La situación diaria que experimentamos como internos caseros permanentes con el fin de protegernos y preservar la vida de los demás, hace que muchas veces miremos con más atención de la acostumbrada todo lo que nos rodea en nuestra casa. Esa mirada con intención de análisis y juicio -ambos muy críticos, obligados por el confinamiento- provoca en ocasiones intenciones reparadoras y en otras de abandono. Como hay que entretenerse y ocupar el tiempo como sea, la observación persistente de los elementos y situación de nuestro derredor doméstico nos sugiere cambios o reparaciones; aunque son dos resoluciones audaces algunas osadas personas deciden afrontar ambas. Otras menos intrépidas optan por la basura o el punto limpio del barrio.
Ahí está esa cama que gruñe al acostarse, seguro que es ese maldito tirante del bastidor desajustado; esa balda de la librería abombada que se inclina amenazante hacia el suelo, hay que aliviarla de peso y reajustarla; el cajón del armario se resiste a salir y también cuesta volver a meterlo, acuérdate del estropicio que se montó una vez cuando te pillaste los dedos ¡qué gritos! Luego están esas butacas que cojean porque le bailan las patas además de estar bastante resobadas ¿qué te parece si las tapizamos? No te digo nada de ese enchufe, un día de estos no electrocutamos. Y así hasta que el inédito, por recién nacido carpintero, fontanero, tapicero e incluso electricista, se agota o no da más de sí.
Descubrimos aptitudes desconocidas
Resulta que, de repente, descubrimos aptitudes desconocidas, también actitudes esenciales en esta época de obligado internamiento. Nos hemos dado cuenta a tiempo de que deberíamos llenar las horas de nuestros días con pequeñas cosas que pueden acabar siendo actos importantes. Y todo sin salir de casa. Por esa causa, ahora revalorizamos los ritos familiares como el sentarse a comer todos juntos, sin excepción; apreciamos y echamos de menos el contacto físico con los otros; el hecho de caminar por la calle sin recelos ni distanciamientos y también el simple acto mental de hacer planes inmediatos o a corto plazo.
Por otra parte del alma, uno piensa mucho en aquellas personas que, como dijo Hamlet, se fueron a aquel país que todavía está por descubrir, país de cuya lóbrega frontera ningún viajero regresa, y sobre todo de sus familiares que nunca pudieron despedirse de ellos.
El caso es que, como dice el poeta Lorenzo Oliván: Nos falta tiempo para casi todo, incluso cuando nos sobra tiempo para casi todo ¡que retorcido es el tiempo! Esa es la razón por la que buscamos ocupar las horas con ingenio y desechar los ratos en los que tendemos a darle vueltas trágicas a nuestro magín. Tal vez por todo ello descubrimos que estamos capacitados para trabajar el interiorismo, el de nuestras casas con sus enseres y también el del mejor lado de nuestro espíritu, el de la solidaridad y la esperanza.
En fin, luego miraré de soslayo la desconsolada Plaza Mayor cuando vaya a hacer una comprita.
Impresiones de un foráneo confinado. Primera semana
Publicado el 24 de marzo de 2020
Texto de de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un Foráneo
1 comentarios
Me alegra leer perspectivas afines a la mía. Si algo he descubierto durante estos duros momentos es que hemos permitido que sea la vida quien nos vive a nosotros en lugar de vivirla nosotros a ella. Espero que esta situación tan desagradable sirva al menos para hacernos crecer un poquito como personas y volver a valores ya por muchos olvidados. Gracias por esta magnífica reflexión, Alfonso.