
Cuando el otoño pinta de colores Las Hurdes, los ríos suenan alocados entre las piedras. Mientras, el olor a madera que sale de las chimeneas se esparce en el aire como un embrujo. Hemos ido a El Gasco, allí donde acaba la carretera CC63 y, quien quiera seguir, puede hacerlo a pie y encontrarse con La Meancera. O puede ir más alto, más lejos y llegar al famoso volcán. Una ruta que atrae a excursionistas, vecinos y científicos.
Porque, aunque se conozca como el “volcán”, hay varias versiones sobre su origen: un volcán extinto, el impacto de un meteorito o un antiguo y enorme castillo de madera, que ardió con tanta potencia que fundió la roca. Lo cierto es que hace muchos años se confeccionaban pipas con piedra del volcán o las piedras se vendían a las fábricas de vaqueros, para que los pantalones salieran “lavados”. El “volcán” de El Gasco sigue allí, un enorme orificio entre altas montañas.
Podemos escoger la teoría que nos guste más, pero volvamos a la realidad de la carretera. Hay que vigilar las curvas, no distraerse cuando las bandadas de pájaros cruzan sobre ti o cuando algún duende parece esconderse en los pinares.
De Vegas de Coria a El Gasco acompañados por el río
De Vegas de Coria a El Gasco hay 17 kilómetros de carretera, un río que juega a aparecer en cada curva y varias localidades: Rubiaco, Nuñomoral, Cerezal, Martilandrán y La Fragosa.
Antes de entrar a Rubiaco, el río Hurdano se encara hacia la vía y los álamos dibujan su curso en amarillo. El paisaje es de postal. Las piñas de los pinares ruedan por los caminos y crecen las setas al pie de los árboles.
En Cerezal, desde el puente de la carretera se ve el río Malvellido cayendo sobre el Hurdano y seguir juntos en su recorrido. Más adelante, en La Fragosa, los bancales crecen junto al río y detrás de ellos suben las casas, alejándose del agua. Cada centímetro de tierra se aprovecha, allí donde los huertos muestran las legumbres al sol. El valle es estrecho y en alguna curva, cuando llueve mucho, el río toma la calzada.
Nadie debe perderse una visita al mirador de El Gasco. Pero antes de ver hacia abajo, ya solo mirar el telón gigantesco que forman las montañas, con los árboles salpicando de colores otoñales las laderas, es todo un espectáculo. Al bajar la mirada aparecen los meandros que el río Malvellido dibuja en su curso. No es necesario que en el móvil o la cámara se activen los colores vivos, porque la luz cae de tal manera sobre las piedras grises y vidriadas del río, que las imágenes tienen siempre un parecido a los dibujos.
Es un río plateado y sinuoso, y la leyenda cuenta que cada jueves a medianoche dos grupos de ánimas recorren sus orillas. Cada grupo se desplaza en un sentido, van vestidas de blanco, en silencio e iluminadas por la danza de una vela. Escuchamos estas historias, como se escuchan los murmullos, porque dicen que quienes las han visto ya no están en este mundo.
Sobre la tierra, en los meandros, los muros de piedra sostienen los bancales y sobre alguno de ellos también las piedras dibujan formas sinuosas, quizás hubo allí un antiguo chozo, quizás un mínimo corral para un cerdo o una vaca.
Al llegar a El Gasco acaba la carretera, pero puede seguirse a pie y adentrarse en las montañas o detenerse un momento, cerrar los ojos, oler las castañas asadas, sentir el viento, escuchar como suena el río entre las piedras y dejar volar la imaginación o, simplemente, los sentidos.
Publicado el 6 de noviembre de 2020