(Composición romántico-antropológica sobre La Nochigüena jurdana, con un toque de hablas alto-extremeñas).
Y si no llegorin, ehtán al cael. A ti, compañera que no brindas con poliéntah ni pitárrah en los aniversarios de lo que pudo ser y no fue nunca, te anuncio que el período navideño ya está arribando al territorio jurdano en este año del Señor (no sabemos si de Los Anillos o de Las Moscas) de 2019. Tal vez ya están arrepañandu monti y haciendo haces con las matas de brezo y otros matojos y malezas arrancados. Un haz a cuestas por cada difunto que hubiera causado baja en el año entre la parentela. La Jogará tendrá que elevar sus llamas por encima de los tejados y expandir oloroso humo por toda la alquería. La Jogará de la Nochigüena, compañera, debe introducir su fumarada en tus hermosas pupilas, más aún que los cristales de la vanadinita, para que libre quedes, en todo un año, de los enojosos orzuelos. Y, luego, cuando el cielo se cuaje de estrellas y el cuchillo de la helada saje la tierra, jadrémuh la ruea en torno a la gran fogata y cantaremos y danzaremos formando corro y agarrados de la mano. Los muchachos arrearán enormes varazos a la lumbre, para que suelte muchos potrícuh, o lo que es lo mismo: chispas ardientes que han de subir al cielo para calentar al que llaman el Niñu-Dióh. Entre la humareda, la voz antigua escalofría con el arcaico villancico: Acuil, pahtórih,/ tóduh en corrobra,/ la Virgin parió un pahtó con jonra./ ¡Non cabrá de gozu/ el Niñu Manolu!/ ¡Con tantu arborozu, valsal lo hadrá solu!
La Jogará acota todo un espacio que pasa a ser sacralizado, con el fin de conjurarlo y quedarlo libre, en el venidero año, de alimañas, méngah (hechiceras y nigromantes) y otros seres maléficos. Auténtico sincretismo pagano-cristiano: tradiciones precristianas soldadas a otras catalogadas de paganas, donde lo mágico y purificador, lo curativo y fertilizador están siempre presentes, aunque escondidos entre la espesura del humazo. Será el humo el que se lleve los males a otras partes. Ahora, los potrícuh suben a lo alto para dar calor a la divinidad; antes, fue a los antepasados. Los tiempos modernos han dejado a las arqueríah, a las pequeñas aldeas que cuelgan de las montañas de Las Hurdes y se asoman a sus ensortijados y espumosos ríos, despojadas de su mocedad. El rito ha perdido su fuerza conjuradora. El sentido lustral de otros tiempos, que puede o no puede que vuelvan, se enfocó hacia fraccionamientos de la estructura socioespacial al faltar los brazos mozos y dio en desmoronarse el fin protector que La Jogará tenía antaño. Pero…, ¿verdad que no hay que ser agoreros, compañera a quien te desoí, y no por culpa mía, en un anochecer de otro diciembre enmohecido por la niebla? ¡Claro que no hay que serlo, que otros ritos y mitos hacían aguas por todas partes y hemos logrado enderezarlos!
No se pueden perder unos ritos en los que también subyacen las remotísimas creencias de la guerra que las tinieblas entablaban contra el sol, envidiosas de que éste fertilizase la tierra. Por ello, temerosas las viejas generaciones de que el sol se hundiese en los negros abismos de la noche eterna en estos días de diciembre, decidieron insuflarle fuerzas a base de hogueras, para que no se congelara y siguiera, en su ritmo cósmico, calentando este chato planeta. Tomaron fuerzas los cultos heliolátricos y surgió aquella fiesta del Natalis (Solis) Invicti, cuando se producía el ortu novi solis (el nacimiento del nuevo sol). Y observando que ese nuevo sol tomaba vigor a raíz del solsticio de invierno, todo fueron cánticos, alegrías, bailes, músicas, gritos de júbilo, mucho comer y beber y tomarse desinhibidas libertades en torno a las llamas de las fogatas. Lo mismo que en la Jogará de la Nochigüena jurdana. Pero, como de costumbre, tuvo que llegar, compañera de sonrisa entre dos aguas y evocadora de burgundios, francos y merovingios, la doctrinaria e intransigente Iglesia de Roma y, por boca de sus Santos Padres y del Papa San León Magno, se atacó y zahirió a quienes caían en la heliolatría. Iniciaron la cruzada San Epifanio de Salamina y San Gregorio Nacianceno. Ruge San León en el año 451 en su Sermón 27 in nativitatem contra los que, al rayar el día de Navidad, después de sus orgías ígneas, realizaban venias y genuflexiones ante el astro rey. Y se desgañitan San Agustín desde el púlpito y el obispo Martín de Braga. Ordenan que se arranquen, incluso, las guirnaldas con que adornan casas, árboles o que se colocan sobre la cabeza y alrededor del cuello. ¿Pero no siguen campando, hoy en día, las guirnaldas a sus anchas? Los anatemas no produjeron grandes efectos y, durante prolongado tiempo, los eclesiásticos incluían en sus formularios litúrgicos para la Navidad y Año Nuevo aquellos de la missa ab prohibendum ab idolis (misa para apartar a los cristianos de las creencias paganas). La Iglesia se apoderó del triunfo del sol invictus y sus propiedades protectoras y taumatúrgicas fueron conferidas a Cristo, como Luz del mundo y Salvador de los hombres. Pero La Jogará de Las Hurdes continuó hasta nuestros días.
