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Por los montes de Cáparra (XV): hacia El Altu Lah Fíñah

Nuestro viajero, hace ya rato que levantó sus posaderas de las orillas de la Laguna del Monti y, ahora, ya está inspeccionando un viejo tinau (tenada) que está a escasos metros del lagunejo, en cuyo interior hay un conjunto de peñas graníticas, naturales, en las que se practicaron las correspondientes pilas, como abrevaderos y comederos para ganado mayor.  Se acotó un espacio con sus muros y su cubierta en torno a tales riscos y, de esta manera, en tiempos de lluvia, el ganado se alimentaba a resguardo del hostigo.  El cobertizo debe tener muchos años a sus espaldas.  Y puede que no solo fuera un simple techado: ¿qué pintan allí restos de fustes hexagonales y otros fragmentos de columnas?  Y, justamente adosado a él, un chozo pastoril a piedra seca, con falsa bóveda, de los que llaman muru en la zona y con una preciosa portada, don dos formidables canterías como jambas y otra como dintel, o toza, que es como dicen los lugareños.  Buenas proporciones tiene el chozo, al que se le hundió la falsa cúpula y fue sustituida por el correspondiente armazón cubierto de tejas.  Su probada antigüedad lo demuestran las cruces que tiene cinceladas en ambas jambas, con sus correspondientes calvarios, que, como es sabido, se generalizan a partir del siglo XIV, a raíz de que la orden franciscana asume la protección de los Santos Lugares.  Mircea Eliade, el filósofo rumano y gran estudioso de las religiones, nos dice que estos símbolos son claras hierofanías, o sea, una clara manifestación de la divinidad, que suele mostrarse de las más variopintas maneras.  Su fin fundamental es dotar racionalidad a lo irracional.

Felix Barroso
Sólida, antigua y maciza “zajurda” (pocilga) en el paraje de “Altu de lah Fíñah” (Foto: F.B.G.)

Debe examinar detenidamente el viajero este chozo.  Para mayor conocimiento, le diremos que este habitáculo agropastoril, que serviría de vivienda temporal a pastores, porqueros, vaqueros o al propio dueño del cierru (finca murada, destinada para que paste el ganado).  Sin lugar a dudas, las cruces cumplen el papel de símbolos mágico-protectores, e incluso mágico-religiosa y decorativa.  Toda una especie de detente para alejar desde demonios a brujas, lobos y otras alimañas, culebras y alacranes, las temidas chínchih de loh múruh, tíuh del sebu (los tristes sacamantecas), forajidos o lo que las generaciones anteriores llamaban putahciégah, que incluían toda una serie de adversos fenómenos meteorológicos (huracanes, tolvaneras –llamadas por estos contornos trebullínuh-, vendavales de agua o vientos huracanados).  También los incendios y, en general, el mal y todas sus infinitas manifestaciones.  Para evitar las exhalaciones, se incrustaba o se colocaba una piedra del rayu en el saelizu o volanteu (al modo de un alero a base de lajas finas de granito o pizarra que rodeaban el chozo, entre lo alto del cincho de piedra y la propia bóveda, sirviendo para que la lluvia resbalase y no dañara a dicho cincho.  En la memoria de los pocos que quedan ya para contarlo, se nos habla de que las piédrah del rayu caían sobre la tierra cuando había tormentas.  Eran, según las creencias, la propia piedra la que mataba a animales y personas y cortaba a bisel las duras rocas.  Caían, permanecían siete ehtáduh (el ‘estado’ era una antigua medida que, en la zona, equivalía a la estatura de un hombre normal) bajo tierra y, luego, salían a la superficie, hallándolas los lugareños en sus faenas campesinas.  En realidad, dichas piedras son elementos líticos, de bella factura y atinadamente pulimentados, pertenecientes al neolítico o a otras etapas de la Prehistoria reciente.  Entran dentro de las conocidas como hachas o azuelas de piedra, casi siempre pertenecientes a rocas metamórficas de bella presencia (anfibolitas, serpentinas, ofitas, dioritas y otras).  A las de mayor tamaño, los comarcanos las llaman ráyuh y a las más pequeñas (las catalogadas, tal vez equivocadamente, como hachas votivas), centéllah.

Felix Barroso
Entrada al “muru” (chozo pastoril redondeado, a piedra seca y con falsa bóveda). Se aprecian perfectamente las cruces con calvario en sus jambas. (Foto: F.B.G.)

