A lo largo de los siglos, muchos fueron los artistas que intentaron transmitir en sus artes algo más que pura belleza. Fueron pocos los que de forma natural llegaron a poder mostrar el sentimiento, el alma de aquello que habían utilizado como modelo para su creación. Algunos retratistas y otros pocos paisajistas consiguieron sublimar sus pinturas capturando y mostrando al observador algo más significativo que un bonito motivo envuelto en luz y composición.
A principios del siglo XX y a la vista de la innegable maestría que Alfred Stieglizt evidenciaba en sus imágenes fotográficas, esta técnica se erigió como arte. Pasados los años se fueron infiltrando en nuestras mentes geniales imágenes de otros tantos artistas que por su sentimiento implícito se nos han quedado grabadas en la memoria de la emoción.
Eduardo Moreno Pérez, extremeño placentino, es un artista de la imagen que captura la naturaleza y sus elementos para mostrarlos al espectador tal y como él los ha sentido y tratado, patentizando así su dimensión metafísica, su alma. Su concepto de la belleza no solo está basado en la estética de la imagen y de la luz para adornar lo natural de la vida. Las imágenes de Eduardo Moreno no son solo el resultado de una meticulosa búsqueda y observación de lo natural que hay en nuestro entorno, sino que además encierran en sí mismas un carácter alegórico, lo que constituye una forma artística de espabilar los sentimientos del espectador.
Es coherente considerar a este maestro del pincel electrónico y de la paleta pixelada, un romántico de la fotografía que produce fascinación con sus imágenes naturalistas siempre representativas de una alegoría sentimental. Es posible que él mismo no sea consciente de ello debido a su forma de ver y sentir como pintor digital de almas, que es distinta de la del observador, de la del crítico, que son solo conmovidos espectadores.
Eduardo Moreno pudiera ser coetáneo del pintor Caspar David Friedrich, aunque con un toque impresionista de Monet (el que ese artista mostró en aquella serie arbórea titulada ‘Los Álamos’), pero sin parecerse, sin ser imitación de ninguno de los dos. Trabaja solo con él solo, con sus ojos, con su cámara y en este caso con el árbol extremeño -el que ha acaparado ahora la atención de este pintor impaciente con prisas- para quedar atrapado en la agitación emocional que le produce lo natural, un sentimiento que refleja magistralmente en sus imágenes. Cuando retrata y trata a un árbol lo hace como a un individuo, proyectando su propio carácter y expresión; como a un personaje con vida que pudiera ser alto, flaco o ancho y tal vez solitario, con la transparencia de su propia alma, en este caso extremeña.
Para todos los que quieran aprovechar la oportunidad de ver sus imágenes, sentir con ellas y verificar lo que aquí he contado, pueden hacerlo visitando su más reciente exposición a partir del próximo sábado 5 de octubre en la Galería-Bar Versátil, situada en la calle Lagar 6 de Zarza de Granadilla, en Cáceres.
Publicado el 3 de octubre de 2019
Texto y foto de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un foráneo