
“Soy escritora y voy a contar tu historia”. Es la frase con la que comienza Setenta y dos vírgenes, el libro con el que Chelo Sierra ganó la última edición del Premio de Novela Corta “Salvador García Aguilar”, una frase breve pero que contiene, a mi modo de ver, algunas de las características fundamentales del estilo de la escritora y mucho, también, de lo que es su última novela. “Soy escritora y voy a contar tu historia” es, ya de entrada, una frase que engancha, que atrapa, por lo que tiene de afirmación tajante, de diálogo con otra persona de la que aún no sabemos nada y para la que enseguida buscamos aclaración, y si lo siguiente que se nos dice es que “en esa frase había una súplica, una trampa, una promesa, había una liana a la que agarrarse, pegajosa y quebradiza, pero liana salvadora al fin y al cabo” y tres líneas más abajo se nos habla de “situaciones extremas” (las que en parte desvela la contraportada, pero que yo prefiero aquí no revelar), es fácil que nos entren aún más ganas de leer para averiguar, como poco, qué extremas circunstancias son esas, y digo que es una de las características de la forma de escribir de Chelo porque ella tiene siempre esa facilidad, que no es fortuita, de encantar, de seducir al lector y de llevarlo en un vuelo al desenlace. Parte de esa habilidad consiste, además, en hurtar información, en dosificarla con cuidado, y la primera frase del libro es, en ese sentido, una frase engañosa, llena de vacíos que la autora acabará colmando, revelándonos cuál es esa persona cuya historia va a contar, pero también los avatares que acabarán dando pleno sentido a una afirmación -“soy escritora”- mucho más dudosa de lo que a primera vista pudiera parecer, avatares que comienzan a desarrollarse mucho antes del momento crucial de la historia, ese en que la protagonista lanza su “Soy escritora y voy a contar tu historia” como tabla de salvación, esa frase que tan imprevisibles consecuencias traerá luego, conduciéndonos a un final en el que los sutiles hilos de la trama se van revelando, en que todo va adquiriendo sentido y que nos invita, casi, como sucede con los finales redondos, a empezar a leer de nuevo. Y hasta aquí puedo escribir, y contar, porque esta última de Chelo Sierra es una de esas historias a las que es mejor llegar -y quizá nunca mejor dicho- vírgenes, sin saber demasiado, dejando que nos atrapen, que nos sorprendan. Por eso sólo me queda decirle a su autora que no deje de ser, si así lo desea -como dice en algún momento la narradora de este libro- una Bansky, una artista esquiva, que se prodiga poco e intenta dar la cara lo imprescindible, pero que no deje por ello de regalarnos a menudo, como viene haciendo, libros con los que disfrutar, como La mirada del orangután, como El efecto avispa, como Bonsáis, como Setenta y dos vírgenes.
Setenta y dos vírgenes
Chelo Sierra
Editorial Aguaclara
12,00 euros