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Los 3 Amigos Majos. Cuento de Navidad ( I )

Manuel recordaba con todo detalle lo que había soñado la pasada noche cuando salió de su casa por la mañana temprano para reunirse con sus amigos. Les contó el sueño que había tenido y en el que alguien le había dicho algo acerca de ir a un lugar muy alto, quizá una montaña, para volar con sus amigos y ver al mundo abajo desde muy arriba.

Era Navidad y hacía un intenso frío de invierno en la calle. Manuel, Pedro y Juan corrieron y se refugiaron dentro de una cueva, al lado de los pilares del puente de piedra que cruza el río Jerte. Aquel era su escondrijo favorito, un lugar que solo ellos conocían. Allí hablaron de cómo planear aquello que ignoraban pero que ya imaginaban como una fantástica aventura. Conocían una garganta rocosa al lado de un gran río en las afueras de la ciudad y decidieron que irían allí a la hora de la merienda. Eran tres chavales muy amigos, más amigos y unidos que otros chicos de la escuela. Eran buenos y  generosos. Se les conocía en el barrio como a los tres amigos majos.

Eran expertos en atroches y vericuetos y pronto llegaron frente a la montaña rocosa. Miraron a lo alto y vieron unos grandes pájaros de color azul, con picos plateados y ojos brillantes que les observaban desde lo alto, sobre una roca plana. Manuel y sus amigos se habían llevado las mochilas más grandes que habían encontrado en sus casas. Iban casi vacías de provisiones pero llenas de ilusión y fantasía.

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Decididos a todo, empezaron a escalar por las rocas. Cuanto más subían, más alta y lejana les parecía que estaba la cima. Desde allí, tres aves blancas no dejaban de observarles con amistoso interés. Al intentar apoyarse en un saliente de piedra, Manuel animaba a sus amigos a seguir en la escalada. Miró hacia abajo y resbaló. Al instante y de unas pequeñas y estrechas cuevas rocosas empezaron a salir unas robustas serpientes de color rojo brillante que, estirando sus cuerpos bajo sus pies, se entrelazaron formando escalones con el fin de que Manuel y sus compañeros no perdieran el equilibrio ascendiendo con más seguridad. Así, alcanzaron la cumbre encontrándose con tres grandes y vistosos pájaros que les miraban con sus enormes ojos azules. Apenas habían descansado tumbados en la piedra, aquellas aves les señalaron con su pico invitando a los tres amigos a subirse sobre sus cuerpos.

Manuel miró sonriendo a Pedro y a Juan contagiándoles su entusiasmo. Sabía que iban a compartir algo fantástico. Y volaron alto, muy alto por encima de las montañas y también muy bajo a ras de los cauces de los ríos. Durante el vuelo, los pájaros recogían con sus picos minerales brillantes que los chicos guardaban en sus mochilas.

Volaron por el aire del alto cielo viendo montañas desde muy arriba, observando donde y en qué lugares nacían los ríos. Vieron nevar y notaron la lluvia en sus cabezas a pesar de que los pájaros les abrigaban con sus abundantes plumas para que no sintieran frío ni les afectara la humedad.

Después de un mágico vuelo, los pájaros movieron sus alas balanceándolas como timones para planear en círculos cayendo en picado sobre una montaña prendida en espumas, ríos y bolas de fuego. Desde muy cerca pudieron ver y escuchar los gritos de lava que escupía un volcán. Asombrados y sin miedo, rozaron las llamas del cráter a sabiendas de que estaban protegidos.

Seguidamente, los pájaros elevaron el vuelo dejando que observaran hermosas vistas de la tierra en la que se apreciaban valles, inmensas llanuras, bosques y montañas heladas. Volaban planos y tranquilos disfrutando con todo aquello que les era desconocido, cuando de repente sus voladores giraron y descendieron el vuelo para mostrarles una inmensa superficie de agua azul. Bajaban tan rápido que parecía que el océano les iba a tragar. A medida que caían hacia el mar vieron como unos grandes peces saltaban sobre la superficie para volver a sumergirse. Repetían los saltos una y otra vez, realizando increíbles volteretas en el aire. Casi sin darse cuenta fueron depositados sobre los lomos de aquellos enormes peces mientras que los pájaros que les habían llevado hasta allí se despedían de ellos agitando sus alas, subiendo y descendiendo en el aire sobre las crestas de las olas del mar.

Primer capítulo de este cuento de Navidad original de Alfonso Trulls

Puedes leer en estos enlaces los capítulos 2 y 3.

Publicado el 23 de diciembre de 2019

© Planveando Comunicaciones SL

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