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Por lo montes de Cáparra (IX) Cuando Sta. Marina y San Pedro eran novios

Se encuentra el viajero en medio de los vestigios de la ermita de San Pedro.  Allí, por lo menos, lo dejamos la vez pasada.  Si hubiera preguntado, en el pueblo que dejó a sus espaldas, por el paisano Ovidio Rina López, seguro que le habría contado aquella historia legendaria en la que, en loh áñuh mil, San Pedro y Santa Marina se repartían todos estos territorios y andaban de novios.  San Pedro vivía en la ermita de su advocación y sus dominios se extendían hasta la fuente y la laguna que también llevan su nombre.  Santa Marina tenía mando en plaza en aquella parte del inmenso y espeso robledal que se extendía hacia el poniente.  Relatan otros lugareños que la santa tenía acomodo en una cabaña que se había construido en el teso donde se encuentra la actual espadaña de la iglesia parroquial, posible campanario exento, del concejo, levantado antes del siglo XIII y en cuyo lugar pudo tener asiento, a tenor de ciertos indicios, un templo romano dedicado a la diosa Ilicia Marina (latinización de un posible teónimo indígena).

Israel Espino entrevista
Nuestra querida amiga, antropóloga e investigadora, Israel J. Espino entrevista al buen amigo Ovidio Rina López. Fiestas de Santa Marina,18 de julio de 2019. (Foto: Ángel Briz)
Espadaña Aceituna
spadaña de posible origen como campanario concejil y donde podría haberse levantado un templete dedicado a la diosa Ilicia Marina, un teónimo de posible tradición indígena. (Foto: Ángel Briz)

El caso es que -siguiendo el relato de Ovidio- San Pedro salía todas las noches a rondar a Santa Marina.  Atravesaba la Rivera del Broncu por las pasaderas que, igualmente, ostentan su nombre.  Continuaba por Loh Jónduh de Valdelacanal y, cuando se iba acercando a la laguna bautizada en su honor, siempre tropezaba en la misma piedra, un tranco de moleña atravesado en mitad del camino y que pasó a llamarse El Lumbral de San Pedru.  Y como llegaba todas las noches con loh jocícuh macháuh andi la novia, pues ésta se compadeció y colocó un cirio máh canchú (gordo) que el cuerpu d,un lichón en lo alto de un risco que, desde entonces, se conoció como La Peña la Vela.  Todas las noches iba Santa Marina a encenderlo y se iluminaba como si fuese de día todo el robledal.  Ya no volvió San Pedro a tropezar más veces.

Basa de pilastra y sillares procedentes de la ermita (Foto: F.B.G.)

Ciertamente, el viajero tendrá que echarle mucha imaginación a los vestigios que tiene ante sus ojos.  La ermita, que ya dijimos que se encontraba destruida en 1792, ha sido cantera para los campesinos que tenían fincas cercanas. Basas, pilastras, sillares y otras canterías labradas pasaron a formar parte de las casetas y corrales de los hortelanos.  Como el templo aparentemente carecía de dueño y estaban en terreno público, cada cual cargó con lo que pudo, incluso un tablero de altar que, por sí solo, merecía todo un estudio.  Cuando indagamos por esta pieza, se nos dijo que esa losa de mármul l,habían teníu élluh múchuh añúh en la su caseta, sirviéndulih de mesa pa comel.  La historia de este tablero consagrado tiene mucha miga.  El caso es que acabaron vendiéndosela a un industrial pimentonero, de la ciudad de Plasencia.  Cuando les referimos que aquella losa de mármol blanco y con cenefas floreales laboreadas en todo su derredor había sido el tablero del altar de la ermita, uno de los lugareños nos sorprendió diciéndonos: -Agora s,entiendi que pol esu, al ehtal bendicía, nunca moh faltó el pan sobri la mesa.

Vista actual del interior de la ermita (Foto: F.B.G.)

Baptisterio

El perro “Rebelde” recostado ante el foso que pudo hacer las veces de baptisterio y que, hoy, está colmatado de ripios berroqueños. (Foto. F.B.G.)

El estudioso, y el viajero suponemos que lo es, que se acerque por estos pagos no debe extrañarle que la ermita esté puesta bajo la advocación de San Pedro, ya que este santo se repite en otras ermitas visigodas: San Pedro de la Mata (Toledo), San Pedro de la Nave (Zamora), San Pedro de Verona (Albacete) o San Pedro de Balsamao (Portugal).  Posiblemente, tuviera su ermitaño, que sería el que administrara la huerta y otros terrenos aledaños a la ermita, fruto de las donaciones que, en la antigüedad, solían hacer los fieles devotos a las parroquias, ermitas y cofradías.  El paraje en sí es todo un locus amoenus (lugar idílico), donde el inmenso bosque de encías de hoy debió estar ocupado por una gran masa de rebollos, también llamados melojos o robles negro (Quercus Pyrenaica), pues la hoja agrícola donde está enclavada la ermita se conoce con el nombre de Monte de Los Rebollares.  Por lo que entrevemos, el paralelo más significativo de nuestra ermita se encuentra en la de San Pedro de la Mata, situada en el paraje de Los Toriles, a siete kilómetros del pueblo toledano de Sonseca.  También se halla arruinada y ha servido para mil usos agrícolas y pastoriles.

Dibujo sobre recreación virtual de la entrada de la ermita, al igual que la de la ermita de San Pedro de la Mata, en la pedanía de Casalgordo (Sonseca, Toledo). (Dibujo: Carlos García-Diego).
Huella dejada por la pequeña y misteriosa rueda cuarcítica, al lado del baptisterio, y cuyos secretos desvelaremos en el próximo capítulo (Foto: F.B.G.)

La memoria que queda entre los paisanos de un arco de herradura, de un tablero del altar, de la pieza granítica decorada con róleos y dibujos geométricos y de unos posibles frisos nos lleva a confirmar su auténtica firma visigoda.  A ello le añadimos fragmentos cerámicos que hemos encontrado, como tejas digitadas y otros, de pasta blanca, perteneciente, tal vez, a alguna jarrita funeraria, con visibles desgrasantes y con notable  asimetría, lo que nos lleva a conjeturar que se usó el torno lento, sin pie.  Sobre cerámicas funerarias, tenemos constancia de dos enterramientos levantados por la reja del arado, a base de lajas de granito, en una tierra (parcela destinada a la siembra de cereales) colindante con la ermita.  Según su descubridor, Jacinto Cabezalí Gutiérrez, en cá una de lah úrniah, en la cabecera, había una ehcullina de tierra blanca.  O sea, dos cazuelillas de posible pasta ocre claro (señal de buena cocción oxidante) en cada una de las tumbas. Al hablar de las cerámicas de los siglos VI y VII, hay que romper con los modelos que hablan de determinada etnicidad visigoda, pues estas cerámicas no se entienden sin las pervivencias, al principio, tardorromanas, y, más tarde, emirales, todo un período que abarcaría desde el siglo IV al IX.  Por ello, es mejor catalogar a esta cultura material, que es el reflejo de una sociedad muy compleja y diversa, como tardoantigua.  El viajero deberá conocer, igualmente, que los grandes sillares que contempla tienen una clara molduración a codos romanos, influencia muy precisa de épocas anteriores.  Podríamos conjeturar que la ermita presentaba planta de cruz latina, con tres pequeñas naves y un ábside cuadrado, donde se encontraría el único altar y que estaría cubierto por una bóveda de cañón o de cuarto de esfera.  Sus muros andarían por el metro de espesor, completamente de piedras, con un aparejo de hiladas irregulares.  La materia prima la tenían a pie de obra, pues son innumerables las rocas plutónicas que se desparraman por el área estudiada.  Al ser los muros tan anchos, sobraban los contrafuertes.

No podrá ya el viajero ver el foso de lo que podría haber sido un humilde baptisterio, situado a tres o cuatro pasos del ábside o cabecero de la ermita.  Escuchando a los paisanos, nos hablan de una estructura cuadrangular, que se encontraba encañá (forrada) a base de sillarejos.  Según el ritual isidoriano, el bautismo lo realizaban los visigodos por el sistema de inmersión en baptisterios que muchas veces se encontraban en el exterior del templo, obedeciendo no solo a criterios de las antiguas Iglesias cristianas, sino que, en ello, tenían mucho que ver determinados factores apotropaicos. Hoy en día, lamentablemente, aquel foso ha sido anegado de ripios berroqueños.  Husmeando entre la broza, inmediata al posible baptisterio, nos deparó la suerte hallar una pieza cuarcítica extraña, semejante a una rueda de pequeño tamaño. Un hallazgo singular que nos plantea intrigantes dudas.  Sin embargo, estas dudas intentaremos resolverlas, en compañía de nuestro viajero, en el próximo capítulo.  Los pequeños detalles de nuestra intrahistoria extremeña contribuyen a hacer su Historia más amena y más humana.

Publicada el 18 de agosto de 2019

Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil. Las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor.

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