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Por los Montes de Cáparra XXIII: Santa Marina La Vieja (III)

Entendemos que el viajero ya ha reposado a la sombra de las viejas oliveras que se encuentran inmediatas al lugar donde se alzó la ermita de Santa Marina, de la que no queda ni un muro en pie, aunque tenía buena salud en el año 1791.  En el mes de marzo de tal año, para mayor ilustración del viajero, se dice, en el Interrogatorio de la Real Audiencia de la provincia de Extremadura, que la ermita se halla vastantemente reparada; concurre a ella el pueblo el lunes inmediato la Dominica in Alvis, se sale  procesionalmente, en este día se canta misa solemne con sermón en dicha hermita, no se a observado haber habido nunca quimera; esta ymagen es la avocación del pueblo y a quien concurre en necesidades públicas, especialmente en la rogación para el agua, abiendo experimentado varios prodixios en sus rogaciones; sus fincas son doce olivos, ocho fanegadas de tierras, hun cortinal para forraxe, su cabida zinco celemines de sembradura.  De aquí se deduce que no estaba arruinada en 1730, como alguien publicó en ciertos apuntes.

Carlos Antón Pérez (conocido cariñosamente como Carlos “Barragán”), un “canchaleru”, siempre empático y solidario, que interiorizaba lo que oía a sus mayores y lo retenía en el cliché de su memoria. Nos deleitó, en su día, con riquísimos retazos de la Cultura oral. (Foto: Lorena)

Pero el viajero se quedó a medias con lo que le ocurrió a San Pedro cuando una noche paró a lavarse los pies en las aguas de la antiquísima fuente de La Galistea.  En capítulos anteriores, como muy bien sabe el viajero, ya se habló del noviazgo entre Santa Marina y San Pedro, a tenor de las leyendas que narran los habitantes de un pueblo cercano a estos predios y a los cuales motejan como canchaléruh.  Uno de éstos, buen amigo donde los haya, simpático, dicharachero, camarada de todos y dispuesto a prestar ayuda a cualquiera en cualquier momento, nos refirió una tarde lloviznosa del invierno, en la gran dehesa de robles de su pueblo, junto a la laguna del Marugueru, un relato que escuchó a sus mayores.  Hablamos de Carlos Antón Pérez, más conocido cariñosamente por Carlos Barragán, a quien la horrible Dueña de la Guadaña nos lo arrebató muchos estíos antes de tiempo.  El 3 de agosto de 2016, hace cuatro años, desgraciadamente, lo perdimos.  Con una sonrisa picaresca, Carlos nos contaba que una noche con una gran luna llena, San Pedro, para ir más decente donde la novia, se descalzó en la fuente La Galistea y se dispuso a lavarse los pies.  Pero, entonces, de pronto, salió una culebra enorme que se le enroscó en las piernas y le arrastraba hacia el fondo de la fuente.  San Pedro pidió auxilio y Santa Marina, que lo oyó, llegó volando y, dando una voz, la serpiente soltó a su presa y desapareció en las profundidades.  Y Carlos añadió que él oyó decir a algunas viejas que, si se enterraban los cabellos de una mujer que tuviese la regla, éstos se convertían en terribles sierpes.  Lo mismo que cuentan los campesinos de algunas zonas alemanas. Y nos habló también, según oídas, que los bastardos, en tiempos de Maricastaña, estaban muy bien dotados y que se enamoraban de las chavalas guapas y que, con sus brillos, sus contorsiones y la fuerza hipnotizadora de sus ojos, las atraían y se acostaban con ellas, y que eran muy celosos. No hay que olvidar, por otro lado, que ciertos pueblos del pasado hablaban del estrecho lazo entre los hontanares y las sierpes, al erigirse en seres que desaparecían bajo tierra, buscando la fuente de la vida, que se encontraba en los veneros de los manantiales. Este desaparecer en los recovecos del submundo (oscuridad, muerte) y, luego, reaparecer sobre la superficie térrea (luz, vida), le otorgaba, también, cierta aura de eternidad.

La fuente “La Galihtea”, muy antigua y legendaria, antes de que le añadieran una “tarta” a base de una joroba de cemento y guindas en forma de cantos rodados. Necesita urgentemente una reparación a tono. (Foto: Josafat Clemente Pérez)
La ermita de Santa Marina, antes de su restauración, en el pueblo de Ahigal (Foto: José María Domínguez Moreno)

Posiblemente, la serpiente, antes de ser criminalizada y ser considerada como el centro de todo tipo de maldades por ciertas religiones, fue muy respetada e incluso venerada por antiguas culturas.  Plutarco, el historiador griego con ciudadanía romana, comenta sobre la especial y misteriosa sensibilidad que tenían las serpientes hacia las jóvenes vírgenes, evocándose casos de toda una orgía impúdica y carnal entre el animal y las hermosas féminas.  Con los sincretismos y el agua bendita de las iglesias, el mito se transforma en superstición y las culebras devienen en el terror de las mujeres.  Es preciso tener muy en cuenta, igualmente, la íntima conexión, en la ancestral cultura celta, entre las serpientes y las aguas curativas.  Por otra parte, Afrodita, que, como sabe el viajero y ya comentamos, era la diosa griega que cantaba las excelencias del amor, del sexo y la prostitución religiosa, se la representa, en ocasiones, con una serpiente en el muslo, como lo pone de manifiesto la escultura hallada en el Monte Carmelo (Palestina), o bien enrollada en un brazo (ciudad de Agrigento, en Sicilia).

