Estaba yo esti agostu,/ bañándumi en el Cáparra, que yo una vé al añu/ me lavu el cuerpu n,ámah (…) Andaba yo jaciendu,/ cosinas con el agua, que a mí me gusta muchu/ de reciu meneala, jacel chapileteus,/ pa veli las roangas y dalmi champuzonis/ lo mesmu que las ranas… Estaba yo escudiau/ y a na que miru, ¡Blasa con unas guarrapinas/ que vieni a dali agua! (…) José Mª Gabriel y Galán: “EL BAÑU”
Tan cierto como el sol que nos alumbra que este correcaminos no andaba en la tarde del pasado domingo, 23 de junio, luchando con las aguas del río Cáparra, o Ambroz, que así también lo llaman. Pero sí que amollecía y asoleaba las carnes no muy lejos, en el padre Alagón, algunos tiros de arcabuz más arriba de donde le tributan sus aguas ese afluente suyo que viene a nacer por las faldas de El Pinajarro, en las sierras de Béjar que se resbalan hasta la villa de Hervás. Lleva este afluente el nombre de Ambroz hasta que entra en términos de Guijo de Granadilla, inmediato a las ruinas de la celebrada y populosa ciudad romana de Cáparra, donde toma el nombre de la misma. Y viene a desembocar al sitio de Lah Pótrah. Tres eran las pótrah: pasiles peñascosos, toda una singular estructura geológica, que permitían cruzar el río de parte a parte incluso en tiempos de furiosas y espumosas aguas. Pero las tres se redujeron a dos cuando el marqués de las Tres Banderas, terrateniente absentista, dueño de la gran dehesa de Venta Quemá, mandó dinamitar uno de esos graníticos corredores, para que los pobres jornaleros y pegujaleros no pudieran trasladar los sacos con bellotas que le robaban de su latifundio hasta los parajes de El Rincón. Aquí, estaba la casa del guarda, que también estaba compinchado con los que hacían bueno el refrán de quien roba a un ricachón, consigo lleva el perdón. Se acabaron los hurtos nocturnos y el marqués siguió haciendo de las suyas. Impune quedó la destrucción de aquella maravilla geológica. Todo ello y mil cosas más me las relata muchas tardes mi buen y gran amigo el pastor Ramón Blanco López, al que visito en su majada en mi trotar hacia las sorprendentes y ásperas márgenes del Alagón.
El caso es que en aquel recodo del padre Alagón, aislado del mundanal ruido, sombreado por graníticas peñas caballeras, espesos bosques de almeces, que los paisanos llaman azaócih, y bosquetes de aladiernos, alantiscos, zarzaparrillas, agracejos, olivillas o barbadejos, no sentí llegar a moza alguna que se llamase Blasa y viniera con unos cerditos a darles agua en el río, tal y como nos versifica Gabriel y Galán. Solo escuchaba a las aves que se camuflaban entre la floresta. Pero, de pronto, a pocas varas de donde, de manera queda, hacía chapilitéuh con las aguas, sentí que algo pesado se zambullía en la corriente. No era la ondina de esbelta figura y ojos como la flor de la myosotis, conocida comúnmente como nomeolvides o flor del amor desesperado o del amante eterno. No, no era esa ninfa que, a veces, trepa por mis desesperados versos. Emergió al poco y, con el sol del atardecer irisando las gotas de agua de su piel, observé sin que me viera sus insinuantes curvas y su cabellera rubia. Desnuda como su madre la trajo al mundo. ¿Acaso una bruja amable y bella que venía a acompañarme en mis rituales akelárricos en el intrincado Covacha de Lah Péñah…? Dejémoslo ahí, que siempre tiene su virtud mantener al lector, al viajero y al curioso sumido en el misterio.
Todo aquel que quiere aventurarse por estas laberínticas y pedregosas veredas en la fabulosa noche de San Juan, con el fin de llegar hasta la covacha de Lah Péñah, deberá beber hasta hartarse de agua en la milenaria fuente situada en los terrenos pantanosos de Zurramandana. Aguas sanísimas, excelentes, cuasi mágicas y protectoras. De Zurramandana a Zugarramurdi (localidad vasco-navarra famosa por sus brujas, la cueva donde se reunían y la noche sanjuaniega), hay poca diferencia fonética. Una vez llenado el buche, tomará la senda que asciende hacia La Llaná del Roju. Aquí, justamente al pie de un montículo tumular que le dicen El Jornu de la Zapatera, tiene la majá de sus ovejas y cabras, de su mastín y sus perros careas el apreciado y excelente amigo Ramón Blanco López, cuya vida da para llenar muchas páginas). Antes y después de emprender ese camino, a derecha y a izquierda, por todos los puntos cardinales, el aventurero, el estudioso, el trotamundos y el mochilero deberían percatarse que trotan por carriles empedrados de manera natural por miles de cantos trabajados en cuarcita de excelente calidad. Auténtica huella de nuestros antepasados prehistóricos. Estos territorios vieron corretear, a lo largo de varios milenios, al Homo heidelbergensis (Pleistoceno Medio, Achelense e industria lítica modo 2); posiblemente a ciertos preneanderthales y al Homo neanderthelenis, o mejor dicho, al Homo sapiens neanderthalensis (final Pleistoceno Medio y Pleistoceno Superior, Musteriense e industria lítica modo 3). La senda continúa por El Zajurdu de lah Areníllah, Lah Monjítah y, antes de llegar al Lagal Vieju, comido por la maleza pero mostrando aún recios muros con aparejos y sillería granítica, y al molino medieval (ruinoso y medio ahogado por embalses y contraembalses) de El Saetín, deberá torcer a la izquierda por la calleja, llena de malezas y peñascos, que bajaba hasta el Molinu Simón. Pero ya va languideciendo el sol y, como bien dice el dicharachero Ramón Blanco, solidario camarada que sabi máh que loh ratónih coloráuh, hay que hacer un alto en nuestro caminar y paralsi a echal una bola. El Covach de lah Péñah está a la vuelta de la esquina.
Foto superior: El perro “Rebelde” observa las aguas del río Alagón, con el puente romano al fondo. Este puente, conocido como “El Pontón del Guiju”, fue trasladado piedra a piedra más arriba de su emplazamiento original, al ser sustituido por un puente de nueva construcción. (Foto: F.B.G.)
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil. Las opiniones e imágenes son responsabilidad de su autor.
Publicado el 26 de junio de 2019
1 comentarios
Querido Félix, estás andando por tierras de sentimientos profundos que llaman a la imaginación para leer las señales de nuestros ancestros.
Salud