Hace ya varios años, yo diría que alrededor de una década, se anunció a bombo y platillo el fin del libro en papel, que sería inminentemente vencido por el implacable avance del libro digital. Hasta ahora, sin embargo, ese cambio radical no se ha producido. El libro digital crece, pero está lejos de aniquilar a su antepasado analógico, si es que consigue hacerlo. Si este sobrevive, si persiste el apego al papel, es, al menos en parte, gracias a la labor de un buen número de editoriales, las llamadas independientes, entre ellas Páginas de Espuma, que apostaron, en esa encrucijada –aparte de por publicar buenos libros, buenos autores, buenas traducciones–, por cuidar hasta el extremo la edición, sacando todo el partido posible al libro como objeto, cuidando el formato, el papel, la maquetación, la tipografía, logrando así –con permiso de Benjamin– que cada ejemplar pareciera casi un objeto único.
Los profetas del libro digital vaticinaban también el surgimiento de nuevas formas de Literatura, de géneros híbridos que mezclarían lo textual, lo hipertextual, la imagen, el sonido, enriqueciendo hasta el infinito las posibilidades de creación y de disfrute, un vasto campo de posibilidades que, sin duda, está ahí, pero cuyos resultados, en buena medida, todavía están por ver. Evidentemente, pocas armas tenía el libro tradicional para enfrentarse a ese previsible derroche de sensaciones y experiencias que el texto digital prometía, y uno de los recursos de los que acabaron por echar mano en la lucha editorial por la supervivencia fue la ilustración, casi desaparecida en los libros para adultos, y así hemos visto publicarse estos años ediciones de clásicos y no clásicos con ilustraciones magníficas de estupendos dibujantes que hacen de la lectura una experiencia distinta y que otorgan un atractivo adicional al libro en papel, reforzando su condición de objetos preciosos.
Buen ejemplo del renovado y productivo diálogo entre texto e ilustración en estos últimos tiempos es el libro Retablo, publicado por la mencionada Páginas de Espuma, que contiene dos cuentos de la escritora Marta Sanz, “Extraños en un tren (versión amarilla)” y “Jaboncillos dos de mayo”, genialmente ilustrados por el pintor Fernando Vicente. Si los dos relatos tienen un punto en común es, podríamos decir, el del retrato sociológico, de la gentrificación, el fenómeno hípster y de la radical e irreversible transformación de muchos barrios populares de las grandes ciudades en el segundo, y del universo de las mujeres mayores y, veladamente –a través de la figura del hijo cuarentón que se ve obligado a atrincherarse en el piso de su madre–, de las consecuencias de la crisis económica en el primero. Comparten también los dos la ácida ironía y el humor negro que caracteriza a la autora, dos puntos de encuentro, el del retrato sociológico y el de la ironía, en los que el ilustrador la acompaña a la perfección, con dibujos que alternan la intimidad de los pisos y la transformación de las calles, pero también la ironía en la caracterización de los personajes y el planteamiento de las situaciones en que se desenvuelven.
Al lado de libros mayores de Marta Sanz como las novelas Susana y los viejos, Black, black, black, Farándula o Clavícula, de ensayos como No tan incendiario o Monstruas y centauras, de libros de poemas como Perra mentirosa / Hardcore o Vintage, Retablo, tan delgado, tan vistoso, tan gamberro a ratos, podría parecer un simple divertimento, y algo de eso tiene, sin lugar a dudas, pero un divertimento, viniendo de Marta Sanz, es algo en lo que merece la pena fijarse, más, como en este caso, cuando dialoga, de forma tan intensa y productiva, con ilustraciones como las de Fernando Vicente.
Un libro para disfrutar, pues, en más de un sentido.
Retablo
Marta Sanz
Ilustraciones de Fernando Vicente
Páginas de espuma
17 euros
Publicado el 12 junio 2020
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