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Aguardando la mágica noche de San Juan en el Covachu de la Péñah (y III)

La mañana de San Juan, ántih de glorial el día, oí contal a la genti de pa,tráh que en la Juenti Labrá, qu,ehtá pal Monti, salí un Encantu.  Dicin que esa juenti  la jicierun loh románuh, y el Encantu era una moza bien plantá, qu,ehtaba encantá pol una maldición. Esa nochi de San Juan jacían lah joguérah en lah  cállih y en lah prazuélah, que entoavía se jacin, y se jacin con tomillu cabezón, y  si dos nóviuh, ámuh a suponel, saltaban pol la joguera, tenían que il agarráuh de la manu y si no se soltaban al saltal, eh que se casarían prehtu y duraría  en bien múchuh áñuh el matrimoniu, pero si se soltaban al saltal, antóncih se farataría prehtu el noviaju o el casoriu.  Tamién contaban que, en el covachu de lah Péñah, jacían una gran chamá de lumbri esa nochi lah brújah y allí  cantaban y bailaban alreol de la joguera, y el Machunu iba vihtíu de colorau y llevaba una máhcara de piel de coneju y era el que mandaba en la corrobra. Y loh que s,habían zajumau pol la nochi, s,iban, ántih del amanecel, al Charquitu Reondu o abajaban hahta el Molinu Simón, al ríu, pa lavalsi bien laváuh, que asín  no se cogía la sarna en tó el añu ni otrah gajérah de la piel. Informó: Fausto Sánchez García, tamborilero de Guijo de Granadilla, 77 años. Entrevista realizada el día 8 de septiembre de 1987 (Día de Extremadura, en Trujillo).

Aspecto general del “Covachu de lah Péñah”. El pequeño muro que se observa es un añadido moderno, destinado a reforzar la entrada, ya que durante muchos años ha servido de encerradero de ganado menor (Foto: F.B.G.)
Ramón Blanco con un “candil de tuétano”, de factura prehistórica, en su mano (Foto: F.B.G.)

Quizás el viajero y agudo observador que viene trotando por encima de miles de artefactos cuarcíticos trabajados en épocas paleolíticas tenga ahora más claro el porqué de esa cruz de vértices prometeados, diseñada a conciencia sobre una roca granítica que aparece a la vera del camino.  A pocos pasos, se encuentra el Charquitu Reondu, inmediato al arroyo de Lah Treh Crúcih.  Más cruces para santificar y cristianizar unos espacios que los lugareños, a base de ser martilleadas sus cabezas por los apocalípticos sermones de los clérigos, llegaron a asumir que estaban endemoniados y que habían sido pasto de las correrías de los paganos.  ¿Pero acaso no eran los paganos los propios aldeanos?  Paganus procede etimológicamente de la voz latina pagus, que viene a significar aldea o distrito rural.  Por lo tanto, los paganos eran los mismos aldeanos.  Pero la Iglesia, que, históricamente, ha bastardeado muchas cosas de las que ha tocado, transformó y retorció tales palabras hasta otorgarles el significado que le interesaba.  Y pagano pasó a ser el que no adoraba al dios cristiano y verdadero.  Y como los medios rurales se les resistían, les hicieron comulgar con ruedas de molino y llenaron de cruces las huellas de las antiguas civilizaciones.  Aquellos eclesiásticos tonsurados, en su ignorancia, desconocían que la cruz ya había sido un símbolo utilizado por civilizaciones como la babilónica o la fenicia, la egipcia o la china.  Una cruz de mármol del siglo XVII antes de Cristo fue hallada en la antiquísima ciudad de Cnosos (isla de Creta).  El dios Baco (mitología griega) llevaba una banda en la frente atiborrada de cruces.  Las usaron los aztecas y los druidas.  Y estas cruces paganas son las que debe portar el inquieto correcaminos en esta noche de San Juan, a medida que el ocaso cubre de sangre el horizonte y desciende hacia el Covachu de lah Péñah.

Pieza bifaciada en cortafuegos cercano a la “Majá de Luteriu”, dentro del área que estudiamos (Foto: F.B.G.)

