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Por los montes de Cáparra (VII). Tardorromaneando por “El Joranzal”

Con el nombre de Joranzu se designa en muchos pueblos de Extremadura al almez (Celtis australis). Arbusto con ínfulas de árbol y que no es extraño que llegue a convertirse en un ejemplar de tronco recto, corteza lisa y grisácea y amplia copa redondeada y que muy bien podrían alcanzar los 20 o 25 metros. Cuentan que puede vivir hasta 600 años.

Juan Pedro Ruano Garrido, ganadero de Montehermoso (Foto: Álvaro Arias Ruano)

Por Villarreal de San Carlos, en el pleno pulmón de Monfragüe, hay uno que por su gran talla ha sido catalogado como Árbol singular de Extremadura.  Incluso en la dehesa de Guijo de Granadilla, no muy lejos de estos campos por los que ahora zancajea el viajero, existe una hermosa ermita, ya arruinada, puesta bajo la advocación de la Virgin del Joranzu (todo un fitotopónimo), que los finolis y los que hablan empalagosamente la denominan Nuestra Señora de Hojaranzo.  Tu talla, del siglo XVI, se conserva en la iglesia parroquial.  Se nos antoja que esta ermita fue un templete romano en sus orígenes.  A escasos tiros de honda, se rastrean las huellas de uno de esos vici (aldeas) o pagi (caseríos) que tanto se prodigaron en los siglos VI y VII, en el Bajo Imperio, cuando éste empieza a resquebrajarse, los godos se extienden como mancha de aceite y se producen ostensibles cambios en la propiedad de la tierra.  Sobre dos suaves lomas, se puede observar abundantes ripios cerámicos y un pozo con un magnífico brocal redondeado de granito.  Los paisanos llaman a estos parajes con el topónimo de Vallijoranzu.

Utillaje lítico sacado de una de las charcas de los “cercáuh” de “El Joranzal” (Foto: F.B.G.)
As romano acuñado en una de las poblaciones romanas que llevaban el nombre de Ébura o Évora (Foto: Foro Numismático)

El viajero, al que dejamos por los parajes de Valdelacanal, atravesará la Vega del Muertu  y, en un tris, tendrá a la vista los tamujos de aquella Rivera que tiene sus veneros en tierras jurdanas.  El sitio de El Joranzal nos habla de agrupaciones o bosquetes de joránzuh, rompiendo así la tendencia de este árbol a andar a su aire, en solitario.  Pero debieron existir joranzales en tiempos de Maricastaña, pues ahora solo se ven robles entremezclados con encinas.  Cuenta la tradición que existió una descomunal encina por estos pagos, a la que llamaban La Encina del Joranzal, a la que se le cogían varias fanegas de bellotas. Donde retrocede el robledal y se hace dueño y señor el encinal, en una suave ladera que culmina su andadura en una amplia vega ribereña, hay evidencias de vieja población.  Las jorobas del terreno esconden ripios constructivos.  Antes, terrenos abiertos, muy antropizados y donde se sembraban cereales.  El centeno era el rey de la casa.  Algunos habitáculos agropastoriles (múruh, chigórzuh, chifárduh, zajúrdah, corraléjah, chózuh, casétah, tináuh o jórnuh del pan) ya arruinados, nos recuerdan el mundo de los porqueros y de los pastores de ovejas.   Juan Pedro Ruano Garrido, perteneciente a toda una saga de ganaderos montehermoseños, de la familia apodada vecinalmente como Loh Carítah, nos relata que, en la vega que cierra el cercau (finca murada donde pastan vacas de carne) de su propiedad por el saliente, salían múchah baldósah coloráh cuandu se labraba el terrenu.  Parece ser que quisieron transformar la vega en una huerta, pero las charcas y norias que se excavaron carecían de buenos veneros y desistieron en el empeño. Juan Pedro, que ya peina las canas de sus setenta y tantas primaveras, nos relata, además, que, por lo que oyó a sus padres y a otros vecinos, lo que hoy son cercáuh se fueron conformando mediante la compra de muchas tierras, suertes o parcelas que eran de unos y de otros.  De aquí la antropización o presencia de campesinos, día y noche, por estos arenosos terrenos, plagados de batolitos granitoides.

Charca en pleno estiaje (julio 2018), en un “cercau” del paraje de “El Joranzal” y que ha proporcionado interesante material del Musteriense. (Foto: F.B.G.)

