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Por los Montes de Cáparra: El Canchal de Lah Muélah (XIII)

Si el viajero se topó en su jornada anterior con topónimos que le traían de cabeza, ahora va dejando, hacia el noroeste, parajes que encajan mejor en sus entendederas: La Majá veranu, La Piedra el bañu, La Juenti Teresa, La Juenti la oliva o La Peña la garza. Y hacia el suroeste, aquellos otros de El Cerru, El Campillu, Lah Cúmbrih de la zarcilla o El Valli gamonitosu.  Lo de gamonitosu, para que mejor lo comprenda el viajero, se debe a la abundancia de plantas del género Asphodelus, que reciben diversos nombres: varita de San José, gamonita o gamón.  Tomás Gómez Villar (un apunte más para el viajero), que fuera secretario de los Ayuntamientos de los concejos jurdanos de Caminomorisco y El Casar de Palomero entre finales del siglo XIX y primeros años del XX, nos relata que los vecinos de Las Hurdes acostumbran a coger, en su tiempo, las gamonas, fabricando con ellas las que llaman ‘jachas’, que vienen a ser al modo de teas, pues su lenta combustión y la luminosidad de su llama les sirve en gran manera para andar de noche sin tropezarse por las pedregosas y oscuras calles de sus caseríos.  Y sigue refiriendo que estos montañeses se hacen ecos de que sus antepasados, porque así se lo oyeron contar, enterraban, en pasados tiempos, cuando no había cementerios, a sus muertos en algún huertecillo de la familia y sembraban alrededor de la tumba varias gamonas, en la creencia de que insuflaban vitalidad a sus espíritus o ánimas.  Curiosamente, la diosa griega Perséfone, conocida como la Reina de los muertos, se cubría la cabeza con una corona de esta planta.

Visión parcial del cincho a piedra seca de la choza más grande que se conoce por los Montes de Cáparra. El armazón de la cubierta y las capas de escobas entretejidas hace ya lunas que desaparecieron. Se observan las “vasalérah”, especie de alacenas practicadas en el mismo cincho. En su interior, una cuadrilla de paisanos que andaban en la recogida de espárragos silvestres. Paraja de “El Valli de lah mansiégah”. (Foto: F.B.G.).
Vista general del “Canchal de lah muélah”. (Foto: F.B.G.)

Pero el viajero no va a dirigirse ni hacia el noroeste ni al suroeste, sino que se abrirá camino, apartándose del cordel de merinas, hoy ya convertido en este tramo en una tenia asfaltada, en dirección al saliente. Si no tiene gañán ni pastor alguno a mano, deberá subirse en algún altozano y enfocar sus prismáticos, que irán siempre colgando de su cuello, en tal dirección.  Seguro que verá una impresionante peña caballera, de esas que, modernamente, algunos de nuestros alumnos familiarizados con estos berrocales, han dado en bautizar como ovnis o platillos volantes, que para el caso es lo mismo.  La majestuosa peña es conocida como El Canchal de lah muélah.  Cuando a una peña se la bautiza con un apelativo concreto y las demás quedan reducidas a simples riscos, rocas o canchos, el viajero, que debe ser curioso por naturaleza, debe realizar un alto en el camino.  Con plena certeza que ya repararon en ella nuestros antepasados prehistóricos y puede que estuviera interaccionada con alguna razón cultual.  Debió tener todo un collar, formado por cuarcitas rojas y cuarzos lechosos, rodeando su pétreo pescuezo (algunas piezas todavía permanecen in situ y otras entre la broza de un suelo arenoso y no muy pródigo en cuarcitas), al igual que se observan en otras peñas caballeras de su entorno, pero sin el porte de El Canchal de las muélah.  La verdad es que, a primera vista, estos collares da la impresión que son cosa de muchachos.  Pero los testimonios de viejos pastores confirman que siempre los conocieron allí y, única y exclusivamente, en esa área que rodea la peña que el viajero tiene ante sus narices. Y cuentan que hay otras peñas inmediatas que tienen dibújuh jéchuh a cincel, peru con loh amójuh no se gerean bien.  Entre aquel laberinto de riscos, cubiertos, efectivamente, de espesas capas de musgo y líquenes, ya no hay quién dé con ellos, ni siquiera un cabrero que se crio entre esas breñas.  Incluso se rastrean en su áspero epitelio granítico ciertos hoyuelos y una poceta que, si en sus orígenes fueron tafonis, posteriormente debió intervenir la mano del hombre para adaptarlos a fines posiblemente rituales.  Referencias hay sobre otros dos canchos cercanos que estaban atiborrados de cazoletas, pero, desgraciadamente y como ocurre con cierta frecuencia, fueron destrozados a marrazos, a fin de obtener mampuestos para viejos tináuh pa encerral el pahtu (tenadas para almacenar el heno).  También quedan lejanos recuerdos de dos enterramientos hallados al meter la reja del arado.  Estaban formados por unos encachados de piedra de moleña (granito) y, en su interior, se encontraron, al decir de los paisanos, cáchuh de puchéruh y doh o treh piédrah de rayu.  Una de estas piédrah de rayu (hachas pulimentadas de la Prehistoria reciente) nos fue mostrada y comprobamos que era un magnífico ejemplar de ofita.  Entre el encachado de uno de los enterramientos, plantaron un naranjo.

Detalla del entronque de la peña, con nido de golondrina dáurica y algunos taffonis. (Foto: F.B.G.)

La Crú el Muertu

Detalle de la poceta de la peña. Es increíble el diminuto engarce o calzo que mantiene unido a la mole de arriba con su roca base. Lo que desconocemos es si la “muela volandera” fue una de las típicas piedras bamboleantes, cuyo culto fue perseguido por la siempre dogmática Iglesia de Roma. (Foto: F.B.G.)