El Covachu es todo un abrigo rocoso, pues es un auténtico refugio natural protegido por toda una corpulenta cornisa.  Buen acceso, excelente ventilación y bien soleado al estar orientado hacia el saliente.  Toda una covacha conformada por el hacinamiento de bloques graníticos, que han dejado una regular alcoba pétrea que se prolonga y se estrecha hacia el poniente. En medio, un risco granitoide, aislado y con la cara superior en rampa.  Lugar perfecto para que uno de esos grupos nómadas de la Prehistoria que merodearon durante milenios por estos territorios tomara asiento en él, ya fuese de manera temporal (campamentos estacionales, taller lítico, lugar para variopintos fines…) o permanente (hábitat o lugar de enterramiento).  Lo que sí tenemos claro, por el momento, es que allí hubo un taller de talla lítica, a juzgar por los almacenamientos que encontramos de cuarcitas trabajadas.  Las incrustaciones o pátinas negras que se observan de modo fundamental en el techo nos hablan del hollín de incendios estacionales o de fuegos producidos dentro de la covacha, todo dentro de un proceso claramente antropogénico. Solo una excavación arqueológica en regla podría desentrañarnos los depósitos de las diferentes etapas de habitación.  Los sedimentos conformados a lo largo de milenios precisan de una estratigrafía o niveles de ocupación, que nos puedan proporcionar datos clarificadores sobre el utillaje lítico para la caza y la pesca; del utillaje doméstico (alisadores, raspadores, elementos de curtidos de pieles…) o del transcurso vital del propio hábitat ( residuos de comida, pólenes, carbón vegetal, fogones, pavimento, anillos pétreos, excavaciones y perforaciones en la roca para tapar huecos y vertebrar otras rudimentarias estructuras).  No queremos ir más allá del Paleolítico Inferior porque carecemos de datos tangibles.

M. Carmen Azabal examinando unos cantos trabajados en el Achelense al pie de la pequeña covacha de “Lah Areníllah”, inmediata al “Covachu de lah Péñah” y que ha deparado muchos artefactos líticos (Foto: F.B.G.).

Sentimos meter al curioso viajero en dibujos complicados, pero a veces son sucintamente necesarios para tener una visión amplia del conjunto.  Dicho lo cual, nos vamos con el pastor Ramón Blanco López, el mejor guía que se puede echar el viajero, pues como dicen quienes bien le conocen, le salierun loh diéntih garrapateandu entri loh canchálih del ríu.  Con un ramillete de té de monti, o de canchal (Jasonia glutinosa), que, aunque la llamen , no tiene nada que ver con el auténtico té, se nos allega Ramón en este atardecer, ya casi noche, que precede a los rituales sanjuaniegos.  Seguro que ya estarán amontonando el tomillu cabezón (Lavandula stoechas) por plazas y plazuelas, calles y encrucijadas de los pueblos del contorno y, no tardando, le prenderán fuego y saltarán como cabras entre las llamas, lanzando conjuros por sus bocas para espantar a los males que acechan a la comunidad.  Un buen sahumerio de cantueso quedará exentos a los saltarines de muchas enfermedades y malas asechanzas.

“El Machunu” custodia, en el interior del “Covachu de lah Péñah”, variopintos últiles líticos que pertenecieron a sus trastarabuelos prehistóricos (Foto: F.B.G.)

Caen las sombras de la noche sobre estos silváticos paisajes y el covachu se hunde entre lúgubres penumbras.  El Machunu, ataviado de colorado y con su tétrica máscara, penetra en el rocoso abrigo y, con su garrote, va abriendo camino a todo un cortejo de hechiceras, nigromantes, encantadoras, sibilas, sacerdotisas, adivinas…  Y entre ellas, quizás aquella seductora, fascinante y atractiva mujer con ojos de lapislázuli que tantos atardeceres se le aparece al trovador entre los berrocales de las geografías más  septentrionales de la región extremeña. Pero los precedentes de prehistóricas etapas del Paleolítico Inferior son solo ecos vagos que ni siquiera nos atrevemos a calificar de rituales y que se nos pierden en la larga noche de los hombres del Achelense y el Musteriense, que no vestían bermejos ropajes sino resecas pieles de cérvidos o équidos.  Hombres que podrían ser mínimamente conscientes que el astro rey, símbolo de la vida, comenzaba a declinar en el solsticio de verano, pese a que su pensamiento mágico estuviese en pañales incluso entre los neandertales.  Sería más tarde, en el Paleolítico Superior, cuando el rito y la ofrenda llegarían de la mano del pensamiento simbólico.  Y, entonces, el Covachu de lah Péñah alcanzaría otras dimensiones mágico-religiosas, patentizadas por la tradición oral, e incluso, en posteriores siglos, por legajos amarillentos y mohosos de la intransigente, dogmática, reaccionaria y fanática Santa Inquisición.  La cueva de Zugarramurdi, en Navarra, fue rescatada del olvido y, en ella, se recrean hoy antiquísimos rituales. Se ha convertido en todo un hito de atracción turística.  ¿Por qué nuestro Covachu de lah Péñah, tan cercano a la prodigiosa fuente de Zurramandana, no podría correr la misma suerte si cuenta con semejantes cimientos?  El turismo rural puede abrir muchas ventanas en nuestros envejecidas villas y lugares.  Pero para ello se necesita gente culturalmente inquieta, exenta de ultraconservadores prejuicios y complejos y que  tenga arte para hacer brotar agua de las peñas.

Fotografía superior: “El Machunu”, armado de su garrota, espera, en el “covachu”, al cortejo de las  nigromantes en la  mágica noche de San Juan (Foto: F.B.G.)

Texto y fotos de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil. Las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor.

Publicado el 2 de julio de 2019

Carnicerías Bernal PLasencia

 

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