Tras el oportuno descanso de nuestro curioso viajero a la fresca sombra de los bolos graníticos del inmenso e intrincado berrocal de Lah Canchórrah, en las inmediaciones del monte-isla de El Canchu del Toreru, continuará caminando hacia el meridión. Sus pasos van trotando por terrenos donde los batolitos granitoides friccionan con materiales Precámbricos y Paleozoicos. Todo un paisaje quebrado, plagado de orondas formaciones plutónicas, que hacen bueno el topónimo de Lah Canchórrah y que, pretendiendo abrazar a la cuña pizarrosa que avanza hacia el SO, se alterna con pendientes suaves, algunos barrancos, pequeñas lomas y recogidos valles y vallijónih (diminutos valles medio camuflados entre el roquedo y el matorral). La existencia de pizarras areniscosas, limítrofes a los granitos, presentan buena permeabilidad y han dado lugar a acuíferos continuos y definidos: antiguas fuentes que, luego, devinieron en nóriah (pozos de gran boca, a cielo abierto y que permitían el riego mediante el sistema de cigüeñal). Un sitio ideal para que antiguas culturas tomaran asientos en tales parajes. A escasos tiros de honda, la rivera del Palomero arroja sus aguas en el padre Alagón, conformando en la desembocadura unas impresionantes quebradas cuarcíticas.
Al viajero le contamos que, desde los años de Maricastaña, el hombre que correteó por estos pagos, escogió, como en tantas otras partes, los espacios pizarrosos para levantar la vivienda, ya que sabían que las cimentaciones eran más seguras y consistentes. Para sus mamposterías, tenían al lado el inmenso berrocal granítico. Huellas quedan del escalonado trabajo en algunas modestas canteras. Los terrenos donde hoy se levantan viejas oliveras o modernos garrotales, algunos huertecillos o prados, todos ellos englobados bajo el topónimo de Santa Marina la Vieja, han ido deparando, a lo largo de los siglos, mediante las diferentes remociones agrícolas, numeroso material latericio (tégulas, ímbrex, baldosas, adobes…), así como cerámicas domésticas y algunos fragmentos de terra sigillata (cerámica fina, estampillada y de color rojo brillante). Igualmente, alguna que otra pesa de telar (pondus); una de ellas, encontrada por el ahigaleño Cipri Paniagua Paniagua, auténtico estudioso y autodidacta en los mundos arqueológicos, muestra una pequeña inscripción. También se han hallado sillares y otras canterías de diversos formatos. Todo ello con una impronta fehacientemente romana.
Puede que el viajero se imagine un pequeño asentamiento rural romano, levantado en tal lugar por reunir condiciones óptimas para la vivienda y una regular subsistencia. Es muy posible que, en la siempre discutible Crisis del siglo III A.P., este primitivo núcleo conozca cierta expansión con el motivo del abandono de las ciudades, ante el aumento de los precios y la carencia de alimentos, por parte de la población libre: los plebeyos y pequeños agricultores. Escapan al medio rural y acaban convertido en colonos de los antiguos aristócratas que se reconvirtieron en terratenientes. Tal vez hubo una crisis coyuntural en el mentado siglo, pero no puso en jaque la continuidad del imperio romano, como se ha creído hasta ahora. Esta crisis tuvo sus variantes locales y regionales, por lo que no se puede hablar de una delimitación espacio-temporal concreta. Además, no hay que olvidar otros cambios ideológicos y, fundamentalmente, religiosos que acompañan a los socioeconómicos. Ahora, con la transformación de muchos de estos asentamientos rurales en auténticas villas, será cuando se levante el templo romano junto a una fuente de aguas minero-medicinales, que, con el tiempo, devendría en una noria. El templo, como tantos otros, se convertiría en una ermita puesta bajo la advocación de Santa Marina, lo que pudo ocurrir en épocas tardoantiguas. A tenor de cierta ara hallada en las inmediaciones, donde la impronta indígena (vetones) es patente, el viajero podría aventurar la existencia de algún santuario prerromano al aire libre en este mismo lagar, cuyo espacio sagrado fue asumido en la romanización y, posteriormente, por el cristianismo.
