Una música que es para el pueblo y que en él se origina. Ese es el encanto. En sus orígenes, la música folk no se creaba con el fin de obtener beneficios de sus composiciones, ni tampoco crear intérpretes de fama mundial. Solo eran canciones, coplas alegres muy sencillas que hablaban de costumbres de una región y alababan las excelencias de su tierra y de sus pobladores. También sonaban tristes cuando cantaban acerca de sus propios amores y desamores. En cualquiera de los casos, eran historias cantadas que -originadas en una tierra de este país y de otros muchos- contenían sones y palabras nacidas del más íntimo sentimiento de sus gentes. De ahí su fascinación.
Esta música se transmitía de generación en generación, según los países de origen y sus culturas, generando por ello diversos estilos que han llegado a los oídos del siglo XXI. El reivindicativo Woody Guthrie no podría imaginar que su música y sus textos tendrían un reconocimiento mundial después de cumplirse más de un siglo de su nacimiento. El sólo, con una guitarra ha dado la vuelta al mundo después de su muerte, llegando incluso a inspirar las más auténticas y primigenias composiciones de Bob Dylan, solo un ejemplo.
Las composiciones de música folk suelen tener acompañamientos acústicos, casi carentes de percusión. Guitarras, banjos, mandolinas, violines suelen predominar en las interpretaciones de grupos y solistas. Este tipo de acompañamientos instrumentales a la voz suelen acentuar el carácter íntimo de este género. Un sonido melódico cuasi característico, dulce para el tímpano en la era de la pura y saturada electrónica.
Por todo ello no es de extrañar que las mágicas noches en el recinto de Torre Lucía se vayan a petar de público nativo y foráneo para escuchar a los distintos grupos de folk que enriquecen el cartel de la vigésimo cuarta edición del Festival Folk de Plasencia. Vamos a gozar de música en vivo, de folk eterno.
Publicada el 18 de agosto de 2019