Las baldosas que mentaba Juan Pedro Ruano, a juzgar por los fragmentos que se ven formando parte de los ripios de viejas paredes, debieron corresponder a las típicas tegulae o tejas planas, con origen griego y expandidas posteriormente por todo el Imperio romano.  El hecho de que muchas de ellas lleven digitaciones nos hace pensar en algunos de esos vici (asentamientos rurales) de época tardorromana.  La información recogida en diferentes trabajos de investigación, con docenas de entrevistas a comarcanos, nos evidencia que, a lo largo de los tiempos, con las labores de arada, salieron a la luz denarios republicanos anónimos; algún que otro de la época del emperador Tito Flavio Vespasiano, cuyo nombre aparece cincelado en una roca de las cercanías (inscripción de la que ya dimos cuenta en un capítulo anterior), y otros más acuñados en tiempos de Tiberio Julio-César, Marco Ulpio Trajano, Publio Elio Adriano, Tito Aurelio Fulvo (Antonino Pío) y Marco Aurelio.  También, algunos sestercios de diferentes años y curiosamente un as de Augusto acuñado en Évora, no sabemos si en la Évora portuguesa, situada en la región del Alentejo y que llegó a ser municipium romano, o en otras de las varias Évoras que se citan en los textos clásicos.  La legendaria tradición de estos pueblos hablan de una ciudad que también se llamó Ébura y que se encontraba en el paraje de Loh Monehtériuh, a un tiro de mosquetón de El Joranzal y, donde efectivamente, se rastrean muchos vestigios romanos a lo largo y ancho de varias hectáreas.  Pero de ello también hablamos en otras páginas ya publicadas.

Vista parcial del área por donde se extiende uno de esos “vici”, dentro del mentado paraje de “El Joranzal”. Ciertas conformaciones del terreno insinúan la acumulación de ripios constructivos (Foto: F.B.G.)
Peña caballera dentro del asentamiento (Foto: F.B.G.)

Y no solo tegulae e imbrices (especie de teja curva asociada a las tégulas), sino que se observan fragmentos de otras cerámicas, muchas pertenecientes a vajillas domésticas, rústicas y modeladas, a juzgar por los volúmenes gruesos de sus paredes, la tendencia a las carenas y los perfiles de labio en conformaciones triangulares o ligeramente apuntadas. Ciertas texturas rugosas nos hablan de elementos desgrasantes medianos; y las pastas, a tenor de sus colores, nos manifiestan sus cocciones oxidantes o reductoras.  Ello no quita para que también se vean algunos fragmentos torneados.  Este posible vici de El Joranzal debió pervivir a lo largo de los años, o devenir en algún tipo de venta, establecimiento, al modo de posada, que se encontraban en los despoblados con buena disposición estratégica y viaria.  Los mayores de la zona hablaban de que por estos lares hubo un ventorro.  Hay que tener muy en cuenta que el lugar que estudiamos se encuentra en las cercanías de un cordel que se considera como la vía que unía Cáparra con Cáurium.  Este ventorro debió tener su apogeo en la época de los reyes Felipe II, Felipe III y Felipe IV (siglos XVI y XVII), a tenor de los maravedíes, ochavos y cuartos que han aparecido en un área concreta, donde se supone que estaba la venta para recoger a gente de paso, cuando se realizaban labores agrícolas.  Se narra, así mismo, que, en el siglo XIX, dos jornaleros hallaron dos monedas de oro bajo una encina, al remover unas brozas cuando se disponían a comerse la merienda.  Todo apunta a que fueron malvendidas en Plasencia a algún avispado comprador de antigüedades.

Parte de la vega del área estudiada, donde apareció, en el pasado, al laborear la tierra, mucha cerámica y cantos trabajados, lo que nos habla de tiempos prehistóricos e históricos (Foto: F.B.G.)

Al viajero, que ya lleva la mochila repleta de información, puede que le pique la curiosidad y eche un vistazo a las charcas de los cercáuh de El Joranzal, donde forman alocada algarabía con su croar las ranas en estos días primaverales.  Seguro que conformando los encañados de estas pequeñas balsas donde abrevan las vacas, encontrará numerosos cantos trabajados por nuestros neandertales del Musteriense.  Y cuando merman estos lagunejos o se secan los regatos y arroyuelos, verá en sus lechos o incrustados en sus vertientes infinidad de muestras de la talla lítica, realizada en cuarcita, por aquellos prehistóricos que se movieron por estas latitudes entre el 125.000-30.000 AP, en el marco referencial geológico del Pleistoceno Superior y hasta la mitad de la última glaciación, la de Würm-Wisconsin.  Pero el viajero debe decir adiós a estos terrenos y disponerse a cruzar, como los hados le den a entender, la rivera que baja desde los pizarrales de la comarca jurdana.  A corta distancia, tiene las Pasaérah de San Pedro.  Con buen ojo y mejor pie, podrá pasar a la otra orilla.

Fragmentos de cerámica tardorromana (Foto: F.B.G.)
Otra vista de la zona central del asentamiento (Foto: F.B.G.)

 

En la imagen superior: El asentamiento en su sector NO (Foto: F.B.G.)

Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil 

*Las opiniones y fotos publicadas en este artículo son responsabilidad de su autor

Publicado el 6 de junio de 2019

la pitarra del gordo
Colaborador de planVE
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