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Dickens, Kafka, Navidad

En un fragmento de esa especie de dietario que es el libro Perros en la playa, del poeta Jordi Doce, el autor se pregunta¿Libros que abrigan y confortan?” y responde tajante: “Entonces es que no hace bastante frío”. Yo no digo que no tenga razón –pues de lo que está hablando en el fondo es de una cierta idealización almibarada y empalagosa del libro y la lectura que conviene desmontar–, pero mi experiencia es que sí hay libros que transmiten una cierta sensación de abrigo, de confort, y estoy pensando en la Ilíada, en el Quijote, en los Ensayos de Montaigne, en Guerra y paz o en clásicos contemporáneos como Los detectives salvajes, los Verdes valles, colinas rojas de Ramiro Pinilla o El espíritu áspero de Gonzalo Hidalgo Bayal, por nombrar sólo algunas incursiones gozosas de largo aliento que se me vienen a la mente, títulos cuyo solo volumen –respaldado, claro, por la indudable calidad de sus autores– es toda una promesa, y que parecen asegurarte, desde el mostrador, gozosas semanas de lectura y de cobijo.

Lo cuento porque me sucedió la pasada Navidad (aquella Navidad aún sin mascarillas en que el coronavirus nos parecía algo tan lejano y pintoresco) con Dombey e hijo, de Charles Dickens, que llevaba varias semanas tentándome desde la mesa de novedades de la Biblioteca Municipal de Plasencia y que se me antojó, en una de mis visitas de entonces, una lectura cómoda y confortable para los días de vacaciones.

Cada vez que leo a Dickens (y me gustar hacerlo de vez en cuando) no puedo evitar sorprenderme al pensar que era, al parecer, uno de los autores de referencia para Franz Kafka, uno al que, quizá, intentaba parecerse, pues a primera vista diría que nada tienen que ver, aunque quizá eso sea fruto de una interpretación demasiado pobre y folletinesca de Dickens y de otra demasiado elevada y kafkiana del propio Kafka, pues si uno se fija en El castillo o en América, o incluso, en buena medida, en El proceso, verá que, desde el punto de vista de las tramas y los personajes, no resultan tan alejados de los de Dickens: tramas complejas en las que se entrecruzan individuos taimados que impiden la feliz resolución de los conflictos, personajes que en Dickens resultan caricaturescos y en Kafka se vuelven retorcidos y exagerados, pero que al final no están tan alejados entre sí. De hecho, personajes como Carker, el villano de Dombey e hijo, retratado con facciones y gestos felinos que nos descubren cada dos por tres su blanca e inquietante dentadura, o Mrs. Skewton, la segunda suegra de Mister Dombey, una mujer de setenta años que trata de aparentar veinte y que Dickens nos muestra sin piedad en el momento en que, antes de irse a dormir, se despoja de todos sus afeites y se convierte en una pobre vieja, acaban no estando tan alejados del expresionismo y de la modernidad, lo mismo que el Londres que el autor inglés consigue construir a través de su abigarrado retablo de personajes planos termina resultando casi contemporáneo del de El hombre de la multitud, de Edgar Allan Poe, la ciudad del flâneur de Baudelaire, el lugar para el spaziergehen de Benjamin, un paisaje, por lo tanto, casi vanguardista.

Dickens es, pues, un autor de tránsito que, con su excepcional dominio del folletín, nos conduce casi sin darnos cuenta, en un vuelo de páginas, desde el romanticismo hasta el siglo veinte pasando por el realismo decimonónico, algo que uno puede comprobar incluso en una obra en principio menor como Dombey e hijo, en la que, si acaso, lo que uno echa en falta es una mayor presencia de la economía, una descripción detallada de cuál era el tráfico financiero y mercantil en una ciudad como Londres a mediados del siglo XIX, en el esplendor del primer capitalismo, o de cómo funcionaba una empresa con intereses coloniales como la de Dombey & Son, un elemento que acaso hubiera sido un lastre para la trama pero que la habría enriquecido, para el lector de hoy, con matices históricos, sociológicos y económicos de interés cuya ausencia, por otra parte, tampoco impide que su lectura sea muy recomendable, todo un placer, como una especie de mullido sillón para estos días de invierno, sobre todo para los de esta Navidad que las circunstancias aconsejan pasar en casa, tranquilos, alejados del ruido y de la gente, y que espero que sean para ustedes, a pesar de todo, muy felices.

Dombey e hijo

Charles Dickens

Diversas ediciones

Disponible en préstamo en la Biblioteca Municipal “José Antonio García Blázquez”, de Plasencia

Publicado el 25 de diciembre de 2020

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