El tiempo pesa, pero pasa

Dicen los que nos mandan que a la vista de los progresos en la lucha antiviral (dudo siempre, son secuelas de mi profesión), se procede a dictar nuevas normas que amplían nuestra libertad condicional empezando con los niños, una buena medida. Los veo correr con balones, patinetes, muñecas y combas; lo necesitaban más que un potaje de garbanzos. Aun así, ellos echan de menos a sus amiguitos para jugar revueltos y en equipo, que es como se debe hacer casi todo en nuestra humana convivencia.

Después y seguidamente será el turno de los mayores que, junto con los demás, reavivarán algo la calle aunque sea con paseantes enmascarados y distanciados. Uno, seguirá saliendo exclusivamente a la compra porque esas personas, calles y plazas todavía presentan una imagen taciturna, trágicamente distinta a aquella que me regaló Plasencia cuando llegué aquí para vivirla. Es decir, que aunque me den permiso limitado para desescalarme (horrible y malsonante término) uno no piensa desconfinarse (esto suena algo mejor y es correcto) hasta que los virólogos responsables de Sanidad me permitan volver a recrearme en esta ciudad, en su espacio antiguo e histórico y con su gente; todo como estaba, igual que cuando me recibió. No quiero que Plasencia cambie en nada, quiero que vuelva a ser Ut placeat deo et hominibus, como aparece así escrito en el emblema de esta ciudad.

Ventana Alfonso Trulls

Felipe Gil

La esperanza de lo mejor

Es una desdicha que se confirme esa premonición acerca de la pérdida de amigos o allegados en situaciones críticas y complicadas. A uno le da positivo el test de fallo de amistades, una lástima. Las situaciones extremas criban a las personas que creíamos adheridas a nuestro entorno más íntimo. Antes, esas personas se contaban con los cinco dedos de una mano, ahora sobran dedos. Desgraciadamente esto le  ocurre a cualquiera. La hipocresía es una pandemia universal que no mata, pero sí anula sentimientos como la confraternidad y otros todavía más enraizados en el corazón.

A pesar de todas las dificultades y desolaciones a las que esta crisis vírica nos ha arrastrado, uno se encuentra más joven que Beethoven. Me explico. Ese genio que ahora cuenta con 250 años de existencia no deja de seducirnos con su música a pesar de su edad. Su cuerpo se fue pero nos dejó lo más esencial de él, su alma polifónica. Uno que sigue vivo, que todavía mantiene su carrocería (nunca mejor dicho) continúa tratando de dejar algo que me sobreviva y eso va ser lo que mejor puedo, el amor a ciertos seres humanos; lo que me hace tan joven como a Beethoven. No se me pongan tristes: aunque estos días inviten descaradamente al desconsuelo piensen que el tiempo pesa pero también pasa, como las cosas feas.

 

Alfonso Trulls

Fotografía: Alfonso Trulls

Publicado el 1 de mayo de 2020

 

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