Volvía del súper y me disponía a cruzar la Plaza Mayor cuando el personaje me vino a la mirada. Allí estaba, fiel a sus costumbres, con pandemia y sin ella. Es de mediana estatura, mayor, con ostensible andorga. X es un hombre bien conocido para cualquier placentino que pasee por las mañanas bajo el auspicio del Abuelo Mayorga. Permanece firme, apoyado en la pared, al lado de un velador imaginario -ahora apilado y encadenado contra las columnas de los soportales- al lado del clausurado bar de esa esquina, la suya, la de siempre. Mantiene la mirada con observancia, persistente, dispuesta al análisis de todo lo que se mueve dentro de su amplio ángulo de visión. Nos apercibimos en la media distancia, él levanta su mano moviéndola perezosamente de un lado a otro; parece que con ello ratificara su sempiterna presencia a pesar de cualquier funesta alteración ciudadana. Su apostura parece autorizar el paso, aprobando la continuidad de tu camino. Correspondo al saludo con mi mano y una sonrisa enmascarada. Él no sonríe, lo sé, no lo hace nunca; intuyo su impávido rostro a través de la careta. Es un hombre que ha hecho de su costumbre una incólume rutina.
Desde la aparición en la tierra de los seres humanos, éstos adecuaron su jornada diaria a sus necesidades, a las relaciones con sus congéneres y el medio ambiente mediante actos que, por su práctica habitual y pautada, acabaran conformando lo que actualmente llamamos rutina. Actividades como buscar alimentos, encontrar o hacerse un refugio donde vivir y demás; reñir, tirarse piedras y más asuntos que desconozco porque no viví en esa época (si en otras, también salvajes) ni soy paleoantropólogo.
Maravillosa vida, esa que sigue
Transformadas por los estadistas, el estado de las cosas y la tecnología, las rutinas humanas se ha establecido a través de los siglos en las vidas de casi todos los habitantes racionales de este planeta. Actualmente, en estos extraños y trágicos días, nuestros hábitos se cercenaron de raíz, bruscamente, y tuvimos que inventar otros nuevos casi a modo y semejanza de los anteriores; como para seguir sintiéndonos nosotros, los mismos, los de antes.
Han pasado muchos días, densas y pesadas jornadas en las que hemos tratado de reinventarnos como única defensa ante el atisbo de una horrible alteración (en muchos casos desaparición) de nuestras vidas, de la de los nuestros, de las de todos. Hoy parece que podemos recuperar algo de lo suspendido por prohibido; llega el momento de encontrarse, de ver lo que veíamos y casi, de hacer lo que hacíamos.
Ayer saludé a X, hoy veré a otros más cercanos, más sentidos por haber estado ocultos; nos dedicaremos sonrisas tapadas y abrazos impalpables. Seguimos siendo los de siempre porque solo al desaparecer perdemos los cariños, los buenos gestos y las deliciosas rutinas. No pueden con nosotros, nos queremos a 1.000 y a 2 metros de distancia, adivinaré tu sonrisa aunque vayas de Coyote. Sabemos que contra el mal bicho vale buena máscara. Nos miraremos algo espaciados, nos querremos con la mirada y la sincera e intuida sonrisa. Vamos, que nos vemos en la calle, donde sea, siempre.
Publicado el 11 de mayo de 2020