Una vez examinado tal conjunto agropastoril, el viajero debe atravesar la finca, en dirección al saliente y llegará a una calleja.  Son los parajes de La Juenti Fernandu.  En la propia calleja, observará un peñasco destrozado en la parte que asomaba al camino; el resto forma parte de la pared de otro cierru.  El destrozo, o, mejor dicho, atentado arqueológico, ha sido reciente.  Hará unos seis o siete años que las máquinas que procedían a la mejora de tal calleja se llevaron por delante el cancho.  Nadie les dijo nada.  Pero allí se encontraba un petroglifo, que los vecinos lo conocían como la Patá del caballu de Santiagu.  Toda una serie de herreriformes, esteliformes, un par de podomorfos y otros signos geométricos entrecruzados formaban parte de estos grabados.  La leyenda, oída muchas veces de boca de los paisanos, hablaba de que el caballo del apóstol Santiago, en su persecución a los moros, resbaló en esta peña, dejando marcadas las herraduras y la propia estela del resbalón (haz de líneas grabadas sobre el firme granito).  Abunda en otros detalles de la Vía láctea o Camino de Santiago (esteliformes) y en las huellas de los propios pies del santo (podomorfos).  Estos desastres ocurren porque los Ayuntamientos y empresas carecen de cartas arqueológicas, o si las tienen, las arrinconan y no les dan importancia alguna y, luego, vienen las lamentaciones.  Y, por desgracia, ocurren muchos de estos desafueros en pleno siglo XXI.

Felix Barroso
“Ráyuh” y “centéllah” (artefactos líticos y pulimentados del Neolítico y de la Prehistoria reciente), usados por los campesinos, en la creencia de que les protegerían del rayo. (Foto: F.B.G.)
Felix Barroso
Paredes, con algunos tramos de arquitectura ciclópea (se aprovechan los riscos graníticos como lienzos de los muros), del arcaico “tinau” (tenada) que se encuentra prácticamente adosado al chozo agropastoril. (Foto: F.B.G.)

Si el viajero echa una mirada hacia el saliente pero inclinándose unas cuartas hacia el norte, observará, a un escaso tiro de honda, una elevación del terreno.  Como le consideramos diestro en saltar paredes de fincas, pues se dispondrá a ello y seguro que se topa con una de las más majestuosas zajúrdah (zahúrdas o pocilgas antiguas) de por estos pagos.  Se halla, entonces, en el paraje del Altu lah Fíñah, en el borde de las tierras graníticas con las pizarrosas.  Justamente, otra Semana Santa (concretamente el Viernes Santo de 2016, que cayó el día 24 de marzo) pisamos estos lugares por donde corretea ahora el viajero.  Pero, hogaño, aguantamos tan bulliciosas fechas bajo la dura penitencia cuaresmal (nunca mejor dicho) que nos han impuesto y que pondrá fin, según dicen algunos, en las efemérides de San Primitivo, San Peregrino y San Pascasio. Ya veremos…  Terrenos éstos donde el batolito y el Ordovícico (segundo período geológico de la era Palozoica, hace, aproximadamente, 450 millones de años), en su hermanamiento, presentan ostensibles discordancias.  Se comprueba que el granito no ha metamorfoseado a las pizarras; sin embargo apreciamos que éstas se encuentran integradas, en muchas ocasiones, por microgranitos, que han generado pizarras con quiastolitas y micacitas.

Seguro que al viajero le suena extraño ese topónimo del Altu lah Fíñah.  Pero ya le hemos metido en bastantes galimatías geológicos y no queremos complicarme más la ruta trayéndole otros embrollos de factura filológica.  Lo dejaremos para el próximo capítulo, que también está al caer.  Que el viajero ande por sus pies y le dedique un rato a sus musas y no a las musarañas, que la nuestra (el verbo se hizo carne), con su silueta insinuante, aureolada de aturquesados reflejos, se nos fue sin haber escuchado los versos del poeta que quedó atrapado por los coronavirus de la niebla decembrina:

mas ardieron mis tuétanos al rojo

por llevar en ventrículo enclavado

loco amor, visceral y atormentado,

que me aflige y me flagela, y no aflojo

por más que el insomnio me críe ojeras

y mi lengua se vuelva inapetente.

¡Cuánto sufrí esperando las esperas!

Felix Barroso
El “Canchal del rayu”, del que cuenta la tradición que fue cortado a bisel por una de esas piedras con afilado corte que los comarcanos creen que encabezan la chispa que se abate sobre la tierra. (Foto: F.B.G.)

 

Imagen superior: El emblemático “muru” de “La Laguna del Monti”.  Se observa el “volanteu” o “saleízu” en la parte superior del cincho pétreo, bajo las tejas, las cuales sustituyeron a la falsa bóveda cuando ésta se hundió.  (Foto: F.B.G.)

Felipe Gil

 

Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil. Las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor

Publicado el 10 de abril de 2020

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