ILICIA MARINA
José María Domínguez Moreno, un prestigioso historiador, etnógrafo, alma máter de la Revista Cultural Ahigal y que cuenta con varias publicaciones en estos campos, al que el viajero debería conocer aprovechando sus polifacéticos senderismos por los Montes de Cáparra, nos da cuenta del hallazgo, por el año 1981 del pasado siglo, al realizar una charca para abrevar el ganado, de un ara votiva, con la leyenda: REINVS ILI.MAR V.S.L.M. Ofrece la siguiente traducción: Reino cumplió con agrado un voto a Ilicia Marina. Al parecer, nuestro historiador considera que Ilicia Marina es la latinización de un teónimo indígena, casi con toda seguridad de origen vetón. Una suplantación de la diosa romana Venus Marina. El arqueólogo Miguel Beltrán Lloris, por su parte (“Aportaciones a la epigrafía y arqueología romanas en Cáceres”. Caesaragusta. 39-40. Zaragoza, 1975, pag. 79.), transcribe: (Ar) reinus / (f) ili (us) Mar (ci) / v (otum) s (olvit) l (ibens) a (nimo). Este investigador considera que el voto se dedica una deidad que se presupone por la propia naturaleza de la inscripción, sin nombrarla, y que debería relacionarse con cultos relacionados con el agua. Sin salirnos de la provincia cacereña, como le corresponde conocer al viajero, hay que constatar la existencia del topónimo Santa Marina encadenado a otras fuentes minero-medicinales o curativas, que, en otras partes, simplemente son denominadas Fuentes Santas. Así, en el pueblo de Casas de Millán, en las proximidades del cerro de Cáceres el Viejo, a un cuarto de legua de la Vía de la Plata, se encuentra el Pozo de Santa Marina, cuyas aguas gozan de una ganada virtud sanativa no solo en dicha localidad, sino también en la de los alrededores. En tal cerro se constata la presencia de un campamento romano, que debió ser un importante hito en la ruta meteliana que se dirigía hacia el norte.
Se percatará el viajero que, en esto de las transcripciones de las lápidas latinas, como ocurre con otras lenguas muertas, hay diversidad de pareceres. Porque nuestra ara, además de las expuestas, tiene otras interpretaciones, donde se mete en contienda al dios romano Marte, o a personajes llamados Maro o Arreino Ilimaro. Incluso otra vieja leyenda en torno a la Juenti de la Galihtea, en el cercano pueblo de Aceituna, nos enriquece antropológicamente aún más el misterio. De ello ya hablaremos en próximos capítulos. Ahora, el viajero se quede con dos anotaciones de gran importancia mítica: en la zona noroeste de España, acostumbran a procesionar a Santa Marina si el año viene seco y hay necesidad de lluvia. La imagen es llevada hasta alguna fuente, donde la cabeza de la santa es golpeada tres veces contra la bóveda o estructura de dicho monumento o contra un cancho cercano, en la creencia que despertará la inteligencia de tan divina y milagrosa señora y propiciará la lluvia. El viajero, como es lógico, imaginará que los tres coscorrones deben ser suaves y simbólicos, porque, de lo contrario, no ganarían para cabeza. ¿Y por qué las escasas tallas de Santa Marina tienen una culebra enroscada entre sus pies…? La respuesta en la siguiente entrega, que es tiempo de que el viajero se acomode en la fresca umbría de las nóriah de estos parajes de Santa Marina, saque el libro de su mochila y, con la musa escalofriándole el espinazo, declame a los cuatro vientos:
HEBRA DE LA VIDA
Diestra hilandera. Como ella, ninguna.
Yo le lamería y devoraría
sus hermosos dedos con glotonería.
No nació mujer con tanta fortuna.
Hebra de la vida, en noche sin luna,
hilaba a conciencia, con gran puntería.
Ni Parcas ni Moiras tenían tal maestría.
Más bella que Cloto; también más gatuna.
Mi vida urdía Ella con sus manos finas,
mas nunca me habló de tipos de lanas:
si eran de churras o eran de merinas.
No sé si a ti, Pedro, te hilaron lianas.
Si acaso fue así, deja las ovinas
y vete agarrando a las tiesas panas.
(Del poemario Charlando junto al río Charles: Monólogos con Pedro Salinas)
Foto superior: El historiador y etnógrafo José María Domínguez Moreno examinando un cruciforme junto al “Canchu del tableru”, del que hablaremos en el próximo capítulo. (Foto: Justo Plata, “Barril”)
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil. Las imágenes y fotografías publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor