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Por los montes de Cáparra, el Canchal de la Mora (XVI)

Al viajero, que le dejamos metido entre una gama de frondosos colores primaverales allá donde le dicen El Altu lah Fíñah, le podemos aconsejar que aproveche la temporada para coger un buen manojo de ehpárraguh d,enrea, muy apreciados en ciertas cocinas y que abundan por estos parajes, de modo especial en los sitios húmedos y sombríos.

Felix Barroso
Detalle del recipiente perforado del “Canchal de la mora”. Se aprecia perfectamente el perfecto orificio circular. (Foto: F.B.G.)

Estos espárragos de enredadera (Tamus communis kefalonia) no hay que confundirlos con aquellos otros que los paisanos denominan ehpárraguh de culebra, que se corresponden con la nueza o nabo del diablo, planta tóxica donde las haya.  Ambas especies suelen enmarañarse entre las masas de zarzales.  ¡Ojo con la confusión!  Hasta en ciertos atlas que hemos visto por Internet, no muy fiable en ciertas ocasiones, se dan tales equívocos.  Por estos pueblos, los Ehpárraguh d,enrea los suelen aviar en tortilla o fritos; en este último caso, les echan unas migas de pan, para mitigar un cierto amargor, que no obstante les encanta a muchos.  Con sus rizomas (tallos subterráneos) se frotaban, en otros tiempos, los negrálih o machucónih (hematomas) para que desapareciese, pero con cierto tacto, a fin de evitar la irritación.

No es nada de extraño que el viajero intente desentrañar ese vocablo de las Fíñah, que, en realidad, sería viñas. ¿Pero a cuento de qué viene esa efe inicial?  Y nada mejor para ello que acudir a nuestro amigo y sabio investigador en quehaceres filológicos, Ismael Carmona García: “el cambio de v-/b- a f- se debe a fonética sintáctica (sandhi) y es una variante articulatoria del fonema /b/ después de aspiración implosiva [ʰ]: Las Viñas [laˈɸiɲaʰ.  Así es como un sonido fricativo bilabial sonoro pasa a convertirse en uno sordo, es decir, a un sonido similar a la [f]. Es todo cuestión de fonética sintáctica.”  Se percatará nuestro viajero que zona es ésta con abundancia de manantiales, regatos y arroyuelos, lo que suele ocurrir en numerosas áreas donde el granito confronta con la pizarra.  De aquí que muchos asentamientos antiguos se levanten en parajes de tal tipo, construyendo las viviendas en la zona pizarrosa (asienta mejol el cimientu, como dicen los lugareños) y aprovechan el cercano material granítico como elemento constructivo.  Deberá saber el viajero que todo este sector fue un conjunto parcelas que formaron un enrevesado mosaico minifundista desde tiempos inmemoriales.  No había vecino del cercano pueblo que no tuviera un genal en esta zona.  Porque como genálih siempre han sido conocidas estas parcelas.  Dudamos que la voz genal tenga que ver algo con el término heno, prácticamente desconocido en la zona, ya que los campesinos al heno lo denominan pahtu.  Un genal es, por lo general, un huertecillo sin murar, de fértil tierra, donde se puede sembrar tó lo que l,echin (o sea, de todo lo habido y por haber).  Curiosamente, solo reciben el título de genálih estos liliputienses huertos situados en Lah Fíñah, nunca en otras partes del término, aunque sean de la misma hechura.  En ellos, se han venido sembrando patatas, garbanzos, otras legumbres, ajos, cebollas o plantas forrajeras, y albergan árboles frutales de todo tipo.  Desde antiguo, todo un sistema de drenaje y de aprovechamiento de los manantiales mediante una red de rústicas acequias surcó estos suelos humíferos de tierras pardinegras.  El campesinado habla de tierra momia para referirse a estos suelos.  Lo de momia suponemos que derivará del latín mumia, que tomó prestada del persa mum y que tiene aparejado el significado de betún.

Felix Barroso

Peña sacra

Felix Barroso
¿Un esbozo de una lagareta o de una pila para abrevar el ganado? Cualquiera de las dos cosas puede ser. A pocos metros del “Canchal de la mora”. (Foto. F.B.G.)

Si el viajero toma posiciones en el punto más alto del área, fácilmente se encontrará con un diminuto prado, rodeado por algunas encinas y olivos.  El altímetro señala los 430 metros.  Hacia el rincón suroeste del mencionad prado, se yergue un peñasco exento, que adopta la forma de un gigantesco vaso pétreo.  Los comarcanos suelen llamar a estos elementos berroqueños con el genérico nombre de canchálih.  En pueblos situados más al norte, dentro de la comarca de Las Hurdes, donde la pizarra es dueña y señora, a los farallones y moles esquistosas las llaman canchérah.  En una de sus sierras, se encuentra la Canchera buracá, al modo de un santuario prehistórico y por cuya abertura practicada en lo alto penetra, en la emblemática y mágica fecha del solsticio de verano (festividad de San Juan, 24 de junio), al punto del mediodía, un haz de rayos solares que ilumina la covacha que se abre en la peña.  Largo y prolijo sería hablar sobre ello, pero al viajero le toca ahora examinar lo que los paisanos conocen como El Canchal de la Mora.  A escasa distancia, la Peña el lobitu, aureolada legendariamente por el mundo del lobo.  Cuando el paisanaje otorga nombre a unos riscos y a otros no, es que los bautizados destacan por algún motivo dentro del paisaje.  El elemento moro/mora aparece con frecuencia en ámbitos con vestigios arqueológicos.  Nada que ver con el moro histórico, sino con otros seres míticos, antiguos moradores que merodeaban por tal o cual sitio y de los que dan cuenta los antepasados (ver: Félix Barroso Gutiérrez, Los moros y sus leyendas en las serranías de Las Hurdes, Revista de Folklore, núm. 50, Valladolid, 1985).

Felix Barroso
Ismael Carmona García, el buen y colega, un gran investigador en el mundo de las filologías. (Fot: María Luisa Fernández Buasanghk)

Puesto que el viajero querrá saber las medidas de nuestro Canchal de la mora, se las ofrecemos: 2,30 metros de altura por su cara este y 1,87 por la del poniente.  Su perímetro por la parte más gruesa alcanza los 9 metros.  Situado el viajero frente al peñasco, mirando hacia el norte, comprobará, no sin antes colocar algún pedrusco como taburete y subirse al mismo para que su observación sea desahogada, que, en su mitad izquierda, se conforman dos recipientes en forma de olla de generosa boca.  El recipiente inferior vierte hacia el exterior por medio de una suave resbaladera practicada en la misma roca, bajo la cual crecen con profusión los musgos, las doradillas (Asplenium ceterach) y los ombligos de Venus, que por estas partes los llaman repollínuh.  Ambos compartimentos están comunicados por un buracu (agujero), completamente circular y de 7 centímetros de diámetro.  Se descarta por completo cualquier proceso de arenización o desgaste abrasivo de la roca por fenómenos atmosféricos generales a la hora de conformarse este perfecto agujero.  Los paisanos entrevistados comentan, entre ellos algunos que había trabajado el granito como canteros, que tal orificio era propio de la mano del hombre, y alguno hubo que afirmó que aquello era del tiempo de loh móruh.  En lo alto del risco, en su parte derecha, se observa otro recipiente apalanganado, pero todo conduce a que es un pilancón producido por la meteorización.  Tampoco es descartable que antiguas culturas lo utilizasen para sus abluciones rituales u otros cometidos.   Si la naturaleza les daba hechos estos recipientes, ¿para qué perder tiempo y esfuerzo en fabricar otros de índole semejante?

Foto aérea, mostrando el mosaico del aparcelado latifundismo del paraje de “Lah Fíñah”. (Foto: SIGPAC)

Puede que al viajero le acompañe el tiempo y no se le vengan todas las nubes encima, como le ocurrió al que garabatea estas líneas cuando un día abrileño de Viernes Santo, sin estar confinado, como ahora, a causa de una pandemia que nos ha convertido en cartujos, se dedicaba a realizar las mediciones y examinar la peña y sus contornos.  Sin paraguas (me engañó la tarde), con truenos que partían los tímpanos y chispas que rajaban el firmamento, hubo que aguantar el hostigo bajo la escueta visera de una roca cercana. Pero el agua venteada acosaba por todas partes.  Tuve que encomendarme a mi musa, aquella que por pupilas tenía dos redondeadas lascas de larimar (claro y embrujador azul) y recordar otros versos de aquel rapsoda que una noche oscura de diciembre enfiló por los asfaltos neblinosos sin saber muy bien adónde iba:

Yo te soñé antes de que tu nacieras

y te amé no como amé a otras varias,

porque de ti me fueron necesarias

tus bilis y salivas cafeteras,

 

la suave ondulación de tus caderas,

tus hermosas pupilas cuaternarias,

la energía de tus manos voluntarias,

tu albo cuello de cisne de riveras,

 

tu oscuro pelo, tus neuronas todas…

Lo de dentro y lo de afuera.  Todo.

Yo te amaba y jamás te hablé de bodas.

 

Lloré y me limpié ojos con el codo.

No era tiempo de lacrimosas modas

y lloré aún más, con lágrimas de yodo.

Felix Barroso
El “Canchal de la mora”, todo un gigantesco vaso granítico que englobamos dentro de las “Peñas sacras”. (Foto. F.B.G.)

 

Imagen superior: Panorámica desde  el “Canchal de la mora”, mirando hacia el septentrión.  Al fondo, las montañas de Las Hurdes.  (Foto: F.B.G.)

Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil. Las imágenes y opiniones publicadas en este artículo son responsabilidad de su autor.

Publicado el 18 de abril de 2020

Aturnex Norte de Extremadura

 

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