En esta época que nos ha correspondido vivir las gentes reaccionan y se enfrentan a sus particulares situaciones como pueden o se les da a entender. Es muy difícil, mejor decir imposible, que todos sientan sus vidas integradas dentro de aquella normalidad cotidiana tan añorada por todos; una existencia que progresaba impulsada por un musculoso motor que nos hacía avanzar inexorablemente camino de nuestros destinos.
Desde hace varios meses, esa ruta se ha visto alterada por la inclusión de varios extraños condicionantes y en algunos casos, limitaciones y prohibiciones. Los placentinos, como todos los extremeños y demás pobladores de este planeta, acatamos penosamente esos recortes que por la posibilidad de contagio virulento se decretan obligados.
Los más ávidos y dispuestos aprovechamos los gozosos flancos que se pueden encontrar en los vericuetos de ese desconocido y extraño camino -de trazado obligatorio- para exprimir algunos de esos placeres temporalmente perdidos, aliviando así ese feo sentimiento de limitación. Y es que nuestra vida aún siendo casi normal, se nos antoja enlatada al no disponer de aquella total emancipación para hacer lo que nos gusta y cuando nos viene en gana, sin demarcaciones. La sensación de esta existencia envasada no implica el amontonamiento, afortunadamente, pero sí afecta a ese espacio tan necesario -hoy delimitado- para el rebrote de la plena libertad.

Menos mal que en Plasencia el prado, el monte, el aire puro, los pájaros y el río Jerte están a cuatro pasos del centro de una ciudad que no agobia, que ofrece media docena de espaciosos parques que permiten en pocos minutos liberarte de vallas, eliminar cortapisas para sentirte libre, a cielo abierto, con todo el cuerpo fuera de esa lata que ahora contiene nuestra vida.
Publicado el 2 de octubre de 2020
Texto de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un foráneo. Las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor.