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Aguardando a San Melanio en la ‘Quesera de Loh Móruh’

Ismael Carmona García, hijo del pueblo pacense de Valedelacazada, compañero de andanzas y desandanzas, de bregas pedagógicas en el IES Gabriel y Galán (Montehermoso), experto en los campos de la investigación filológica y que tuvo vara de mando en el Órganu de Siguimientu i Cordinación del Estremeñu y la su Coltura (OSCEC), fue el que encontró el eslabón perdido.  Vueltas le dábamos a la voz Zurramandana, y él, con su agudeza etimológica, nos habló de un verbo aliado con un sustantivo: çurra y mandanaÇurra del verbo çurrar, en el sentido de golpear o curtir pieles (del latino subradere, con el significado de raspar).  Y mandana, del árabe andalusí batana, que se emparenta con el término forro.

Félix Barroso
Mi buen amigo y compañero, investigador y filólogo, Ismael Carmona García (Foto: “El de Valdelacalzada”)

De aquí aquello de zurrar la badana, que era lo que se hacía, antiguamente, en las tenerías o lugares donde se abatanaban y preparaban pieles.  Ciertamente, en el paraje de Zurramandana, se encuentran unos pantanosos humedales y una fuente de grueso chorro que no conocen el estiaje en los meses calurosos.  A un cuarto de legua, aproximadamente, en línea recta, se encuentran los prados, viñas y olivares que conforman el paraje de Lah Teneríah, donde se rastrea un asentamiento que ha deparado aras funerarias, tégulas digitadas, cerámica doméstica y algún fragmento de sigillata hispánica tardía, así como un par de cupae (enterramientos de época romana en forma de cuba).  Las digitaciones de cierto material latericio nos adentra ya en épocas tardoantiguas, de claro cuño visigodo.

Felix Barroso
El buen pastor y mejor amigo Ramón Blanco López, con dos de sus perros, sobre el lagar rupestre. Obsérvese que el risco está medio enterrado. Una limpieza arqueológica a fondo nos depararía más sorpresas. (Foto: F.B.G.)
Felix Barroso
Plano general del lagar rupestre al aire libre (Foto: F.B.G.)

Sería en la jornada de San Melanio, apodado El Negro o El Moreno, un abad que algunos tienen como abogado de la sequía, cuando decidimos aguardar, aposentados en un emblemático cancho granítico, a que nos llegara tan mágica noche.  Y es que San Melanio coincide en el calendario con la efemérides de San Melchor, San Gaspar y San Baltasar; o sea, los tres legendarios Reyes Magos.  Sabíamos del simbólico risco por el abnegado pastor y buen amigo de este correcaminos, Ramón Blanco López.  Éste y sus paisanos, unos ya bajo tierra y otros vivitos y coleando, han sido, secularmente, los auténticos descubridores del magnífico lagar rupestre al aire libre que se enseñorea de la peña enclavada en uno de los predios de Zurramandana.  Porque a la vista está que han sido nuestros lugareños, a lo largo de siglos e incluso milenios, los artífices de tantos y tantos hallazgos arqueológicos del uno al otro confín.  Y son ellos los que conocen las historias y leyendas que los rodean, que dan para muchos etnotextos.

Dicho sea, mal que les pese a ciertos popes que acotan sus mundos académicos, totalmente inaccesibles para el pueblo de abajo, de pata a la llana.  Entendemos que los estudios y objetivos de aquéllos son muy dignos de tener en cuenta, pero jamás admitiremos la jactancia de una superioridad moral que minusvalore la voz del pueblo.  Nosotros, si acaso, le damos un barniz científico a tales descubrimientos, pero no olvidemos nunca que, cuando despertamos de algunos de nuestros sueños, aquellos vestigios y aquellos paisanos ya estaban allí.

La Quesera de Loh Móruh

Felix Barroso
Detalle de la “saeta”, por donde discurren los líquidos camino del “lucus”. (Foto: F.B.G.)

No hay huellas de vides por los pagos de Zurramandana.  No hay memoria de ello.  Pequeñas huertas aprovechando los humedales, cercadas por paredes levantadas a base de peláuh (así llaman los lugareños a los millones de cantos de cuarcita que se enseñorean de la mayor parte de lo que fue una antigua dehesa boyal y comunal) y que, hoy, sirven para que pasten ovejas, cabras y vacas en régimen extensivo.  Peláuh que conforman un inmenso yacimiento prehistórico en superficie, pero de esto no toca hablar en esta ocasión.  Cierto día de semipenumbrosos tiempos tardoantiguos (así lo pensamos) gente vecina del cercano vicus asentado en el sitio de Lah Teneríah, donde sí hay viñas en la actualidad, les dio por buscar un roquedo, con el afán de hallar un cancho que reuniera las condiciones para labrar sobre él un lagar rupestre al aire libre.  Forma rectangular, con laterales acanalados de 1,67 metros (tramo superior, 1,17 m.).  Plataforma granítica inclinada, que, en su parte más baja, adopta una canalización en forma de saeta (0,70 m.), por donde el líquido, procedente de la pila calcatoria o calcatorium, se deslizaba hasta el lacus, tras rebasar dos pequeñas molduras.  El lacus, como ocurre la mayoría de las veces, está enterrado y solo una excavación en regla podría ponerlo al descubierto. Cuatro entalles pequeños y cuadrangulares situados en las cuatro esquinas nos llevan a conjeturar que el lagar se dotó de una especie de dosel, para protegerse, posiblemente, de la lluvia, o del sol, porque en septiembre, cuando se pisa la uva (si es que era un lagar destinado a pisar tal fruto, que éste es otro cantar), lo mismo chucea que calienta de lo lindo el astro rey.  Entalles que nada tienen que ver con aquellos otros, de mayor diámetro, que sostenían artilugios de prensado más sofisticados, tal que el troliare o torcularia.

Detalle de algunos de los fragmentos cerámicos. (Foto: F.B.G.)

Los paisanos llaman a este interesante vestigio LA QUESERA DE LOH MÓRUH, y se empecinan que sobre esa peña hacían el queso los moros.  Claramente, ese moro no es el moro histórico, sino otro legendario, que se pierde en la noche de los tiempos y que fue parte esencial de la cosmovisión de sus antepasados. Siempre se habla, mayormente, que estos lagares eran para pisar las uvas. ¿Y por qué no para pisar otro tipo de frutos, como moras y fresas silvestres u otras frutas de hueso duro, con madurez avanzada y convenientemente deshuesados algunos de ellos?  Debido a la acidez de suelo de todo el corredor granítico en el que está inmerso el lagar, no existe la posibilidad de estudios polínicos en referencia a las pepitas de las frutas.  El líquido procedente del pisado se recogería por medio de alguna vasija e iría a parar a pellejos de cabra, que serían transportados a las viviendas del asentamiento de Lah Teneríah y vaciados en las correspondientes tinajas (dolia), para su fermentación. Algunos fragmentos cerámicos, como los de cierto tipo de orza (borde exvasado, tacto rugoso, cocción reductora y de pasta sedimentaria no depurada) fueron hallados por el pastor Ramón Blanco en la zona inmediata al lagar.  Y de limpiarse los muchos ripios y tierra que cubren parte de la plataforma rocosa donde se halla este vestigio rupestre, seguro que habría más sorpresas.

Felix Barroso
“Juenti de Zurramandana”, a la que nunca se conoció seca, siempre con el mismo chorro y rodeadas de humedales, que mantienen su frescura hasta en el propio rigor del estío. (Foto: F.B.G.)
Felix Barroso
Fragmentos cerámicos, sostenidos por las manos de Ramón Blanco, hallados en torno al lagar rupestre, entre los muchos ripios pedregosos. (Foto: F.B.G.

Lagares rupestres al aire libre que, antes que se laboreara el que estudiamos, ya hacía años que existían estructuras pétreas semejantes por Persia, Capadocia, Palestina o Egipto y que los colonizadores romanos expandirían por todo su imperio.  A una legua no muy rematada y a otra sobrepasada, en los parajes de El Retamalón y El Valli de Loh Rehpónsuh, respectivamente, nos encontramos otros lagares, también sobre soporte granítico, pero, posiblemente, de épocas anteriores, mucho más simples y de configuración circular, en consonancia con dos asentamientos en los que ya se rastrean cerámicas de época republicana romana.  Muchos interrogantes quedan en el aire.  Aún no sabemos a ciencia cierta si estos lagares eran de propiedad familiar o comunal, o si pertenecían a familias con ciertos recursos o a la clase baja.  Incluso el hallarse varios de ellos fuera de vías transitadas, medio camuflados entre otros peñascos y a cierta distancia de los núcleos habitados más cercanos, nos lleva a pensar en que sus dueños intentaban esquivar los gravámenes a los que estaban sujetas la producción de vino y otras manufacturas.

¿Y si fuera, en realidad, una quesera rupestre, como afirman los lugareños en cuyos términos se encuentra lo que nosotros calificamos de lagar…?  Pues que San Melanio, el bretón, que nos deparó tan atractivo vestigio arqueológico antes que los Magos de Oriente llegaran con sus camellos, nos ayude a despejar la incógnita.  Y que otra hermosa musa, de vínculos fraternos con la antigua Armórica romana y de iris más aturquesados que los del titán Atlas, vele eternamente para que los parajes de Zurramandana jamás sean hollados por las huestes de siniestros zapadores ni de terribles jamelgos apocalípticos.

Publicado el 11 de enero de 2020

Texto y fotos de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil. Las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad del autor

La imagen superior: Vista general del emplazamiento del lugar rupestre, todo él rodeado de “peláuh”, cantos de cuarcita, mucho de ellos trabajados en el Paleolítico.  (Foto: F.B.G.)

 

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