estilo muy reconocible, caracterizado por un humor preñado de rabia, por la decisión de fijar la mirada en lo marginal y por una prosa potente, fluida, juguetona, a ratos gamberra, tremendamente rica en referentes culturales de todo tipo, elementos todos estos que cristalizan en un estilo, el de Pablo Gutiérrez, que se ha convertido para muchos en marca de la casa, como lo son también -marca de la casa- unos finales (al menos, los de los libros que he leído hasta ahora) que no sabemos muy bien cómo encajar, pues después de tanta miseria, y de tanto esperpento, y contra todo pronóstico, sus personajes acaban encontrando un cierto acomodo, un acomodo distinto, que no cuadra con nuestro concepto de final feliz, y que, por eso, nos incordia, porque vulnera nuestro esquema de valores, las coordenadas con las que, obedientes, nos movemos por el mundo.

Muchos de estos elementos son los que han llevado a Isaac Rosa, autor del prólogo de esta nueva edición del libro, a definir la literatura de Pablo Gutiérrez como “literatura descampada”, “no literatura de descampado -nos aclara-, sino la propia literatura convertida en descampado”, y a afirmar, en ese mismo texto, que Nada es crucial es “una novela alambrada, afilada, llena de fragmentos rotos y cristales”, de la que, como dice, uno puede salir con los dedos heridos o, como poco, tiznados, pero también, añadiría yo, en esa especie de luminoso estado de gracia que alcanzas cuando acabas de leer un buen libro.

En definitiva, yo que ustedes leería, desde luego, Nada es crucial, y Democracia, y Cabezas cortadas, pero también les digo que el que un escritor tan bueno, y tan lúcido, se decida de pronto a escribir para jóvenes es para estar atento, para no descuidarse, porque seguro que les cuenta cosas que ellos, y nosotros, deberíamos saber. Por eso yo tampoco perdería de vista -y ahí va mi última recomendación-, cuando se publique la semana que viene, El síndrome de Bergerac, la novela juvenil con la que ha ganado la última edición del Edebé.

 

Nada es crucial

Pablo Gutiérrez

La navaja suiza

17,90 euros

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