La Dentona y la Ujerosa
Se apagarán los rescoldos de La Jogará y se desparramarán por los huertos, para que las cosechas sean fructíferas. Relatan muchas desdentadas bocas (hoy, ya menos, debido a las dentaduras postizas) que algunos se llevaban un tizón a sus viviendas o cuadras, pensando que quedarían exentas del rayo y de todo tipo de incendios. Y una vez extinguida la mágica y mítica almenara, habrá que esperar a la Nochevieja jurdana para recibir a La Dentona y a La Ujerosa, personajes que se pierden en la noche antediluviana. O al Jáhcu o Dejerráu, con el que, según nos contaba el tantas veces mentado Eusebio Martín Domínguez, Tíu Sebiu del Gahcu, el más sabio velador de las tradiciones y creencias jurdanas, le alegraban, siendo él un niño, el Día de Reyes: el Jahcu, del que decían que venía a lomos de un hermoso caballo blanco, como la nieve, y al que le faltaba una herradura y traía unas enormes alforjas, completamente repletas de naranjas, higos pasos, nueces y bollos de pan con anises. Cabalgaba de noche por los estrechos caminos asomados a los abismos, guiándose por las luminarias que encendían los vecinos. ¿Para qué queremos, pues, compañera y amante de nuestras más profundas raíces, ese Papá Noel y otras zarandajas que nada tienen que ver con la acrisolada identidad del pueblo jurdano y, por extensión, de toda Extremadura?
Se apagarán las brasas de La Jogará, pero otras continuarán incandescentes. No hubo ocasión, compañera, en la que me dijeras, o simplemente insinuado por tu rutilante pupila de oropéndola crestada, capaz de fundir témpanos del Ártico: Vente!! Pues, entonces, alea iacta est, aunque tomaras el camino que conduce al Hades. Pero no fue así y, por ello, seguiré cantando y penando por las tabernas en estas Nochigüénah: ¡Fado! Porque me faltan sus ojos./ ¡Fado! Porque me falta su boca./ ¡Fado! Porque se fue por el río./ ¡Fado! Porque se fue con la sombra. Podría decir, como el sentimental poeta cubano José Ángel Buesa, aquello de: Me queda tu sonrisa dormida en mis recuerdos,/ y el corazón me dice que no te olvidaré;/ pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,/ tal vez empiezo a amarte como jamás te amé. Y puesto a versificar, también podría traer otras estrofas de Buesa: Un día nos veremos nuevamente,/ y es lógico que bajes la cabeza;/ tendrás muchas arrugas en la frente/ y el rostro entristecido y sin belleza./ Serás menos sensual en la cadera,/ tus ojos no tendrán aquel hechizo,/ y aún murmuraré: ‘-Si me quisiera..!/ Tú solo pensarás: -¡Cuánto me quiso! Podría, puedo, parafraseando a Pablo Neruda, escribir los versos más tristes esta noche… Pero prefiero hacerlo con otras claves que solo ella y el correcaminos que garabatea estos renglones podemos entenderlas. Levantaré la copa frente a la lengua ardiente de La Jogará y declamaré este soneto que me arranqué de cuajo de mis ventrículos para celebrar un triste aniversario:
Marcaba el calendario a veintiuno.
Era diciembre y también era domingo
Gente en el bar cenando con el bingo.
Yo no era gente y prefería el ayuno.
Frío en la calle y el cielo estaba bruno.
Antes desenfundó el maldito gringo.
No oí tu llamada, y a él le llamaban Ringo.
De no berrear aquel macho cabruno,
mi oído para ti se habría agrandado.
Tu lengua se habría anudado con la mía,
y el móvil, de pasión se habría abrasado.
Luego, todo fue pólvora y agonía,
y, una vez el alcohol evaporado,
la mañana arribaba sorda y fría.
En la imagen superior: “La Jogará” en la plaza de Nuñomoral. (Foto: Maribel Expósito Azabal)
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil. Las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responasabilidad de su autor.
Publicado el 20 de diciembre de 2019