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Elemental, querido Hilario

La poesía de Hilario Jiménez Gómez tiende a lo esencial o, quizá mejor dicho, a lo elemental. Lo digo porque seguro que no es casualidad que haya titulado dos antologías temáticas de su obra Aqua y Terra; o que, en la recopilación de su poesía publicada tras la concesión, este revuelto año 2020, del Premio Internacional de Literatura “Rubén Darío”, distribuya los poemas de la sección “Retratos y sombras” bajo los epígrafes viento, fuego y mar, merodeando de nuevo la vieja enumeración de elementos esenciales de Empédocles; o, por último, que el volumen en cuestión se titule Savia y ceniza, dos sustancias que, aunque no figuren como elementos generadores en ninguna teoría protofísica, lo parecen, en la medida en que simbolizan y resumen los dos puntos cardinales de la existencia: la fuerza desbordante de la vida y el residuo polvoriento que deja tras la muerte.

Más allá de estos juegos de palabras —que, por otra parte, tampoco son gratuitos—, considero que la poesía de Hilario Jiménez es elemental, que no simple, en más de un sentido.

En primer lugar, en su cercanía a la naturaleza, nuestro hábitat primordial. El poeta observa la naturaleza —el agua, las plantas, la meteorología—, la hace protagonista de sus versos y deja que se cuele, sinuosa, en el proceso creativo, ayudándole a construir imágenes y metáforas en las que aparecen con frecuencia, además de referentes de tierra adentro, elementos marinos —olas, sal, caracolas— que hacen pensar, por los ecos que traen de Neruda y de Alberti, que sus paisajes, que esa naturaleza que a menudo protagoniza sus poemas, no es solo vivida, sino también leída (si es que ambas cosas no son al final lo mismo). A este respecto, el de la cercanía del autor a la naturaleza, dice el catedrático Gregorio Torres Nebrera que “entre todas las palabras claves que despliega Hilario Jiménez en sus versos, (…) la palma se la lleva el siempre rico y capaz de la vegetación, sobre todo las flores —ya rozagantes, vitales, ya mustias, amortecidas—, símbolo que desde el Renacimiento ha sido brillante expresión de lo efímero de la carne y de la vida”, y buena muestra de ello son, por ejemplo, los versos del poema “El tiempo” en los que dice: El tiempo ¡Qué daño nos hace a todos! // Pienso hoy / a esta hora / cuando observo unas flores ya idas / que caen como lágrimas desde el jarrón.

Relacionado con esto, ese carácter elemental del que hablo estaría también presente en lo que he dado en llamar cercanía a lo que importa. En este sentido, el poeta Antonio Reseco, autor del prólogo de Savia y ceniza, afirma que “quien busque en este autor un mundo imaginario, alejado o infranqueable, por muy propio que fuera, no lo encontrará. La lectura de su poesía es la lectura de los días que pasan, del agua que se posa en nuestras cabezas, de una calle empedrada, de la pérdida, del amor, de —valga la paradoja hablando de poesía— lo tangible”, y ahí están, en ese sentido, como temas de su poesía, los que al final más nos importan, que son también los temas elementales, clásicos, de la Poesía: la soledad, la incertidumbre, el paso del tiempo, pero también, el amor —caluroso en sus versos, pero también en las recurrentes dedicatorias y agradecimientos a mi Emma—, con el que Hilario enjuaga el dolor de tantos estragos y ayuda a descubrir el valor de cada instante, haciendo que su poesía sea, por lo general, más celebrativa que elegiaca, el resultado, en palabras de otro poeta, Basilio Sánchez, de una “vocación de celebrar la raíz de lo que somos, el sustrato que nos hace crecer”.

Y si los temas son clásicos, también son clásicos —antiguos y contemporáneos— sus referentes, cuya influencia no deja de reconocer, pues, como también dice Reseco, Hilario Jiménez “nunca ha huido de sí mismo ni de aquellos que construyeron su idea de poesía”, y, así, libro tras libro agradece lo que él llama “el préstamo de sus conversaciones” a autores como Antonio Machado, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Pepe Hierro, Francisco Brines, Antonio Colinas, Luis García Montero, Juan Carlos Mestre o el soriano Fermín Herrero, que ha destacado por ejemplo, al hablar de la obra de Hilario, su “asimilación profunda de los poetas del 27”.

Y si la presencia de la naturaleza, sus temas y referentes hacen pensar en un autor elemental, se observa también en él, como se observa en otros muchos poetas de largo recorrido, una tendencia a la concisión formal, al poema elemental, breve, sin artificios, y lo digo no tanto por los haikus inéditos que nos regala casi al final de Savia y ceniza bajo el título “Diecisiete gotas” como por muchos de los que integran su último libro, Para que la vida ocurra, de 2018, poemas desnudos, contundentes, reflexivos, que se acercan a veces, por el tono, al aforismo —como cuando en el poema “Para que la vida ocurra” afirma que no soy sólo lo que recuerdo; / hay otro hombre en mí / hecho de todo lo que he perdido—, pero en los que nunca falta, para rematar, dejándonos a veces suspendidos en el aire, un giro intensamente poético.

Hilario Jiménez Gómez es, como vengo diciendo, un poeta elemental, quizá porque, como dice, una vez más, Antonio Reseco, “siente la poesía como una forma de ser y estar llana, directa e ineludible”, pero también un poeta riguroso, de sólidos fundamentos, que no toma la poesía en vano, para el que la poesía, como afirma en “Palabras”, un poema del libro De la noche a los espejos, no es un camino de rosas, / sino una forma distinta / de estar solo, un camino que podemos recorrer nosotros ahora con él de principio a fin, de la savia a la ceniza, gracias a este elegante volumen publicado por la editorial Sial Pigmalión.

Bara Dynamics

Savia y ceniza

Poesía reunida (2003-2018)

Hilario Jiménez Gómez

Sial-Pigmalión

20 euros

Imagen superior: fotografía de Hilario Jiménez Gómez tomada de la página de AEEX -Asociación de Escritores Extremeños

Texto de Juan Ramón Santos para su columna Con VE de libro

Publicado el 11 de diciembre de 2020

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