Ermita de Santa Marina, una vez restaurada. (Foto: José María Domínguez Moreno)

Quizás el viajero se encuentre ante un galimatías, que no es tal.  Tenemos suficientes cartas para formar la baraja: una diosa griega (Afrodita), que, tras enigmáticos procesos sincréticos, se convierte en la Venus Marina de los romanos. A estas dos deidades, se une otra de signo masculino: Natricus, íntimamente relacionada con el mundo ofídico y cuyo teónimo aparece en un ara que se encontraba en un huerto cercano a la fuente de La Galihtea.  El sincretismo se acentúa con la llegada del cristianismo, doctrina que maldice a las culebras, por lo que queda fuera de juego Natricus (un arcaico San Pedro, que vivía justamente a orillas de la rivera del Bronco).  Los jerarcas cristianos asumen el culto, al no poderlo erradicar, de Venus Marina y algunas de sus polivalencias cultuales y la convierten en Santa Marina, sacándose de la manga alguna rocambolesca hagiografía, si es menester.  Pero es fundamental que los árboles nos dejen ver el bosque, de modo especial el centro del mismo, el onphalos.  Si al viajero le hubiesen enseñado a diseccionar los fenómenos culturales con discursos materiales, de tipo práctico, exentos de tanta carga espiritual, llegaría a una mayor comprensión de razones y circunstancias prácticas.  Pero como dice el celebrado antropólogo Marvin Harris, la vida práctica utiliza muchos disfraces.  Cada estilo de vida se halla arropado por mitos y leyendas que prestan atención a condiciones sobrenaturales o poco prácticas.  Estos arropamientos confieren a la gente una identidad social y un sentido de finalidad social, pero ocultan las verdades desnudas de la vida social.

Fragmentos cerámicos de vajilla doméstica y común, de indudable factura romana, en las inmediaciones de donde estuvo la ermita de Santa Marina la Vieja. (Foto: F.B.G.)
Talla de Santa Marina, patrona del pueblo de Aceituna. Se observa a sus pies, el espantoso dragón (en Ahigal se le conoce como el “Ehcornau”): una mistificación popular de la sierpe, que, de ser una íntima amante de las jóvenes y hermosas deidades en ciertas culturas antiguas, pasó a ser considerada maligna y diabólica, por obra y gracia del dogmático cristianismo. (Foto: Ángel Briz)

El viajero y los lectores que saquen sus conclusiones.  Nosotros pensamos que el teónimo que se oculta en el ara ya radiografiada, por ser tal deidad muy conocida por los nativos afincados en estos parajes de Santa Marina la Vieja, tenía mucho que ver con el culto al agua, como origen de la vida, a cuyos veneros tenían acceso las serpientes (auténtico símbolo fálico y procreador) en sus desapariciones bajo tierra.  La fuente y la sierpe. Afrodita (o Venus) y Natricus.  San Pedro y Santa Marina.  Agua, fertilidad, sexo, placer… Auténticas necesidades vitales del hombre para su subsistencia y la prolongación de la especie.  He aquí las remotas bases de la practicidad, apegadas a la tierra y cimentadas en fenómenos que se pueden percibir ordinariamente por nuestros cinco sentidos.  Santa Marina es producto de aquellos arcaicos fenómenos.  El haber sido asperjada por agua bendita adulteró, poco a poco, su esencia, que gozaba de claros atributos de la Magna Máter o Gran Diosa: una deidad telúrica en la que se compenetraban la fecundidad agraria y la fecundidad humana.

El viajero, que va acumulando en su caletre todo lo que le ofrece el medio que va hollando en sus caminatas y que, no tardando, se convertirá en un libro abierto, ha de parar el carro y, volviendo a la calleja por donde dice la tradición oral que discurría la vía romana que enlazaba Cáparra con Caurium, se dirigirá hacia El Canchu del Tableru.  Otro enigma que se encontrará a su paso.  Pero esto ya es harina de otro costal y hay que dejar que el viajero busque la sombra, se meta algo entre pecho y espaldas y, luego, sacando el libro poético que lleva consigo, se despida, en esta mítica jornada, con el poema de rigor, tal vez, en esta ocasión, más sombrío que la oscura tormenta que se cierne sobre estos campos en la tarde de un 12 de agosto, aniversario no de vinos y de rosas, sino de vinagres y de abrojos.

ESTOY VIVO

Estoy vivo

porque vivo de tus recuerdos.

Son sombras intangibles,

pero que aprendí a tocarlas

en las tardes de mis Prehistorias Recientes

y en las noches que estoy más solo que la una

en una habitación sombría,

donde tú, a veces, te cuelas

y estás sin estar presente.

 

Estoy vivo

gracias a ti, y me alegro.

Si no fuera porque tú estás viva,

aunque no sienta tu piel

ni, en realidad, sepa bien cómo respiras,

hace ya mucho,

desde aquel diciembre de alcohol y niebla,

que pendería de la rama de vieja encina,

solo, comido por avispas, moscas y hormigas,

en lo más intrincado del monte.

 

Gracias, una vez más,

amor mío, que nunca lo fui tuyo,

por estar viva.

Es el único consuelo

que me dio fuerzas para seguir viviendo.

No te me mueras ahora,

porque después no hay Nada,

y yo, sin la Nada, no soy nadie.

(Poema Estoy Vivo.  Poemario: Con la soga al cuello)

 

Foto superior: Conjunción de los terrenos pizarrosos de “Santa Marina” con los graníticos de “Lah Canchórrah”. (Foto: F.B.G.)

Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor.

Publicado el 14 de agosto de 2020

LAs Termas Baños de Montemayor

 

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