Ha de saber el viajero que el sitio concreto donde aparecieron las tumbas es denominado La Crú el muerto, o La Crú de loh muértuh.  El topónimo no está puesto a la buena del dios de los cristianos.  Todo indica que, en aquel lugar, hubo una cruz.  Se supone que no estaría insculpida en un risco, como están aquellas otras cercanas en El Canchal de lah treh crúcih, pues permanecería en el tiempo e iría acompañada de la voz canchal, peña, roca u otra por el estilo.  ¿Se levantó en tal lugar una cruz cuando se descubrieron los enterramientos, al pensar que allí se depositaron los cuerpos de dos hijos de la Santa Madre Iglesia de Roma?  ¿O acaso todas esas cruces no son otra cosa que simbologías cristianizadoras para anatematizar y espantar el mundo mágico-religioso de nuestros trastarabuelos?  Porque el viajero puede pensar, y no iría muy descaminado, que está ante un santuario rupestre, teniendo al Canchal de lah muélah por el omphalós u ombligo del área sacralizada.  El culto a ciertas peñas ya fue anatematizado en los dos primeros concilios celebrados en la ciudad de Braga, capital del reino suevo, en el siglo VI.  En el canon XXII se advierte: Si en la parroquia de algún presbítero se encendiesen teas o diesen culto a los árboles, fuentes o peñascos, y el presbítero no tratase de arrancar esta costumbre, tenga entendido que comete sacrilegio el que lo ejecuta y el que exhorta a ello (…)   Pero a pesar de estos concilios y otros y diversas disposiciones papeles y de emperadores como Carlomagno, no se logró gran cosa, por lo que la Iglesia acabó asumiéndolos y cristinianizándolos.  Ahora será cuando empiecen a aparecer santos y vírgenes por doquier, siempre en antiguos lugares de culto paganos, levantándose, en muchos casos, una capilla o ermita a su lado.  No obstante, aún se mantienen en nuestros días, aunque soterrados, ciertos matices de aquellos arcaicos cultos litolátricos.  El viajero tiene un amplio campo por tierras extremeñas para hincarle el diente a estos antañones rituales relacionados con las peñas.  Apenas si se ha investigado en este sentido.  Todavía queda gente por nuestros pueblos, pertenecientes a las generaciones de la perra gorda y del cuartillo de vino, a las que, con afinada puntería, se les puede sonsacar ciertas claves.  Todo consiste en saber escuchar y tener agudeza mental para hilarlas e interpretarlas.

Mosaicultura Diputación de Cáceres

Pozo o manantial ya colmatado y tapado por una laja granítica, en las inmediaciones de la peña. (Foto: F.B.G.)
Otra peña caballera con el collar de cuarcitas y cuarzos lechosos, que presentan gran rodamiento y, en algunos casos, están muy encajados en el pétreo pescuezo. Cuentan los pastores que, en ocasiones, andando a la caza de los lagartos ocelados (suculento bocado y hoy prácticamente extinguidos y no porque le dieran caza las aves de rapiña, otros depredadores y los propios paisanos, sino por las químicas que asolan el campo), éstos, los lagartos, se metían “entri loh jigárruh y moh víamuh négruh pa sacál-luh d,allí, pol lo acihtá que ehtaban lah piédrah”. (Foto: F.B.G.)

Si el viajero se pregunta por el nombre con que bautizaron a la peña, quizás habría que remontarse a aquellas primeras sociedades agropastoriles que se conformaron con la Repoblación Medieval de los siglos XII y XIII.  Posiblemente, al comprobar que, desde cierta distancia, la peña en cuestión semejaba al modo de la dos gigantescas ruedas o muelas (la solera y la volandera) de un molino de rodezno o de rodete, conocidos ya en aquellos años, pues le llegó el bautizo al momento.  Y de acuerdo con otros muchos y llamativos accidentes geomorfológicos, se irían conformando otra gran infinidad de topónimos.  Anotados ya los correspondientes datos en la libreta, el viajero continuará campo a través por ciertos vallejónih (pequeños valles aluviales), salpicados de peñascos, pardas encinas y algunos robles y alcornoques, amén del sotobosque propio que suele acompañar a estas quercíneas.  Abundan las plantas herbáceas conocidas como mansiégah, bien fuere de la familia gramínea o de las ciperáceas.  Años atrás, con algunas de estas variedades, se tupían las albardas de las caballerías.  A las espaldas del viajero, con la vista alargada hacia el suroeste, junto al que llaman Caminu de la Cancha, está el paraje de El Valli de lah mansiégah.  Y a la proliferación de esta planta, debe su nombre, sin lugar a dudas, el topónimo de El Mesegal, alquería de la comarca de Las Hurdes, perteneciente al antiguo concejo de Lo Franqueado (en dialecto jurdano, Lo Franqueau).  Pero no distraigamos al viajero con tantas lecciones toponímicas y que siga andando por sus pies por estos batolitos graníticos.

Una tercera peña caballera, observándose un montón de cuarzos y cuarcitas, caídos sobre una roca bajera. (Foto: F.B.G.)

Una peña caballera más, formando parte del cincho de una vieja “corralá” (recinto para el ganado), a cielo abierto. (Foto. F.B.G.)

OEX Orquesta de Extremadura

 

Publicado el 16 de diciembre de 2019

Imagen superior: Panorámica de los terrenos que recorre el viajero en esta etapa: un bosque de quercíneas plagado de canchos.  (Foto: F.B.G.)

Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil. Las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilida de su autor.

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